jueves, 17 de septiembre de 2009

Berlín

Fernsehturm
No recuerdo las motivaciones exactas que nos condujeron a Berlín este verano, pero al planificar el viaje sentí como si cancelara una deuda personal pendiente. Ciertamente, mis ilusiones por conocer la capital alemana quedaron disimuladas al establecer su visita dentro de una ruta junto a Praga y Viena en el plan inicial, quedando finalmente y por motivos logísticos la capital checa como único acompañante. El hecho de ya conocer Praga hizo que mi interés se centrara casi exclusivamente en Berlín, sin desmerecer en absoluto a la ciudad checa, que me entusiasma pero responde a un perfil urbano que encaja menos con mi personalidad.

Kaiser Wilhem Gedächtniskirche
En un símil algo perverso, que explicaría esta tendencia, podríamos comparar a Praga con Madrid y a Berlín con Barcelona. Para conocer los motivos de semejante analogía, escríbanme y les expondré mis argumentos de la manera más objetiva posible.

Antes de disfrazarnos de turistas, lo primero en que pensamos son los lugares más emblemáticos y los monumentos más típicos de nuestro destino. Este acto reflejo subyuga a la curiosidad por conocer a la ciudad en sí. No fue mi caso y esa sensación aumentó nada más llegar a la Hauptbahnhof enorme, gigantesca, en la cual nos sentíamos como Christopher Lambert en su Fortaleza Infernal. Aquello no dejaba de ser un indicio de lo que nos esperaba.
AlexanderPlatz
Las inoportunas obras del S-Bahn nos (me) obligaron a entablar las primeras relaciones con el estricto funcionariado teutón. La experiencia no fue la más agradable, aunque sin dar en absoluto motivos para el reproche. Fueron serios y severos, coherentes con el estereotipo alemán, pero extremadamente educados y no exentos de amabilidad y paciencia. Personal de esta guisa fue lo más frecuente con lo que nos topamos, tanto a nivel de sector privado como de sector ¿público/privatizado?.
Tras un breve trayecto, cuya escasa duración fue lo que nos disuadió de buscar un acomodo mayor en el convoy, llegamos a Alexanderplatz, el centro neurálgico (como suele decirse) de la ciudad, tal vez el lugar más anárquico en lo que se refiere a diversidad humana. Una plaza asimétrica, de gran vitalidad comercial y con edificios incrustados en ella como si de un suculento solar se tratase. Dignos de mención son los empresarios individuales; así llamamos a los vendedores de salchichas equipados con una plancha en el abdomen y las materias primas y una bombona al más puro estilo jet pac.
PostdammerPlatz
Vista desde el frío plano, Berlín parecía más accesible, con todos nuestros objetivos más cerca unos de otros. Mi intención el primer día fue recorrer UnterdenLinden íntegramente, pero apenas llegamos a pisar el excelente boulevard. Las distancias, tanto longitudinales como transversales, son inmensas y su recorrido a pie requiere de varias jornadas. No obstante, el pseudoestéril paseo no me impidió degustar mi primer y ortográficamente despreocupado pretzel.
Lugares para visitar hay cientos. Incluso descubres parajes desconocidos en el extranjero ni recogidos en guías. Ciertamente, lo más destacado en todos los informes previos al viaje, la Puerta de Brandemburgo, con su Guardia Imperial haciendo el indio interestelar y su manifestación de iraníes incluidos, así como el imponente Reichstag, apenas si le dedicamos tiempo.
Holocaust Mahmal
En cambio, otro atractivo turístico, si se me permite el término, como todo lo relacionado con el recién desaislamiento de parte de la ciudad, es decir, la caída del Muro, es digno de reseñar. Cierto es que el archiconocido Checkpoint Charlie no era otra cosa que una loable pantomima con la que saciar la avidez de los guiris. Pero tenía su gracia. Las partes del muro que permanecen en pie, más de las que creía, impresionan sobre todo al pensar que sólo han pasado veinte años desde que perdieron su macabra función. En su candidez, uno tiende a pensar que esas cosas malas pasaron hace mucho, muchos años.
Por otro lado, el trato respetuoso con el que las autoridades acercan a los turistas su reciente drama es altamente elogiable, a la hora de aportar información y concediendo el acceso adecuado, todo ello desde su paradigmática sobriedad.
El Muro
Producto de la devastación por las guerras es la proliferación de una arquitectura muy innovadora, lo que hace de Berlín una ciudad relativamente nueva en determinadas zonas como la Postdammer Platz. Una arquitectura vanguardista y espectacular, nada despreciable incluso para los amantes del diseño clásico. Es más, este contraste enriquece al conjunto y lo hace apropiado para un mayor número de paladares.
La ciudad en su conjunto, con sus contrastes y su pintoresco capital humano, su cultura y su vanguardia, su meticulosidad mezclada con sus gotitas de frivolidad, la tensión política en el ambiente sin riesgo alguno de ruptura, el currywurst... Todo merece mucho la pena.
Altar de Pérgamo
Por último, permítanme concluir con dos pinceladas que responden a una debilidad personal. La primera, el Pergamonmuseum. Sencillamente imprescindible. Y la segunda, esos rinconcitos tan característicos y que la invasión de los turistas apenas ha mermado su exclusividad: El Hackesche Höfe, Nikolaiviertel, Bergmannstrasse, el Ku'damm... Calles y avenidas que por un lado te sorprenden pero por el otro resultan de lo más acogedoras y familiares.