sábado, 18 de mayo de 2019

El crepúsculo del insólito antihéroe

El ocaso de Timothy Perhaps, el hombre más poderoso del mundo, comenzó el día más inesperado. Considerado el ejemplar masculino más bello del planeta, oficioso galardón obtenido en los recientes cinco años de manera consecutiva, también amasaba una fortuna inigualable gracias a su enorme inteligencia, su destreza en los negocios y a una diosa fortuna que siempre le acompañaba. Su perfección llegaba a tal extremo que la posible envidia que pudiera causar su privilegiada situación había sido sustituida por un respeto sincero y una admiración infinita. Rico, inteligente, guapo, famoso. No tenía ningún defecto. Aparentemente.

Había nacido y vivido los 30 años que constituían su edad en California, siempre en San Francisco. Sin apenas conocerla, no le gustaba la ciudad de Los Ángeles. Es más, era incapaz de visitarla; cada vez que se acercaba, o leía un letrero con su nombre, se ponía enfermo. Era como una especie de alergia. En cambio, en otras ciudades relativamente cercanas que frecuentaba, como Las Vegas o Sacramento, gozaba de una salud de hierro.

Se consideraba tan invulnerable que nunca había acudido a un especialista en medicina. Como mucho se había dejado examinar por algún terapeuta para que le recomendara trucos para el mantenimiento impoluto de su cutis digno de Adonis o ejercicios para que sus abdominales parecieran diseñadas por el más prolijo de los delineantes. A pesar de todo, si existía algo que le inquietara en su vida colmada de perfecciones era aquella extraña alergia a una ciudad.

Así que, cuando más por tedio que por preocupación decidió ir al médico, sus dolencias se reactivaron. Y cuando el doctor se atrevió a confesar su incapacidad de ofrecer un diagnóstico, las tripas de Timothy Perhaps dieron un vuelco absoluto. Se sentía como aquella vez en que quiso comprarse una cámara fotográfica. O cuando veía fotos del Discóbolo de Mirón o la Pirámide de Keops.

Le había atendido el que probablemente era el profesional de la medicina más prestigioso de los Estados Unidos; sin embargo su pronóstico había sido nefasto para el bello Timothy. Se sentía peor que antes, peor que nunca. Ya no se trataba de la fobia a una ciudad; los síntomas de aquella inexplicable enfermedad le atormentaban. No podía caminar rápido, pero sí deprisa. En pleno verano dormía con mantas porque las sábanas le producían urticaria. Los gorriones, los jilgueros, incluso las urracas le gustaban; hasta podía tolerar a los terribles periquitos, pero los pájaros, en general, le provocaban náuseas. En semejante espiral de destrucción, sus propias náuseas le provocaban náuseas.

Comenzó a recordar leves alteraciones en su vida perfecta que resultaban coherentes con lo que le estaba sucediendo. Como aquella vez que en un restaurante se atrevió a pedir steak tartar en castellano. O cuando se encontró con un intrépido sátiro en el ático de la Perhaps Tower, que le provocó serias lesiones en estómago, páncreas e hígado.

Toda esta ráfaga de despropósitos le generó un enérgico desánimo. Exánime, su apolíneo aspecto se había tornado decrépito. Porque su vida de éxito y éxtasis había sido efímera; se había transformado, paradójicamente, en una esdrújula catástrofe.