viernes, 7 de diciembre de 2012

Las series de nuestras vidas (2)

2. Dexter



Con la séptima temporada dando ya sus coletazos finales, todo apunta a que la octava será la última de esta maravillosa serie. Ocho temporadas es un registro muy loable. Y el mérito se ve incrementado por el hecho de que en todas ellas -al menos, hasta donde llevamos de la séptima- el nivel argumental y de tensión no cae ni un instante. Es posible que haya algunas mejores que otras -me sigo quedando con la cuarta de nuestro querido John Trinity Lithgow- pero todas ellas superan sin problemas el listón tan alto que impuso la temporada inicial.

Ése es, insisto, el gran mérito de Dexter. Tiene un argumento relativamente original pero fácilmente erosionable: un forense, especialista en sangre, de la policía de Miami sufre un trauma infantil y desde entonces siente una necesidad casi fisiológica de acabar con la vida de aquellos delincuentes que hayan salido indemnes de sus crímenes, ya sea como acto de justicia o como profilaxis. Con su padre adoptivo y ex-policía de mentor, tanto en vida como después, una vez fallecido éste, apareciendo en la compleja imaginación de Dexter, establece unas normas, un código, que sigue a rajatabla y que define hasta la compleja logística de sus asesinatos.

La paradoja de un defensor de la ley convirtiéndose en justiciero, de los que llevan la justicia hasta el extremo, es un planteamiento interesante pero con presumiblemente poco futuro una vez superada la sorpresa inicial. Nada más lejos de lo que sucede en Dexter. Los momentos de tensión que produce el temor de que vaya a ser descubierto, no por ser numerosos dejan de ser divertidos y emocionantes. El enorme carisma del personaje, excelentemente interpretado por Michael C. Hall (a quien nos costará ver en otro papel en el futuro), es adictivo. Especialmente destacables son las acotaciones de la voz en off del propio Dexter, rebosantes de humor negro, adelantándonos cuáles serán sus próximos actos, replicando en silencio a sus interlocutores, haciendo guiños realmente ingeniosos al espectador.

Detrás de esta personalidad tan tormentada pero cautivadora hay una serie de personajes secundarios que aportan el toque de humor más blanquito (Masuka, Batista), por un lado, y el componente moral que equilibra la extraña carencia de valores de Dexter Morgan (su hermana Debra), por el otro. Son personajes dignísimos y adecuados a la gran calidad de la serie, que no desentonan y que en otras circunstancias hubieran recogido gran parte del cariño que le dedicamos casi en exclusiva a nuestro serial killer favorito.

Es fuerte, poderoso, inteligente. Para poder ponerlo a prueba, es necesario que sus rivales, sus némesis, estén a la altura. Y cada uno, en su estilo, le ponen en más de un aprieto. En cada temporada Dexter tendrá que lidiar con al menos un psicópata con un desequilibrio distinto pero a la vez similar al suyo. En muchos casos se verá peligrosamente identificado con el malhechor; en otros, sentirá atracción y curiosidad. También las propias autoridades serán un proveedor de enemigos para el bueno de Dexter. El elenco de actores que encarnan a estos villanos es sencillamente espectacular: Keith Carradine, Jimmy Smits, John Lithgow, Colin Hanks, Edward James Olmos, Jonny Lee Miller, Ray Stevenson. Todo un lujo.

Para que una serie se convierta en una referencia, es importante saber retirarse a tiempo. Y ocho temporadas es una cantidad generosa y, casi nos atrevemos a decir que, suficiente. Pero Dexter Morgan ya ha pasado a la historia de la televisión como uno de los personajes más carismáticos de principios de siglo (probablemente junto con Walter White). Y, sin duda, echaremos de menos los memorables créditos iniciales de cada capítulo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario