sábado, 4 de abril de 2015

A lomos de la Tortuga


De una manera tan injusta como inexplicable había abandonado hacía mucho tiempo la lectura de la obra de Terry Pratchett (1948-2015). Fue con motivo de su fallecimiento el mes pasado cuando reflexioné sobre ello y sobre todo lo que este escritor británico había aportado a mi bagaje cultural, a mi entretenimiento y a mi vida. Durante muchos años prácticamente monopolizó mis lecturas. No soy un lector voraz, suelo detenerme en exceso en los detalles de los relativamente escasos libros que leo, pero sí me considero un lector fiel. Y hace aproximadamente unos 15 años me convertí en un fan acérrimo y orgulloso de Sir Terry Pratchett, el autor que, junto a Francisco Ibáñez, más me ha influido.

Puede sonar exagerado, pero si pudiera moldear un tipo de novela que reuniera todas las características que me apasionan, se asemejaría mucho a una novela del Mundodisco. No en vano se trata de una saga de literatura fantástica, con toques de ciencia-ficción, monstruos, mitología, crítica social (sin acritud y sin abandonar la parodia) y humor, mucho humor. Humor sutil, británico, del que si no prestas suficiente atención te pierdes un chiste escondido entre dos párrafos. Un humor que inevitable y lamentablemente pierde mucha fuerza en la traducción, sobre todo en las primeras novelas, cuya traducción era ciertamente terrorífica. Ignoro si en ediciones posteriores han subsanado el desastre pero, por ejemplo, en mi edición de Rechicero puedo contemplar con pavor en la contraportada cómo aluden a nuestro querido planeta en forma de disco como Mundovisión.

Porque sí, estamos en un planeta en forma de disco que gira sobre los lomos de cuatro elefantes gigantes que, a su vez, reposan en el caparazón de una tortuga aun más gigante, Gran A'Tuin. Un planteamiento surrealista, inverosímil y a su vez, apasionante. Pratchett no necesitó más para terminar de conquistarme.

Es prácticamente imposible hacer referencia a todo lo que aparece directa o indirectamente en las historias del Mundodisco. Porque el Hombre del Sombrero no sólo diseñó un mundo, con su geografía, sus ciudades y sus ciudadanos. También creó religiones, mitologías, corrientes filosóficas y leyendas dentro de las propias leyendas, con una anarquía tan frívola como adictiva. Si os sumergís por primera vez en el Mundodisco no esperéis una coherencia absoluta, sobre todo en las primeras novelas, aunque sí que es cierto que con el paso de las novelas los cabos se van atando hasta el punto de que se han llegado a editar varias enciclopedias al más puro estilo Tolkien. Pero, insisto, no busquéis leyes firmes e inmutables en un Multiverso donde el más avispado de la prestigiosa Universidad Invisible, su bibliotecario, es un orangután.

Como sucede muchas veces, fue por casualidad como conocí al Maestro, y con no demasiada fortuna. En una recopilación de relatos de Robert Silverberg llamado Leyendas Negras, volumen que contenía historias de otros autores célebres como Ursula K. Le Guin y Tad Williams y que adquirí pensando que sería algo distinto, encontré un cuentecito titulado El mar y los pececitos, de un tal Terry Pratchett, protagonizado por una bruja de cuyo nombre no consigo acordarme. No me quedó claro cómo se llamaba aquella bruja porque en algunos párrafos la llamaba Granny y en otros Yaya. En efecto, se trataba de Esmerelda Ceravieja, la mejor bruja de todos los tiempos.

No guardo un recuerdo especialmente positivo de la lectura de aquel cuento. Entre otras negligencias, cambiar de nombre a un personaje en un relato corto me resultaba inconcebible. No era precisamente Gandalf, quien es el orgulloso poseedor de unos 18 nombres distintos en El Señor de los Anillos. Aun así, investigué un poco sobre el autor y su obra y tardé poco en comprar El Color de la Magia. Me gustó mucho, en parte porque tenía muchas ganas de que me gustara. Reconozco que tanto esta novela como su continuación, La Luz Fantástica, son de lo más flojito a nivel argumental. Siempre he pensado que Pratchett las escribió en plena fase experimental, probando e introduciendo elementos como método de ensayo y error. Y esas pruebas, para mí, un chaval ávido de historias fantásticas con personajes perdedores y estrafalarios y situaciones absurdas pero ingeniosas, suponían un regalo para mis ojos. Y así seguí con Ritos Iguales, Mort, Rechicero...

Entre Mundodisco y Mundodisco cayó en mis manos la trilogía de El Éxodo de los Gnomos. Orientado al público juvenil, se alimenta de la fórmula que tan bien funciona de mezclar elementos fantásticos con cotidianos, narrando las peripecias de una colonia de gnomos que deben afrontar el hecho de abandonar el supermercado que ha sido su hogar, su mundo. Un mundo con países como la Planta de Caballeros o la de Electrodomésticos y cuyo paso del tiempo no se rige por el movimiento de los astros sino por horarios comerciales. En este sentido, la concepción del paso del tiempo que describe Pratchett en esta novela tan aparentemente intrascendente siempre me pareció interesante. Para los seres pequeñitos, los gnomos, el tiempo pasa muy lentamente. A los humanos cuando somos niños nos pasa lo mismo y cuando crecemos el tiempo pasa cada vez más deprisa. El tiempo será algo relativo y subjetivo, pero me cuesta no encontrar algo de objetividad en este hecho.

Otra obra que disfruté fue Buenos Presagios, escrita junto a Neil Gaiman. Por aquel entonces sólo conocía a Pratchett, y eso condicionó sin duda la lectura. Con el tiempo he podido leer más a Gaiman (y he dejado constancia de ello en este mismo blog) y he podido repartir el sentido de humor impregnado en la novela con mayor ecuanimidad. Reparto de méritos aparte, es una historia divertidísima sobre el apocalipsis.

Volviendo al Mundodisco, las historias que sobre él (literalmente) se relatan son muy diversas; sin embargo se pueden dividir, aparte de varias novelas independientes, en cuatro series claramente diferenciadas: los magos, las brujas, la Muerte y la Guardia Nocturna de Ankh-Morpork. La serie de los magos es la inicial, protagonizada en su mayor parte por el desastroso "Echicero" Rincewind, el típico torpe inepto al que al final todas las cosas le salen (casi) bien. También comprende las aventuras de los magos de la Universidad Invisible, comandados por el archicanciller Mustrum Ridcully. Si tuviera que elegir una saga principal me decantaría por ésta, pero no es de mis favoritas. La proliferación de magos con personalidades parecidas y/o contradictorias como el decano, Runas Recientes, el tesorero, etc. despistan a mi entender un poco al lector. Y eso que aquí es donde hace acto de presencia nuestro querido Bibliotecario.

La serie de las brujas es quizá nuestra favorita. Ambientada en las imprevisibles Montañas del Carnero, del País de Lancre, es donde encontramos mayor número de referencias a la cultura popular, los cuentos y la tradición celta (como Aliss la Negra). Y donde conocemos a dos de los mejores personajes de todo el Mundodisco, Gytha "Tata" Ogg y, sobre todo, Esmerelda "Yaya" Ceravieja. También hay una tercera, para completar el trío de Macbeth, Magrat Ajostiernos. Pero Yaya Ceravieja quizá sea el personaje más atractivo, y no por su físico, del Mundodisco. La bruja más antipática y arisca pero a su vez más poderosa y admirada. Y sin verrugas. Todos quisiéramos ser como ella.

La serie de la Muerte la protagoniza el personaje conocido por todos, al que conocemos por su cuerpo esquelético, su túnica, su inefable guadaña y sus conflictos en la traducción (en inglés es masculino y en castellano es caprichosamente femenino). Esta saga tal vez sea la más floja, por dos motivos. La temática tan interesante de Mort, la de tener que buscar a un sustituto de la Muerte en sus delicadas labores, se repite en novelas posteriores y eso nos evoca un deja vu innecesario. Y por otro lado, el personaje de la Muerte aparece en prácticamente todas las novelas como un secundario excelente. Como complemento es muy bueno, pero comer patatas como plato principal acaba aburriendo.

Y por último, la serie de la Guardia, con los mejores personajes a nivel global. Un grupo heterogéneo y apasionante formado por el capitán Sam Vimes, Zanahoria, Angua, Detritus, Nobby, Colon... enanos de dos metros, trolls, mujeres-lobo, borrachos... con este elenco, y en Ankh-Morpork, no puede salir una mala historia. Y precisamente es en esta serie donde encontramos mayor riqueza argumental. Esta guardia tan aparentemente incompetente acompaña al lector en la resolución de crímenes mayormente absurdos. Las historias son de talante detectivesco barnizadas con la ironía y el surrealismo pratchettiano.

Entre una serie y otra encontramos novelas independientes. En ellas se narra una historia sin contar con los personajes habituales, salvo generosos cameos, tratando un tema en particular. Me gustaría destacar Imágenes en acción, que trata el tema del cine y donde nos presentan a nuestro querido perro maravilla, Gaspode. Y Dioses Menores, la novela que yo humildemente recomendaría a aquél que no sabe qué es el Mundodisco y que no está seguro de querer involucrarse en él. Una sátira muy divertida sobre la religión, que huye de fanatismos con muy buen rollo, que osa confrontarla con la filosofía y con unos personajes dignos de minucioso estudio.

Hay otras sagas, pero yo me bajé del tren antes de llegar a la siguiente estación. Estoy seguro de que volveré a subirme al tren y en ese momento volveré a escribir otro artículo como éste. Porque aún nos queda mucho Mundodisco por disfrutar. Tengo libros por leer, que como he dicho al principio no he comenzado porque existen infinitos libros y nuestro tiempo es infinitamente escaso. Y la mayoría de los que he leído son de los que haría una cosa que no acostumbro a hacer, releerlos. La trágica noticia de la muerte de Terry Pratchett me trajo una pequeña alegría al comprobar que numerosos fans en las redes sociales compartían mi tristeza. Me reconfortó saber que, en mi pratchettismo, no estaba solo.