viernes, 28 de septiembre de 2012

Externalidades


En la lejana región de Telesforia vivía el dueño de una enorme granja, el goblin Grammo Stola. Su granja era la más extensa del lugar y con su inmenso potencial era la envidia de sus competidores. Sin embargo, Stola no disponía de las herramientas adecuadas para optimizar el rendimiento de sus recursos, lo que provocaba que la competencia le superara en ventas de leche de harpía doméstica y de calabacín de las Hespérides, sus especialidades y sin duda suculentos manjares para los paladares más exigentes del país.

Ante esta situación, Stola tomó la decisión de contratar al licántropo Rafaelus, quien con su reputación y su condición de cuñado sería capaz de darle el empujoncito necesario al negocio del hermano de su esposa. A pesar de que los emolumentos de Rafaelus fueron estratosféricos, el resultado obtenido de su intervención no fue el deseado. La producción no aumentó, ni se mejoró sustancialmente la productividad, pero además se generó una desorganización en practicamente todas las estructuras de la granja. Los Elfos Antipáticos que se encargaban de ordeñar a las harpías mostraban un descontento cada vez mayor, mientras que los Gnomos Rabiosos que tenía Grammo Stola en plantilla incrementaron exponencialmente sus constantes y genéticos grunidos y refunfuños.

La impotencia del empresario le condujo a invertir una suma mayor en otras herramientas, mucho más eficientes según el hombre-lagarto Charlatánez. Este abyecto mercachifle le convenció de que su producto era mucho mejor que el de Rafaelus, justificando así su elevado coste. A Stola no se le pasó por su verde cabeza invertir esa parte de su cada vez más exigua fortuna en el arreglo o mejora de las instalaciones de su cuñado y se dejó convencer por las virtudes de la oferta de Charlatánez. Como resultado se pasó a una situación claramente ineficiente, pues los aparatos "a medida" que le aportó el parlanchín hombre-lagarto eran incluso más inadecuados para su granja que los del hombre-lobo. Sin duda Charlatánez y su equipo dedicaron muchas horas al proyecto, pero en sus análisis apenas hicieron hincapié en las peculiaridades de la granja de Stola.

Terriblemente frustrado y prácticamente arruinado, pues las grandes inversiones que había realizado en mejorar la productividad y la eficiencia de su negocio habían supuesto más un coste que un beneficio, Stola tuvo que recurrir al prestamista Isaak Boniatenberg, quien aceptó aportar fondos para al menos mantener a flote la granja. Como contraprestación, aparte de unos intereses leoninos, Boniatenberg impuso al goblin la obligación de invertir en una nueva mejora de los mecanismos de administración y control de sus instalaciones. Absolutamente desquiciado, a Grammo Stola no se le ocurrió otra idea que volver a contratar a Charlatánez.

Aún no sabemos si la granja seguirá en funcionamiento durante muchos años. De lo que sí tenemos la certeza es de que Rafaelus salió airoso de una chapuza mayúscula, que Charlatánez y su verborrea se enriquecían con sus sospechosas artes y que Boniatenberg recuperaría su préstamo. Y que Grammo Stola, pese a su indudable buena fe, no aprendía de sus errores.

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