sábado, 2 de febrero de 2013

El fantasma de Rogelio Gustaffson (2ª parte)


Durante aquellos días, el doctor Mecoleon se percató de que aún no había recibido un pedido que había encargado desde Londres, Inglaterra, hacía varios meses. La naturaleza lúdica de la compra había rebajado su impaciencia, de manera que hasta aquel momento no se había planteado su ausencia y la consecuente reclamación al proveedor. Pero había transcurrido demasiado tiempo y decidió realizar la pertinente llamada. El proveedor le confirmó que el material había sido enviado a la dirección correcta y que el albarán de entrega les había sido devuelto firmado. No obstante, las pesquisas para averiguar el autor de la firma del albarán le llevarían un par de burocráticos días.

Mientras tanto, en el problemático rellano del cuarto piso, la presencia de aquellas gotas de ectoplasma en la puerta del piso del señor Gustaffson halló pronta explicación: la señora Courgette, de forma desinteresada y aburrida, había localizado en Internet una fórmula para lograr la juventud eterna y el ectoplasma de calibre 22 era uno de sus principales componentes. De manera que, rauda y dispuesta, bajó al establecimiento de Don Senén para adquirir ese raramente inaccesible producto. Había sido Antonio, el armadillo tullido del señor Gustaffson quien, en una inusitada salida del domicilio, había provocado el tropiezo de la señora Courgette en el preciso instante en que osaba destapar el tarro conteniendo el tan preciado ingrediente con el fin de comprobar su olor y autenticidad. El resultado del patético atropello fue un sutil vertido en la superfície de la puerta del 4º1ª. Una vez aclarado el incidente, nadie concedió más importancia a la simpática confusión salvo el astuto cuervo Henry, quien no pudo obviar cierto detalle...

Pasados los dos protocolarios días, el doctor Mecoleon recibió, cómo no, con puntualidad británica, una llamada del proveedor de Londres informándole de quién había firmado el albarán de entrega de su importante y peligroso pedido. En la firma, con una caligrafía torpe y timorata, se distinguían las iniciales R.G....

[Continuará]

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