martes, 5 de enero de 2010

Cita con Medusa



Al final me he decidido y le he propuesto una cita a esa chica tan misteriosa que trabaja en el Departamento de Recursos Humanos. Antes de este encuentro, apenas habíamos intercambiado cuatro frases, suficientes para percibir esa sibilante pronunciación de los fricativos que me sedujo de contundente manera.

De hecho, la única consonante que he oído expulsar a sus labios ha sido la "S"; la usó para corroborar que efectivamente se había acabado el papel de la fotocopiadora en nuestra primera conversación y por segunda y última vez para confirmar esta cita.

Es poco habladora. Esta circunstancia y el hecho de que jamás te mire a los ojos me conduce a pensar que se trata de una persona muy tímida. Sin embargo, no hay duda de que posee un fuerte carácter, otorgado por su entrañable cara de malas pulgas. Su peinado también es original y llamativo, aunque, no sé por qué, pero cuando lo contemplo me viene a la cabeza la palabra -poco adecuada para calificar una cabellera femenina- "peligroso".

Esta mezcla de sensualidad y misterio que derrocha fue la que me empujó a proponerle una cita formal a la Srta. Gorgona (o "Finiqueitor", como gusta llamarla a mi Departamento por su extraña afición a redactar finiquitos de manera compulsiva). No sé si le entusiasmó la idea, porque ni siquiera me miró mientras le hablaba, pero tras un suspiro de resignación (más parecido al aullido de un lobo hemofílico) accedió a mi oferta.

Acudió puntual y especialmente bella. La saludé con dos besos en las mejillas y noté cierta aspereza en su cutis que me hizo cosquillas en los labios. Me reí, aunque ella no lo apreció, y pedimos un par de cafés. Nos contamos, a grandes rasgos, nuestras vidas. Me contó que tenía dos hermanas y que había estado casada con un tal Perseo, que la maltrataba y que tenía la extravagante obsesión de cortarle la cabeza. Me dio bastante pena, pero me tranquilizó observar la entereza con la que gestionaba el asunto.

Fue una lástima, porque su vida parecía de lo más apasionante, pero su timidez hizo que me proporcionara los datos a cuenta gotas. Seguro que tenía más cosas que contar que yo, daba la sensación de haber viajado y, sobre todo, vivido mucho. Por cortesía, no quise preguntarle la edad, pero estoy convencido de que tras su juvenil aspecto se escondía una persona de cierta edad. Como si le hubiera vendido el alma al mismísimo Hades...

Pasé un rato agradable. Yo creo que ella también, a pesar del rictus de náusea constante en su rostro. No obstante, me hubiera gustado que en algún momento de la conversación me hubiera mirado a los ojos... O tal vez no, tras ver lo que le pasó al camarero cuando nos trajo la cuenta, exorbitante para tratarse de dos míseros cafés.