sábado, 11 de mayo de 2013

El Monedero de las Sirenas


Azazirel era una sirena oscura, tenebrosa. Extremadamente bella pero denostada por sus semejantes por su agrio carácter y sus nefastos modales. Renegada, amarga, sepultada por la codicia, vivía aislada de la comunidad alimentada por su única meta, la avaricia.

A Azazirel le gustaba pesquisar las profundidades del océano en busca de valiosas perlas u otros insólitos tesoros. En dicha búsqueda empleaba la mayor parte de las horas del día, constituía la actividad principal de su jornada. Sus seres más queridos, entre ellos su padre Tritón, se hacían cruces sobre tal desenfrenado comportamiento. La solidaridad y el cariño eran términos absolutamente extraños para ella.

Le gustaba el dinero. Poder comprarse caprichos era su mayor estímulo. Y esta depravada motivación alcanzó su culmen cuando localizó un artilugio justo en el fondo del mar. Un monedero. Orondo, rebosante. Apetitoso. Sin dudarlo un instante, Azazirel lo acometió entre sus aletas dispuesta a apoderarse de él para que pudiera ayudarla a cumplir sus más materiales deseos. Con regocijo comprobó cómo lo que se contorneaba en su interior tintineaba con una melodía muy musical para ella. Perlas quizá. Monedas. Dinero.

Cuando ya se encontraba en su lujosa morada, jactándose de la buena fortuna de su hallazgo, el destino le propinó una bofetada de las que hacen época. Lo que era un simple monedero para una sirena como ella, no era más que el recinto de los huevos de un tiburón salvaje, tremebundo. Lo que ella consideraba monedas de cambio para una vida lujosa y despreocupada no eran otra cosa que responsabilidades y preocupaciones. En aquellos huevos dormitaban los vástagos de los más feroces tiburones que el dios Océano había conocido.

Y así, nuestra encaprichada moza, susceptible a un mundo de lujurias y excesos, se vio condenada al cuidado de unos muchachos tiburones, de puntiagudas dentaduras, inocentes y necesitados del más mínimo consejo maternal, el consejo de la inexperta Azazirel, sirena pija y repelente pero inesperada madre adoptiva. Y todo por un simple y miserable monedero.