domingo, 24 de mayo de 2009

El Hombre del Casco

A continuación paso a publicar el texto que he enviado este año al concurso de relatos cortos de TMB, un certamen, dicho sea de paso, algo confuso y anárquico, en la línea del comportamiento de (casi, muy casi) todas las instituciones de la ciudad.

La cosa empieza así:

Aquel recinto estaba tan abarrotado que mi repentina aparición pasó totalmente inadvertida.

Tardé poco en darme cuenta de que había aterrizado en un vehículo en movimiento; aunque la velocidad tampoco era excesiva para mí, el breve estupor que suelen provocarme los saltos espaciotemporales casi consigue que mi organismo se esparciera por el suelo. Además, a juzgar por el exterior, de una extrema oscuridad, me hallaba en un tipo de transporte subterráneo.

En el interior me acompañaba un elenco de seres de lo más dispar, de todos los colores y tamaños. Su anatomía era considerablemente parecida a la mía, sin embargo, su visión me resultaba cuanto menos repulsiva. A pesar de todo, la experiencia que me había otorgado mi periplo por otros mundos me desaconsejó desprenderme de mi casco, ya que con toda probabilidad mi físico provocaría la sensación recíproca entre el resto del pasaje. Y entre mis consignas no figuraba la de escandalizar a la población autóctona.

De repente, la velocidad de aquel extraño vehículo aminoró, se detuvo totalmente y toda una muestra representativa de aquellas criaturas se dispuso a circular por unas aperturas perpendiculares al sentido de la marcha. A través de aquellas “puertas”, pude percibir una serie de signos en el idioma local: “Arc de Triomf”. Imaginé que aquello sería una especie de estación con un nombre bastante estrafalario.

Por desgracia para mí y para mi espacio vital, la salida de todas aquellas personas del vagón implicaba necesariamente la entrada de un número similar o mayor. Ignoraba cuánto tiempo debía permanecer allí, así que opté por escrutar a todo aquél que mi agudeza visual alcanzara. En primer plano, sentado en una extraña posición con las rodillas hacia afuera, pude ver a una criatura con infinitas arrugas en su rostro y manos. El ser que estaba sentado a su lado tenía como una esfera de tela sobre su estructura craneal y un matojo de pelos delante del rostro. También pude ver a una hembra, según me dictó mi instinto, acompañada de dos mini seres idénticos y extremadamente revoltosos.

Otros dos elementos, un poco mayores que éstos últimos y también del género femenino, resultaban incluso más molestos con sus triviales conversaciones pasadas de decibelios. En sus ventosas sostenían una carpeta cada una con fotos de David Bustamante (a quien conocí personalmente en el planeta Bananerus) y otro con ricitos desconocido para mí. Junto a ellas había dos machos de la especie que desprendían un intenso olor corporal. A mí me pareció altamente desagradable, pero imagino que debía tratarse de algún tipo de elixir de cortejo.

Me llamaron la atención particularmente dos casos, con una característica en común: un tipo que llevaba un casco similar al mío, pero sostenido por uno de sus tentáculos o extremidades superiores. Me resultó paradójico, ya que viendo al resto del pasaje, no parecía representar un componente indispensable para el trayecto.

También me fijé en otro personaje que se hallaba frente a mí, hierático, en el otro extremo del vagón. Con casco, y puesto, como lo llevaba yo. Por mi mente pasaron innumerables hipótesis acerca de ese comportamiento, tan alejado del del resto de aborígenes y tan cercano al mío...

Hoy, mientras escribo estas líneas mortalmente herido en un Hospital de mi planeta Cerezus, no puedo dejar de esbozar una sonrisa agridulce al recordar que una vez estuve a punto de atrapar a mi mayor archienemigo interestelar en el Metro de Barcelona.