sábado, 28 de noviembre de 2009

Los Asimétricos

Están totalmente integrados en nuestra sociedad, hasta el punto que difícilmente logramos distinguirlos. Su poderosa capacidad mimética responde al deseo vehemente que tienen de ser uno más entre nosotros. Y lo consiguen, nadie los delata, nadie los denuncia y se asume su presencia como algo natural.

Su camuflaje es tan perfecto que sólo un pequeño detalle deja al descubierto su alienígena procedencia: son completamente inversos, como si se hubieran intercambiado los papeles con su reflejo en el espejo. Tienen el corazón en la derecha del tórax y encargan a su parte izquierda del cerebro las habilidades artísticas y las sensaciones.

Todas estos rasgos son internos e inapreciables para los conciudadanos desprovistos de visión de Rayos X. Sin embargo, y a pesar de los ingentes esfuerzos por leer y escribir de izquierda a derecha, no pueden evitar manifestar la cualidad que los desenmascara. Son zurdos.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Ammón, el Destructor



Los más ancianos aún recuerdan cuándo Satán envió a su siervo Ammón al mundo terrenal, concretamente a Barcelona. El momento exacto de su advenimiento pasó inadvertido a los mortales, pero sus devastadores efectos siguen causando auténticos estragos entre la población. La situación social y económica de la ciudad ya suponía un suculento caldo de cultivo para las fechorías de las hordas satánicas y Ammón no ha desaprovechado en absoluto la oportunidad.

Ammón es el demonio destructor por antonomasia pero, como buen trickster, pretende ofrecer una apariencia positiva y, en este caso nunca mejor dicho, constructiva.

Su tarea consiste principalmente en la repetición constante e infinita de obras en la vía pública. Los edificios y construcciones con financiación privada deben resultar rociadas con agua bendita, porque Ammón las repele sin vacilar y centra sus esfuerzos en aquellas obras de carácter común.

Aunque sus tentáculos son muy extensos, sus objetivos favoritos son dos. Por un lado, le encanta reiniciar las obras recientemente concluidas. Por eso no es extraño que veamos por la ciudad operarios que retocan con toda la parsimonia del universo aquello que teóricamente había sido finalizado con éxito y, lo más grave, sin haber pasado mucho tiempo de ello.

También disfruta remodelando espacios que no tienen necesidad de mejora. Obras absurdas, inútiles, cuya única dudosa justificación a primera vista sería el mantener "ocupados" a los pusilánimes obreros e, indirectamente, el aumento del gasto público.

Pero no se equivoquen. No culpen al Excelentísimo Ayuntamiento de semejantes granujadas. Bastante tienen los pobres funcionarios y cargos electos con lidiar con Asmodeo, patrón y alma de los corruptos, que también ha sido enviado por el inquieto Satán.

viernes, 23 de octubre de 2009

Exceso de oferta

Hay momentos de nuestra vida cotidiana donde solemos evocar -con una frecuencia que confirmaría la teoría de que cualquier tiempo pasado fue mejor- artilugios y entretenimientos de nuestra infancia/adolescencia. Los recordamos con cariño, con orgullo, incluso con añoranza, con ganas de revivir una época en la que no es que fuéramos especialmente felices, pero que desde la perspectiva actual así lo hubiéramos jurado.

Sin embargo, este sentimiento tan agradable nos empuja a cometer un lamentable error: intentar repetir esas experiencias. Nuestra generación, la que vivió su pubertad durante los años ochenta, es la que tiene esa posibilidad más al alcance de sus apéndices y, por tanto, la que tropieza una y otra vez con la dichosa piedra del revival.

Hay dos ejemplos claros y extensos: los videojuegos y las series de televisión. Mientras que en 1986 apurábamos un juego en nuestro idolatrado Spectrum hasta sacarle la última gota de su jugo para amortizar aquellos in-ter-mi-na-bles períodos de carga, ahora en nuestro potente PC con sus múltiples emuladores y sus millones y millones de ROM's, que tardan microsegundos en cargarse, apenas duramos un minuto con cada juego. No es que no tengamos ganas de jugar, al contrario. Es tan grato el recuerdo que guardamos de aquellos "Manic Miners", "Kung Fu Masters" o "Abu Simbel's Profanations" que, sinceramente, nos apetece jugarlos. Pero las condiciones actuales son muy distintas y, por suerte o por desgracia, nada tienen que ver con nuestra edad más avanzada.

Con las series de televisión pasa algo muy parecido. En aquellos tiempos, con sólo dos canales y, además, públicos, en cada momento existía una única serie de referencia: cuando las ratas se extinguieron de la Tierra y los lagartos de "V" nos dejaron tranquilos, pasamos a flipar con un automóvil parlante que ¿conducía? un sex-symbol de origen alemán; tras desguazar a KITT, nos subimos en una furgoneta negra con una línea roja que conducía un forzudo negro con pánico a volar pero que siempre acababa volando o seguíamos con entusiasmo las peripecias de un maestro de escuela que se enfundaba un pijama rojo y también volaba, y sin necesidad de avión. Y así sucesivamente. Ahora mismo, en el 2009, podemos disfrutar de ¿30? ¿300? series emitidas simultáneamente por otros tantos canales. Y, lo más paradójico, somos capaces de seguir el hilo de más de dos y más de cinco series a la vez. Y esta circunstancia tampoco tiene por qué ser necesariamente consecuencia de mayor inteligencia o más tiempo libre ahora que entonces.

Una de las causas, evidentemente, es el aumento de la calidad de los productos. Sin duda las series de ahora son mejores que las de entonces, están más elaboradas y disponen de más medios. Y con los videojuegos pasa exactamente lo mismo, si no algo más acentuado, ya que está más directamente relacionado con el enorme progreso tecnológico de las últimas dos décadas.

No obstante, la causa principal de este hastío en la práctica de los iconos de nuestra juventud se encuentra en un cambio de nuestras costumbres, derivado del mencionado progreso tecnológico y las tecnologías de la información. Es decir, nuestra demanda ha cambiado, ya no queremos una sola serie o un videojuego con un fontanero comiendo setas. Se trata de bienes que nuestro organismo puede incrementar su consumo sin salirse de la restricción presupuestaria impuesta por nuestro bolsillo. Si a esta predisposición por parte del usuario le sumamos que los medios actuales (televisión por cable, satélite o TDT, internet, teléfonos móviles, etc.) permiten a los proveedores de contenidos incrementar su oferta de manera casi ilimitada, tenemos la consecuencia de que la demanda aumenta. Lo que hace que los exclusivos productos ochenteros no nos satisfagan como lo hacían antaño.

A pesar de este aumento de la demanda, sigue existiendo exceso de oferta. Principalmente porque los consumidores necesitamos este exceso de información. Necesitamos saber que, cuando terminemos de ver la última temporada de nuestra serie favorita, tendremos un extenso catálogo entre el cual decidir cuál será la próxima. Este hecho casi nos satisface más que la propia trama de la serie. O, como en los videojuegos: por qué cuando probamos un emulador de un ordenador o consola antigua, como antes hemos mencionado, tardamos poquísimo en cambiar de juego? Sencillamente porque lo que nos reporta placer no es el juego en sí, sino el tener a nuestra disposición una colección ingente y fetichista de pequeños tesoros de nuestra infancia.

Necesitamos exceso de oferta de información. Nuestros hábitos han cambiado, de manera irreversible. Por eso, ya no podemos volver atrás y nos aburriremos si resucitamos a Pac-Man o le damos otra oportunidad a "Mazinger Z".

jueves, 17 de septiembre de 2009

Berlín

Fernsehturm
No recuerdo las motivaciones exactas que nos condujeron a Berlín este verano, pero al planificar el viaje sentí como si cancelara una deuda personal pendiente. Ciertamente, mis ilusiones por conocer la capital alemana quedaron disimuladas al establecer su visita dentro de una ruta junto a Praga y Viena en el plan inicial, quedando finalmente y por motivos logísticos la capital checa como único acompañante. El hecho de ya conocer Praga hizo que mi interés se centrara casi exclusivamente en Berlín, sin desmerecer en absoluto a la ciudad checa, que me entusiasma pero responde a un perfil urbano que encaja menos con mi personalidad.

Kaiser Wilhem Gedächtniskirche
En un símil algo perverso, que explicaría esta tendencia, podríamos comparar a Praga con Madrid y a Berlín con Barcelona. Para conocer los motivos de semejante analogía, escríbanme y les expondré mis argumentos de la manera más objetiva posible.

Antes de disfrazarnos de turistas, lo primero en que pensamos son los lugares más emblemáticos y los monumentos más típicos de nuestro destino. Este acto reflejo subyuga a la curiosidad por conocer a la ciudad en sí. No fue mi caso y esa sensación aumentó nada más llegar a la Hauptbahnhof enorme, gigantesca, en la cual nos sentíamos como Christopher Lambert en su Fortaleza Infernal. Aquello no dejaba de ser un indicio de lo que nos esperaba.
AlexanderPlatz
Las inoportunas obras del S-Bahn nos (me) obligaron a entablar las primeras relaciones con el estricto funcionariado teutón. La experiencia no fue la más agradable, aunque sin dar en absoluto motivos para el reproche. Fueron serios y severos, coherentes con el estereotipo alemán, pero extremadamente educados y no exentos de amabilidad y paciencia. Personal de esta guisa fue lo más frecuente con lo que nos topamos, tanto a nivel de sector privado como de sector ¿público/privatizado?.
Tras un breve trayecto, cuya escasa duración fue lo que nos disuadió de buscar un acomodo mayor en el convoy, llegamos a Alexanderplatz, el centro neurálgico (como suele decirse) de la ciudad, tal vez el lugar más anárquico en lo que se refiere a diversidad humana. Una plaza asimétrica, de gran vitalidad comercial y con edificios incrustados en ella como si de un suculento solar se tratase. Dignos de mención son los empresarios individuales; así llamamos a los vendedores de salchichas equipados con una plancha en el abdomen y las materias primas y una bombona al más puro estilo jet pac.
PostdammerPlatz
Vista desde el frío plano, Berlín parecía más accesible, con todos nuestros objetivos más cerca unos de otros. Mi intención el primer día fue recorrer UnterdenLinden íntegramente, pero apenas llegamos a pisar el excelente boulevard. Las distancias, tanto longitudinales como transversales, son inmensas y su recorrido a pie requiere de varias jornadas. No obstante, el pseudoestéril paseo no me impidió degustar mi primer y ortográficamente despreocupado pretzel.
Lugares para visitar hay cientos. Incluso descubres parajes desconocidos en el extranjero ni recogidos en guías. Ciertamente, lo más destacado en todos los informes previos al viaje, la Puerta de Brandemburgo, con su Guardia Imperial haciendo el indio interestelar y su manifestación de iraníes incluidos, así como el imponente Reichstag, apenas si le dedicamos tiempo.
Holocaust Mahmal
En cambio, otro atractivo turístico, si se me permite el término, como todo lo relacionado con el recién desaislamiento de parte de la ciudad, es decir, la caída del Muro, es digno de reseñar. Cierto es que el archiconocido Checkpoint Charlie no era otra cosa que una loable pantomima con la que saciar la avidez de los guiris. Pero tenía su gracia. Las partes del muro que permanecen en pie, más de las que creía, impresionan sobre todo al pensar que sólo han pasado veinte años desde que perdieron su macabra función. En su candidez, uno tiende a pensar que esas cosas malas pasaron hace mucho, muchos años.
Por otro lado, el trato respetuoso con el que las autoridades acercan a los turistas su reciente drama es altamente elogiable, a la hora de aportar información y concediendo el acceso adecuado, todo ello desde su paradigmática sobriedad.
El Muro
Producto de la devastación por las guerras es la proliferación de una arquitectura muy innovadora, lo que hace de Berlín una ciudad relativamente nueva en determinadas zonas como la Postdammer Platz. Una arquitectura vanguardista y espectacular, nada despreciable incluso para los amantes del diseño clásico. Es más, este contraste enriquece al conjunto y lo hace apropiado para un mayor número de paladares.
La ciudad en su conjunto, con sus contrastes y su pintoresco capital humano, su cultura y su vanguardia, su meticulosidad mezclada con sus gotitas de frivolidad, la tensión política en el ambiente sin riesgo alguno de ruptura, el currywurst... Todo merece mucho la pena.
Altar de Pérgamo
Por último, permítanme concluir con dos pinceladas que responden a una debilidad personal. La primera, el Pergamonmuseum. Sencillamente imprescindible. Y la segunda, esos rinconcitos tan característicos y que la invasión de los turistas apenas ha mermado su exclusividad: El Hackesche Höfe, Nikolaiviertel, Bergmannstrasse, el Ku'damm... Calles y avenidas que por un lado te sorprenden pero por el otro resultan de lo más acogedoras y familiares.

miércoles, 8 de julio de 2009

Glover tiene vértigo

Desde la más alta repisa de la Catedral de San Pistón de Calatandria se contempla la ciudad en todo su magnífico esplendor. Indudablemente, un privilegio para quien esté capacitado para el puesto de vigía.

No es el caso de Glover Gárgola: una exquisitamente labrada estatua de granito macizo que representa un híbrido de hipogrifo y jabalí desdentado, con las mandíbulas permanentemente abiertas a la espera de un poco de lluvia con la que escupir a los peatones. Glover es imponente en su heráldica pose, hierática e impasible, sin embargo no es oro todo lo que reluce ni granito invencible todo lo que grita afónico al cielo de la ciudad.

Desde que era un un cascote retoño, allá en su cantera natal, sufría de mal de alturas de manera indecible cuando, por ejemplo, jugaba al dolmen con sus menhires hermanos y a él le tocaba hacer de dintel. La adoración que sentía y sigue sintiendo por su madre, la Madre Tierra, le dificulta hasta el paroxismo el desunirse de ella, aunque sólo sea por un par de metros. Además, Glover es una roca de alta prosapia y esta circunstancia, en lugar de allanarle los avatares de su existencia, le ha generado un tormento tras otro.

Todo este suplicio culmina con la carrera vital que se le ha concedido merced a su noble alcurnia. Una profesión para la que obviamente no está preparado pero cuya aceptación responde a una mezcla de orgullo y obediencia. Una profesión-tortura que durará siglos, casi eternamente si las guerras o el ateísmo vanguardista no lo impide.

Ahora Glover acrecenta paradójicamente la ferocidad que le atribuyen sus mandíbulas siempre abiertas con la sensación de esfuerzo que denotan sus ojos, siempre cerrados por el pavor a las alturas.

martes, 9 de junio de 2009

Una abuela llamada Peligro

Es la (casi) viva imagen de la temeridad y el riesgo. A sus 104 años, es capaz de humillar a los mozalbetes más intrépidos que, a pesar de su agilidad e indudable destreza, maltratan su rebeldía otrora innata respetando de una manera casi religiosa la señal roja del semáforo. Ella no necesita respetar, sino que la respeten. Y para lograrlo, utiliza algún tipo de hechizo ancestral para detectar el paso de vehículos más allá del cambio de rasante y burlar la seguridad que otorga la perfecta armonía de señales de tráfico y peatones. O quizá detiene el paso del tiempo mientras cruza la calle. Al menos es la sensación que tendría el observador omnisciente al contemplar a una viejecita parsimoniosa logrando desafiar, y posteriormente vencer, al enemigo en forma de semáforo en rojo ante la mirada atónita de jóvenes transeúntes impacientándose desde el bordillo de la acera con una mezcla de horror, conato de compasión e impotencia ante semejante afrenta inesperada.

domingo, 24 de mayo de 2009

El Hombre del Casco

A continuación paso a publicar el texto que he enviado este año al concurso de relatos cortos de TMB, un certamen, dicho sea de paso, algo confuso y anárquico, en la línea del comportamiento de (casi, muy casi) todas las instituciones de la ciudad.

La cosa empieza así:

Aquel recinto estaba tan abarrotado que mi repentina aparición pasó totalmente inadvertida.

Tardé poco en darme cuenta de que había aterrizado en un vehículo en movimiento; aunque la velocidad tampoco era excesiva para mí, el breve estupor que suelen provocarme los saltos espaciotemporales casi consigue que mi organismo se esparciera por el suelo. Además, a juzgar por el exterior, de una extrema oscuridad, me hallaba en un tipo de transporte subterráneo.

En el interior me acompañaba un elenco de seres de lo más dispar, de todos los colores y tamaños. Su anatomía era considerablemente parecida a la mía, sin embargo, su visión me resultaba cuanto menos repulsiva. A pesar de todo, la experiencia que me había otorgado mi periplo por otros mundos me desaconsejó desprenderme de mi casco, ya que con toda probabilidad mi físico provocaría la sensación recíproca entre el resto del pasaje. Y entre mis consignas no figuraba la de escandalizar a la población autóctona.

De repente, la velocidad de aquel extraño vehículo aminoró, se detuvo totalmente y toda una muestra representativa de aquellas criaturas se dispuso a circular por unas aperturas perpendiculares al sentido de la marcha. A través de aquellas “puertas”, pude percibir una serie de signos en el idioma local: “Arc de Triomf”. Imaginé que aquello sería una especie de estación con un nombre bastante estrafalario.

Por desgracia para mí y para mi espacio vital, la salida de todas aquellas personas del vagón implicaba necesariamente la entrada de un número similar o mayor. Ignoraba cuánto tiempo debía permanecer allí, así que opté por escrutar a todo aquél que mi agudeza visual alcanzara. En primer plano, sentado en una extraña posición con las rodillas hacia afuera, pude ver a una criatura con infinitas arrugas en su rostro y manos. El ser que estaba sentado a su lado tenía como una esfera de tela sobre su estructura craneal y un matojo de pelos delante del rostro. También pude ver a una hembra, según me dictó mi instinto, acompañada de dos mini seres idénticos y extremadamente revoltosos.

Otros dos elementos, un poco mayores que éstos últimos y también del género femenino, resultaban incluso más molestos con sus triviales conversaciones pasadas de decibelios. En sus ventosas sostenían una carpeta cada una con fotos de David Bustamante (a quien conocí personalmente en el planeta Bananerus) y otro con ricitos desconocido para mí. Junto a ellas había dos machos de la especie que desprendían un intenso olor corporal. A mí me pareció altamente desagradable, pero imagino que debía tratarse de algún tipo de elixir de cortejo.

Me llamaron la atención particularmente dos casos, con una característica en común: un tipo que llevaba un casco similar al mío, pero sostenido por uno de sus tentáculos o extremidades superiores. Me resultó paradójico, ya que viendo al resto del pasaje, no parecía representar un componente indispensable para el trayecto.

También me fijé en otro personaje que se hallaba frente a mí, hierático, en el otro extremo del vagón. Con casco, y puesto, como lo llevaba yo. Por mi mente pasaron innumerables hipótesis acerca de ese comportamiento, tan alejado del del resto de aborígenes y tan cercano al mío...

Hoy, mientras escribo estas líneas mortalmente herido en un Hospital de mi planeta Cerezus, no puedo dejar de esbozar una sonrisa agridulce al recordar que una vez estuve a punto de atrapar a mi mayor archienemigo interestelar en el Metro de Barcelona.

sábado, 25 de abril de 2009

Caída de un mito

No puedo evitar experimentar cierta decepción tras conocer la noticia esta semana del nombramiento de Xavier Sala i Martin como directivo del Barça.

En absoluto es algo sorprendente; hace varios años que el prestigioso economista "coquetea" con la directiva indisimuladamente y, más temprano que tarde, este día hubiera llegado. Lo que sí llega a sorprenderme levemente es el alto grado de verosimilitud que los periodistas otorgan a la posibilidad de que se presente en las próximas elecciones como candidato a la presidencia. Esto significa que la implicación de Sala i Martin en el proyecto asume unos objetivos mayores que el de simplemente ayudar al club de sus amores.

Tuve la inmensa suerte de tenerlo como profesor en una asignatura de Teoría Económica, hace más de diez años. Entonces no era tan mediático como ahora, pero ya usaba sus famosas americanas. A mí, sin embargo, me llamaban más la atención unas corbatas que hace tiempo que ha dejado de usar. Pero lo de menos era su extravagante atuendo; era (y no tengo duda alguna de que seguirá siendo) un excelente docente. Escuchándole notabas que dominaba las teorías que explicaba como si las hubiera creado él mismo (en algunos casos así era) y además las transmitía de una manera sencilla y directa, con ejemplos cotidianos e incluso folklóricos.

Por sus apariciones en programas de debate en la televisión autonómica catalana, hablando de lo que más le gusta(ba?), unido a su facilidad de expresión y su especial sentido de humor llegué a pensar que sería un hombre capaz de acercar algo tan abstracto, misterioso y abyecto como la economía a la población no especializada en la materia.
Por desgracia no ha sido así. Era una empresa difícil, sin duda, pero factible.

Nunca ocultó su barcelonismo ni su catalanismo, incluso en las clases, siempre con elegancia, pero lo que no me esperaba era su afán por adquirir protagonismo público mediante su incorporación al selecto club de los directivos del fútbol. Y no es que tenga nada de malo, cada uno persigue lo que quiere de la manera (legal) que quiere. Simplemente me resulta frustrante incluir al economista en un colectivo donde figuran egregios nombres como Joan Laporta, Ramón Calderón, Joan Gaspart, Jesús Gil, Ramón Mendoza, Lorenzo Sanz, Ruiz de Lopera, José María Caneda... Personajes que, sinceramente, no voy a valorar porque se definen ellos mismos.

A partir de ahora, Xavier Sala i Martin va a ser conocido por las masas gracias a ser directivo del Barça y no por sus admirables estudios sobre, por ejemplo, el crecimiento económico. Y creo que es una pena, porque tenía un gran potencial. Seguirá estudiando y elaborando teorías con la misma brillantez de siempre, pero me temo que éstas sólo serán accesibles a los interesados en el tema. En cualquier caso, los que en algún momento de nuestra vida mostramos inquietud por la economía, seguiremos siguiéndole los pasos intentando aprender más del maestro Sala i Martin.

martes, 14 de abril de 2009

El viejo que sólo comía garbanzos

Hace poco me vino a la memoria una historia que me contaron cuando era un crío, un recuerdo producto de uno de esos chispazos de pensamientos aparentemente aleatorios que resucitan del sepulcro más profundo de nuestro subconsciente.

El protagonista de esa historia era un viejo, se podría decir, paradigmático. De esos con arrugas en las arrugas, ojos vidriosos, manos esqueléticas y aversión a la dentadura postiza. De los de boina con rabillo, bufanda con pelotillas, contundente cayado y perennes zapatillas de cuadros. Un viejo tan viejo que haría florecer la pubertad en el mismísimo Matusalén y que vapulearía sin miramientos y culturalmente hablando al propio Diablo en cualquier concurso televisivo.

Más allá de las proezas, magníficas sin duda, que hubiera alcanzado el hombrecillo durante su longeva existencia, el rasgo que más destacaba en él y que, sinceramente, fue el que grabó con láser en el DVD (ahora convertido en mísero CD con el paso de los años) de mi memoria fue su estrafalaria dieta. Todo un universo de sabores por descubrir y que su salud, frágil en apariencia pero robusta en esencia, no le impedía disfrutar, era absolutamente despreciado por el viejo. Los hedonistas argumentos con los que defendía su actitud eran irrefutables. Estaba convencido de que ni los más selectos manjares de los seis continentes le proporcionarían un placer tan sublime como el que le daba la degustación de garbanzos cocidos. Y su testarudez, exoesqueletizada en un cráneo forjado y fosilizado con el paso de las décadas, constituía un escudo insalvable para los promotores de nuevos y flamantes sabores.

Poco importaba que don Senén, el dueño del colmado, intentara disuadirlo al subir el precio de dichas legumbres. El viejo era feliz comiendo garbanzos y, mientras su pensión se lo permitiera, seguiría consumiéndolos. En ocasiones debía pasar serias dificultades para poder comprarlos, ya fuera debido a una deficiente producción en el sector o simplemente a la crueldad de don Senén. Sin embargo, la devoción del anciano por sus legumbres favoritas era de tal magnitud que le empujaba a desarrollar métodos alternativos para obtenerlos, como la cosecha propia, o para lograr ingresos adicionales a su modesta pensión, los cuales obviaremos.

El caso, y la moraleja tal vez, es que el encomiable esfuerzo del viejo que sólo comía garbanzos es un ejemplo de lucha por conseguir nuestros deseos y que éstos pueden satisfacerse a pesar de que otros intenten convencernos de lo contrario, de que las condiciones del entorno sean adversas o de que directamente nos obstaculicen en el camino hacia ellos.

En su momento, no comprendí la extraña y casual evocación de semejante historia. Tras breves instantes de trivial reflexión, la asociación de ideas se tornó evidente.