viernes, 22 de mayo de 2015

Maruja Desinformada


Cluchatilde Cazalla, o como a ella glamurosamente le gustaba que la llamaran, Madame Tequila, tenía un oído prodigioso. Su capacidad auditiva era ciertamente un don divino, pues era capaz de escuchar conversaciones que se llevaban a cabo a tres manzanas de distancia. Sin que fuera principalmente su labor en el cuadriculado organigrama de Villacebollos del Catalejo, acostumbraba a alertar al alcalde del humilde municipio cuando una cuadrilla de indios merodeaban las afueras con aviesas intenciones.

Por si este práctico superpoder no fuera suficiente, Madame Tequila poseía una infalible memoria. En su cerebro tenía archivadas en estricto orden alfabético las intricadas ramas de los árboles genealógicos de la totalidad de la población de Villacebollos. Nunca preguntaba a ningún chaval que de quién era, pues almacenaba tal dato en su disco duro prácticamente desde el alumbramiento del mozo. Ella se jactaba de tales virtudes, que le conferían la capacidad de estar al corriente de todo lo que sucedía en el pueblo, memorizarlo y promulgarlo cuando surgiere la oportunidad. Era sin duda una hemeroteca con faja y verrugas.

Además, para consolidar su status de Maruja Oficial, tenía la desagradable costumbre de preguntarlo todo, de interesarse por asuntos que en absoluto le concercían. En cuanto algún ciudadano insignificante abría la boca para expresar, simplemente, la molesta sensación de un picor en la punta de la nariz, ella acudía rauda al lugar de los hechos para confirmar la noticia y recabar más datos. Vivía por y para la vida de los demás, en una patética mezcla de una enfermiza voluntad de caer bien al mundo y una insulsa vida propia. Esta aparente empatía de Madame Tequila hacia el resto de sus paisanos no le otorgaba enemistades, pero tampoco una enorme popularidad. Caía bien pero, a pesar de sus extraordinarios oído y memoria, no generaba admiración.

Todo cambió un día, de repente. Sin haberlo planificado antes, los habitantes de Villacebollos empezaron a utilizar una técnica desconocida hasta entonces: el cuchicheo. Los rumores -cuyo espectro se extendía desde bombazos como suculentas infidelidades matrimoniales hasta trivialidades como la evolución durante la semana del color de la ropa interior de un pueblerino random- circulaban de unos a otros en voz extremadamente baja, en un volumen inaccesible para la agudeza de los radares de Madame Tequila. Ella, para paliar tal insoportable desajuste, preguntaba, pero los demás, inmersos en el fervor de la rumorología, la ignoraban de manera involuntaria. Para colmo, los integrantes de aquel maligno círculo de cuchicheos esbozaban una sonrisa maliciosa, lo que desesperaba en grado sumo a la hasta entonces Suma Maruja del pueblo.

Madame Tequila no lograba comprender. Allí pasaban cosas y ella no era testigo, juez y notario. Ponía el oído y no escuchaba, preguntaba y nadie respondía. El inesperado fallo de aquella perfecta sociedad comenzó a trasladarse a su perfecto organismo interno. No procesaba los datos de manera correcta. Era algo inconcebible...

Y esa mañana, en pleno centro del pueblo y rodeada de aquellas malas personas que no compartían con ella sus confidencias, se produjo el cortocircuito. De sus prodigiosas orejas saltaron chispas, sus ojos adquirieron un inusitado color rojo, rasgos metálicos asomaron bajo su piel, empezó a babear un denso líquido blanquecino... El oído extremadamente agudo y la infinita memoria por fin tenían una no humana explicación.