sábado, 30 de mayo de 2020

En busca de la inteligencia perdida



Tras una serie de durísimas pruebas, mi compañero 43 y un servidor habíamos sido seleccionados para la misión probablemente más importante de la historia de nuestra civilización. A pesar de que éramos dos paladines anastasianos hechos y derechos, tan suma responsabilidad nos hizo temblar notoriamente los tentáculos inferiores durante los primeros compases del periplo.

La evolución tecnológica en nuestro planeta prácticamente se había detenido, todo lo inventable se había inventado ya y, aunque no acusábamos una excesiva escasez de recursos naturales, nuestros ingenieros más eminentes sí que adolecían de carestía de ideas. 

Por fortuna, el nivel tecnológico de aquella época nos permitía realizar extensos viajes intergalácticos. Habíamos llegado a visitar(1) los planetas más próximos, cuyos moradores eran especímenes muy primitivos; hasta aquel momento no conocíamos la existencia de otra civilización con una inteligencia similar a la nuestra. Nuestro apasionante cometido, el objetivo que transformaba nuestras extremidades en flanes crispulianos, era atravesar el punto más lejano conocido en busca precisamente de una inteligencia que nos complementara y que desatascara el bloqueo creativo de nuestros ilustres pensadores. Si el éxito nos acompañaba, 43 y yo seríamos los protagonistas del primer encuentro con una cultura extranastasiana. 

A priori no se trataba de una misión a ciegas, ni suicida. El comité astronáutico de la CEA -la Confederación Espacial Anastasiana- había localizado en una galaxia denominada Vía Lechosa un planeta con unas condiciones y una evolución que lo convertían en firme candidato a ser habitado por seres con cráneos tan voluminosos como los nuestros.

Con un destino tan distante pero preciso, y con la tecnología más avanzada que se hubiera concebido nunca a nuestra disposición, despegamos con el sexto eclipse del día. Siguiendo el sabio consejo de CIRILO, el ordenador central de la nave, nos introdujimos en las cápsulas criónicas, pensadas para evadirnos del probable tedio de un trayecto de catorce años y cuatro semanas. Antes de cerrar la escotilla, 43 y yo nos miramos, exhibiendo ambos una sonrisa de nariz a nariz por la emoción.



Parecía que tan sólo había transcurrido un segundo cuando desperté. 43 acababa de salir de la cápsula y ya se estaba colocando el segundo calzoncillo. Habían pasado más de catorce años pero seguíamos mostrando una lozanía ejemplar. Tras recuperar la plena consciencia y el equilibrio, y desayunar un tazón de cereales urbicianos que nos supo a gloria, organizamos la agenda. En un par de jornadas llegaríamos a aquel planeta misterioso, tiempo que aprovecharíamos para preparar toda la parafernalia necesaria para nuestra investigación y para ponernos un poquito más nerviosos.

Por fin divisamos el planeta. Mayormente esférico y azulado, su apariencia era muy prometedora. La excitación por el hito ante el que nos encontrábamos crecía paulatinamente, pero debía imponerse el protocolo. Éste lo componían tres pruebas que debíamos realizar desde la nave navegando por la órbita del planeta.

La primera prueba era la crucial; si no se superaba, la misión sería catalogada como fracaso. Consistía en la detección y evaluación del nivel de tecnología de la civilización objetivo. Introdujimos en CIRILO el disquet con el programa y lo ejecutamos. Después de seis horas estrujando algoritmos, nuestro infalible ordenador nos arrojó el terrible resultado: en aquel planeta existía algo remotamente calificable como inteligencia, pero su tecnología era a todas luces obsoleta.

Nuestras órdenes nos obligaban a formalizar las dos pruebas restantes y, decepcionados, abatidos, incluso defraudados, proseguimos con la recopilación de datos. La misión no consistía únicamente en obtener una respuesta afirmativa o negativa, sino también en descubrir y analizar las razones de tal respuesta.

A pesar de todo, la segunda prueba también despertaba cierto interés. Se trataba de establecer algún tipo de comunicación con los habitantes del territorio a visitar. Fueron necesarias otras seis horas, atestadas de gemidos y exabruptos por parte de CIRILO, para alcanzar una nueva conclusión. El registro, tras procesarlo por el traductor del omnipotente ordenador, sólo ofrecía gruñidos y exhalaciones. En ningún caso se podía establecer el patrón de un lenguaje articulado.

Resultaba evidente el descarte de aquel planeta como potencial colaborador, pero era menester la realización del último trámite. El poderosísimo ordenador de la nave podía recopilar toda la información registrada en medios escritos y audiovisuales y ofrecernos un informe sintético sobre los acontecimientos que habían determinado el estatus tecnológico de aquel planeta. Insertamos el último disquet, pulsamos “Enter” y esperamos la réplica de CIRILO.

“Hace 45.003 años, en el año 2020 después de un tal J.C. según la Tierra -que es el ridículo nombre con el que los lugareños conocen a su planeta-, un virus altamente contagioso obligó a prácticamente toda la población mundial a confinarse en sus hogares, suspendiéndose así gran parte de actividades profesionales y recreativas. Cuando la crisis comenzaba a superarse, las autoridades nacionales fueron concediendo a sus ciudadanos ciertas libertades como, entre otras diligencias, la de desplazarse fuera de sus domicilios para realizar práctica deportiva. Los humanos, nombre genérico con el que se conocen entre ellos, formalizaron una simbólica diáspora desde los hogares donde se encontraban recluidos con el fin de practicar lo que ellos consideraban deporte y con lo que la mayoría nunca había tenido contacto anteriormente. El resultado de la combinación de esta súbita liberación y la incongruencia de la mente de los humanos fue tan demoledor que el 99% de la población se lanzó literalmente a las calles a correr, no por necesidad sino por una extraña sensación de placer, y abandonaron el cultivo de la mente. La educación y la investigación cesaron y el progreso de la ciencia se detuvo de manera definitiva.”

Apesadumbrados, 43 y yo programamos el viaje de vuelta y retornamos a las cápsulas criónicas. Instantes antes de activar el hipersueño, no podía dejar de pensar en la situación de aquel planeta azul y casi esférico, y si nos lo hubiéramos encontrado de igual manera si aquel virus de hace más de 45.000 años no hubiera existido. Y que paradójicamente aquel virus, causa y origen de su precaria realidad actual, les había salvado de nuestra… visita.


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(1) En los informes oficiales de la CEA era de obligado uso el eufemismo “visitar” para referirse a la colonización y la aniquilación de la población autóctona.

viernes, 21 de febrero de 2020

El ogro irresponsable


A pesar de todo, estaba convencido de que no pasaría nada.

Porque aquella fatídica mañana, el grillo místico afónico que le servía de despertador y el mastodóntico catoblepas que hacía las veces de transporte público se habían aliado de manera no premeditada para provocar un retraso en la hora de llegada al trabajo de Kliss Stonechewer. Concretamente una dilación de cuatro minutos élficos(1).

Aquel desliz no hubiera supuesto mayor tragedia si el protagonista no hubiese sido Kliss Stonechewer; un ogro con una reputación intachable dentro de la corporación a la que prestaba sus servicios de consultoría de gnomos alopécicos desde hacía más de dos lustros élficos. Porque dentro del oficioso expediente de su popularidad, aparte de la excelencia en el desempeño de sus labores, brillaba con luz propia el hecho de que nunca había caído en las redes de la irresponsabilidad ni había sucumbido a las tentaciones de la procrastinación.

En aquella corporación también trabajaba Krogg Hailsneezer. Era lo que se conoce comúnmente como un tipo simpático. Sin destacar especialmente en sus tareas de auditor de boñigas de gasterópodo, un puesto indudablemente de delicada importancia, su compulsiva locuacidad sin embargo le permitía caer muy simpático entre clientes, compañeros y mandos superiores. Simpatía no gratuita, ya que le suponía un excelente paraguas contra las potenciales represalias para aquellas pequeñas faltas y tropelías profesionales en las que incurría de manera más o menos deliberada. Impuntualidades horarias, faltas de ortografía en mensajes de correo electrónico, eructos ancestrales en el transcurso de una reunión… eran gamberradas que se pasaban por alto, o incluso se jaleaban, por la innata y universal caída en gracia de Krogg Hailsneezer.

Porque la corporación donde trabajaban Kliss y Krogg se podía considerar moderna. El "dress code" era extremadamente laxo y los empleados no estaban obligados a vestir de forma elegante, con calzas de cuero de mamut o corbata de lengua de basilisco, por ejemplo. Las pausas para el café(2) de duración indefinida estaban totalmente naturalizadas e incluso podían tutear a sus responsables directos. Por eso, tanto la impoluta conducta de Kliss como la díscola actitud de Krogg, cada una a su manera, pasaban inadvertidas.

O al menos eso creía Kliss Stonechewer.

El flagrante ejemplo de Krogg Hailsneezer sentaba jurisprudencia en las posibles valoraciones de aquellos nefastos cuatro minutos élficos. Porque Hailsneezer rara vez cumplía un retraso menor a esos cuatro minutos élficos y, en cambio, nadie, ni sus supervisores, ni siquiera los gasterópodos flatulentos con los que trabajaba, se lo recriminaba. Así que Kliss, con la conciencia intranquila por su inaudita felonía pero confiado en que la flexibilidad concedida por la modernidad de su corporación le otorgaría una merecida indulgencia, se incorporó a su puesto de trabajo, dispuesto a dar consejos a gnomos preocupados por el declive de su cabellera como si no hubiera pasado nada.

Pero su inofensiva falta de puntualidad no pasó desapercibida. Lógicamente desacostumbrados, sus compañeros le sometieron a un incómodo interrogatorio acerca de aquellos cuatro minutos élficos, de manera por otro lado absolutamente comprensible. En su ánimo de no querer esgrimir excusas para no mostrar una presunta -pero inexistente- debilidad y/o hipocresía, asumió la culpa y achacó aquella informalidad a una irresponsabilidad imperdonable por su parte.

Desde entonces, su reputación antaño intachable se vio seriamente mermada. Y su popularidad, basada en una profesionalidad y responsabilidad cercanas a la perfección, cayó en picado. Toda una vida de esfuerzo y dedicación, guiada por un prestigio cultivado con esmero, se fue prácticamente al traste por un delito fútil, involuntario y común entre la mayoría de sus colegas.

Como anécdota, unos días más tarde, Krogg Hailsneezer se sacaba un moco delante del Inspector General de Escarabajos Peloteros. Y todos los allí presentes le rieron la gracia con estruendoso jolgorio.

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1) El equivalente a tres minutos, cincuenta y siete segundos humanos.
2) El café más popular era el fabricado por los enanos, con extra de alquitrán.