jueves, 1 de octubre de 2015

Fluyan mis lágrimas...


Ambientada en un distópico futuro el cual, mirando estrictamente el calendario, hoy en día ya sería pasado, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía es una de las novelas más características de Philip K. Dick.

Con no demasiados elementos clásicos de ciencia-ficción -bueno, hay coches voladores, chips implantados en humanos por la policia, etc. pero ninguno es esencial para la trama-, el más importante de ellos podría ser los avances de la ingeniería genética. Porque el protagonista, Jason Taverner, es un seis. Un superhumano creado en un laboratorio y cuyos presuntos superpoderes no acabamos de asimilar realmente durante la lectura. Al final, no llegamos a comprender la teórica correspondencia entre su naturaleza y su privilegiada posición social.

Sin embargo a priori, dicha naturaleza especial es altamente sospechosa de ser la causa del desconcertante suceso que desencadena el resto de acontecimientos: cuando Taverner se despierta un día en un destartalado hotel, desprovisto de documentación identificativa, nadie lo conoce ni lo recuerda. Y eso que se trata de una estrella televisiva con una audiencia de 30 millones de espectadores! Lo primero que alegremente pensamos es que esto le pasa por ser un seis.

Ya tenemos el misterio que nos va a enganchar a las peripecias de Jason Taverner en una sociedad dominada por una dictadura policial en la que todo está bajo el control de una burocracia muy extensa pero eficaz. Sin duda compartimos la estupefacción del protagonista por su extraña situación, pero también su temor por ser atrapado sin documentación en controles rutinarios de la policía. Este entorno hostil está muy bien descrito, ya que empatizamos rápidamente con la clandestinidad de Taverner a pesar de que éste no ha cometido conscientemente ningún crimen. Una paradoja que se pone de relieve de manera manifiesta al final de la novela.

Mientras intentamos descubrir el truco de magia que explique el origen de la inexistencia social y burocrática del protagonista, éste se encuentra, entre visita y visita a la comisaría, con varios personajes, a cual más desdichado. Él, un ser superior, rico y apuesto, únicamente preocupado por recuperar su identidad, se ve obligado a debatir sobre temas trascendentales como la relación entre el amor y el dolor. También es testigo directo de elementos -esta vez sí- muy presentes en la literatura de ciencia-ficción como las drogas.

Porque no es el elitismo genético sino una droga experimental la respuesta al enorme interrogante planteado al inicio de la historia. De repente, todo el mundo vuelve a reconocer al famoso Jason Taverner. Sus discos suenan con su voz y sus conocidos lo tratan como si nada hubiera sucedido. El cese de esta incertidumbre se debe a la muerte de Alys, la hermana (y algo más) de Félix Buckman, el policía llorón del título. Ella era la que había consumido la droga KR-3 y, al morir, sus efectos distorsionadores de la percepción habían desaparecido. Alys percibía una realidad donde nadie (salvo ella) conocía a Jason Taverner, ni éste estaba registrado en los archivos de la policía. No existía. Y tanto el resto de los personajes como el propio lector estábamos presenciando, sin saberlo, esa realidad alternativa. Una trampa narrativa magistral.

Como es habitual, Dick nos plantea una incógnita en un entorno genuinamente de ciencia-ficción y cuya respuesta obviamente no encontraremos fuera de ese género. Describe muy a grandes rasgos pero con mucha diligencia un 1988 distópico, agridulce e inseguro. No necesita exponer toda la situación política mundial para que nos hagamos una idea de las condiciones de vida de la población. Los personajes son unos losers absolutos y están descritos con la minuciosidad justa. Y no dejamos de disfrutar de pequeños detalles producto de la dudosamente sana mente de Philip K. Dick, como orgías telefónicas o coleccionismos estrambóticos.

Lo mejor que tiene la ciencia-ficción es que todo puede pasar. Y todo acaba pasando. En nuestro universo o quizás en algún universo paralelo. Y en este segundo caso, algunas veces como en Fluyan mis lágrimas, ignorándolo por completo.