sábado, 16 de abril de 2016

1984


1984 de George Orwell probablemente sea una de las novelas sobre un futuro distópico más famosas e importantes. Futuro para la época en la que se publicó, que se ha transformado en un pasado relativamente lejano y que gracias a la magia de la ciencia-ficción no podemos culpar de errar en los pronósticos.

Se han escrito millones de líneas sobre esta obra y queda poco, o nada, por comentar. Pero su relevancia en la literatura y en el género de la ciencia-ficción casi me obliga a dedicarle este humilde artículo. Más que una novela, se trata de una especie de manifiesto. Efectivamente narra la evolución de un personaje y cuenta con el planteamiento, nudo y desenlace canónicos con los que toda historia cuenta. Pero en el fondo no es más que el esqueleto de la descripción minuciosa y exhaustiva de una doctrina política y económica ficticia (aunque indisimuladamente evocadora).

El mundo en ¿abril? de 1984 se divide en tres grandes regiones en guerra permanente: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental. El protagonista, Winston Smith, vive y trabaja en un Londres postapocalíptico, perteneciente a la región de Oceanía, y en una sociedad organizada en tres grandes estratos: el partido interior (los que mandan y disponen del monopolio de la fuerza), el partido exterior (los funcionarios) y la prole (tratados prácticamente como animales y que, según las teorías del Partido, por su falta de educación no suponen una amenaza). Por encima de todos ellos está la figura del Big Brother (o Gran Hermano), el vértice superior de la pirámide cuya inexistente constancia de existencia, valga la redundancia, refuerza su status de pseudodeidad. El Gran Hermano es omnipresente, a través de efigies, avatares y menciones, pero más que un líder con una presencia sólida y un discurso carismático, es una idea abstracta que da equilibrio a toda la estructura social. El Gran Hermano existe de la misma manera que dos y dos son cinco o que Winston, ya casi al final de la novela, aun estando vivo y coleando, no existe. Todo es producto de la técnica del doblepiensa.

El objetivo de este régimen es que los individuos se desvinculen de sus pensamientos independientes y sus sentimientos y concentren sus esfuerzos en mantener esta estructura y su amor exclusivo en el Gran Hermano. La ciencia, la familia y los valores son entidades en peligro de extinción; prescindir del progreso tecnológico, por un lado, y de los placeres y libertades, por el otro, es una prioridad absoluta. Aparentemente, y mediante un sistema propagandístico basado en la distracción por la guerra, la fuerza y la intimidación, lo consiguen. La devoción se dedica a este enigmático líder y el odio, a los enemigos, especialmente a los presuntos traidores.

Aparentemente... Winston Smith no es feliz y se plantea la casi imposible posibilidad de un cambio. La Resistencia, supuestamente compuesta por ciudadanos contrarios al Socing (el "partido" político imperante), es otro ente de enigmática y dudosa existencia. Pero Winston hará todo lo posible por saber más de ella y de la historia que se esfuerzan (y que él, en su profesión, contribuye) a ocultar y tergiversar. Al final acaba por rendirse; los atisbos de oposición al régimen se desvanecen, así como las fisuras que parecían resquebrajarlo. Su rebeldía, que va contagiando durante toda la novela al lector, se acaba subyugando en un final pesimista y deprimente.

Aparte de la historia de Winston y de la detallada descripción del Socing, encontramos tres temas secundarios pero de indudable interés: la guerra; vivir permanentemente en un clima bélico genera en la población miedo y a la vez fanatismo. También condiciona casi totalmente la producción económica. En una sociedad sin placeres ni lujos, todo el excedente debe justificarse y esa justificación es una guerra cíclica y eterna. El segundo tema es la libertad; la sensación de agobio que experimentamos al ponernos como lectores en la piel de Winston Smith, quien debe disimular cada mueca de su rostro para no levantar sospechas, es realmente claustrofóbica y supone la mejor manera de hacernos sentir la opresión de este régimen. Las telepantallas y el mostacho omnipresente del Big Brother son las manifestaciones más contundentes de esta libertad reprimida. Por último, la manipulación de la historia está muy presente como fuente y como consecuencia de la implantación de este sistema político, usando la falsa premisa de que la memoria es algo dúctil y maleable. Una parte importante del Ministerio de la Verdad tiene como tarea la corrección a conveniencia de las noticias, modificando los méritos de unos y los fracasos de otros e independientemente de la antigüedad de la noticia. Todo en favor de la corriente propagandística del Partido. Lo más inquietante es que no sólo se cambia el pasado; mediante la asimilación del doblepiensa también se cambia el presente.

Resulta extremadamente complicado exponer en un artículo de esta brevedad todo el aluvión de ideas que transmite la novela de George Orwell, pero al menos espero que las ideas principales que un servidor ha captado hayan quedado mínimamente representadas. Y que sirva, al menos, para recordar quién es realmente el Gran Hermano.

viernes, 1 de abril de 2016

El Oso Lechuza


Hace muchos, muchos años, los osos dominaban a todas las criaturas del planeta. Eran los más fuertes, los más inteligentes y tenían una diversidad que les permitía adaptarse a cualquier circunstancia que pusiera en peligro su hegemonía. Pardos, polares, pandas, hormigueros... También había una especie muy poderosa pero que, por su difícil concepción, estaba condenada a la extinción: los osos lechuza. Aún se duda de si algún ejemplar quedaba con vida el Día del Cataclismo.

Tal incuestionable dominio se vio truncado un día, que había amanecido como cualquier otro, pero que cambió para siempre el régimen de intimidación y terror de los osos. El célebre mago humano Botaratus había conseguido elaborar un conjuro que privaría de su ferocidad y raciocinio a aquellos invulnerables seres peludos. Ese mismo día lo recitó. Ese día se conocería posteriormente como el Día del Cataclismo.

Pero no todo salió como Botaratus esperaba. Las faltas de ortografía en los conjuros a veces tienen consecuencias imprevistas. Prácticamente la mitad de la ingente población de plantígrados sufrió un notable descenso en su capacidad intelectual, pero mantuvieron su fuerza y agresividad. Con el otro cincuenta por ciento sí hubo éxito: se convirtieron en ositos de peluche.

Más como un cruel trofeo de guerra que como un honorable símbolo de su victoria, los humanos comenzaron a repartir entre sus vástagos aquellos muñequitos adorables e inofensivos, que otrora constituyeron su más peligroso adversario. Grandes, pequeños, marrones, blancos con ojos y orejas negras, azules... la diversidad era increíble. Pero había uno diferente. Uno exclusivo.

A Dorothy, la niña que -como todos los demás- recibió su premio de manos de su padre, el osito de peluche que le había tocado en suerte le resultó extraño. No recordaba haber visto aquellas orejas puntiagudas y unos ojos tan abiertos en los libros de texto de la escuela. Aunque no parecía suponer una amenaza, aquellos ojos impertérritos causaban a Dorothy un incómodo desasosiego.

Aquel oso lechuza de peluche era efectivamente inofensivo. En el pasado había sido una criatura imbatible por su enorme fuerza física y mental y en ese momento estaba atrapado en un cuerpo de tela, esponja y lo que los dioses quieran que sea el peluche. Pero tenía mucho tiempo para meditar, para pensar en un plan para salir de aquella prisión de pelusas y electricidad estática. Porque los osos lechuza son mejores que los osos convencionales. Los osos lechuza nunca duermen.