domingo, 23 de enero de 2011

El vecino recalcitrante

Estoy hasta casi seguro de cómo se llama. De lo que no estoy tan seguro es del piso exacto donde vivía cuando podíamos considerarnos oficialmente vecinos. Este olvido se debe sin duda a que nunca le he concedido a mis vecinos la importancia que tal vez merezcan, especialmente en caso de extremísima necesidad como explosiones de bombonas de butano, cortes de luz o agua, presencia latente de testigos de Jehová merodeando con depredadora actitud...
En nuestro vecindario vive mucha gente, pero no es demasiado grande. Esta circunstancia hace que los encuentros con aquellos que situaríamos a un nivel por debajo de los "conocidos", aquellos de los que sabemos el 2% de sus vidas (el piso donde viven, no la puerta, el rostro de su mujer y, cuando proceda, de sus hijos y poquita cosa más por nuestra escasa curiosidad) sean demasiado frecuentes de una manera difícilmente explicable en términos probabilísticos.

El vecino, o técnicamente ex-vecino, que me produce el desasosiego suficiente para dedicarle estas líneas, afortunadamente no es de aquellos en que cada vez que te cruzas con él se te plantea el absurdo dilema del saludo y la duda del nivel de efusividad del mismo. En ese aspecto, me siento totalmente liberado de semejante presión, lo cual es muy de agradecer. Sencillamente, no lo saludo.
Estos fugaces encuentros se suelen producir en una determinada área, un cruce de calles tan característico que la mayoría de veces que transito por él suelo acordarme del vecinito de marras. Y siempre que evoco estos pensamientos, allí aparece. En el supermercado, epicentro de la zona, parece que esté esperando a recordarlo para surgir cual aparición sujetando una lata de calamares en su tinta. No lo conozco, pero estoy convencido de que no es mala gente. La única desgracia es su don de la oportunidad, la facultad de aparecer justo cuando mi mente traviesa recuerda que la vez pasada (y la anterior, y la anterior, así exponencialmente) que pasé por esa calle o delante de esa farmacia, recordé que me había cruzado con él, justo como la vez anterior.