sábado, 29 de noviembre de 2014

El Hombre Mugre


Todos le conocían como el Hombre Mugre porque nadie sabía su verdadero nombre. Tampoco a él le apetecía mancillar el apellido de su familia a causa de su desgracia, por lo que adoptó ese poco benevolente pseudónimo con resignación. Porque debajo de la gruesa capa de suciedad que cubría prácticamente todo su cuerpo y que suponía el origen de su apodo se escondía un hombre muy desgraciado.

Sufría una extraña mutación, pero no como las de los cómics, de las que otorgan superpoderes para luchar contra otros mutantes, invasores alienígenas o altos cargos gubernamentales. La caprichosa genética le había concedido una piel con unos elevadísimos niveles de impermeabilidad. Los fluidos que sus glándulas secretaban efectivamente salían al exterior, pero en la mayoría de casos quedaban adheridos a su extraña piel, así como las partículas externas que tomaban contacto con cualquier parte de su anatomía. Su epidermis era un pegajoso imán para la porquería.

El agua no tenía ningún efecto sobre él. Las duchas eran un recurso que hacía tiempo que había abandonado por su escaso índice de efectividad. Los productos químicos de niveles inocuos de corrosión tampoco lograban desincrustar las costras de suciedad que decoraban su cuerpo. Con el paso de los años, la ropa iba perdiendo fuerza como mecanismo de defensa contra el asedio de la inmundicia, así que, como el pudor y las bajas temperaturas habían dejado de ser un problema, prescindió de ella, a excepción de unas prácticas gafas de buceador que le protegían los ojos. Su estómago y sus pulmones -probablemente gracias a su mutación- se habían acostumbrado a la ingestión de porquería, de manera que ésta apenas era nociva para su salud.

Obviamente su vida social se veía cruelmente condicionada por su fatal circunstancia. Él también se aislaba, para evitar mofas o gestos de desprecio, para proteger sus sentimientos. Era consciente de que nadie sería capaz de amarlo jamás, por eso evitaba el contacto con otras personas, casi con idéntica repulsión con que a él lo evitaban. No deseaba amar a alguien que sintiera repugnancia por él. Era una montaña de mugre de metro ochenta que aún albergaba sentimientos humanos y no podría soportarlo. Era un hombre absolutamente normal encerrado en el cuerpo de un pestilente monstruo.

viernes, 14 de noviembre de 2014