viernes, 4 de junio de 2010

Animales de percusión

Un buen día, Tar'Ugg se disponía a dar su paseo matutino. Lo hacía en solitario, ya que el resto de machos de su especie, a diferencia de él, adoraban la caza y dedicaban las primeras horas del día a procurar el sustento de la tribu. Sin embargo, Tar'Ugg, hijo de Gran'Ujj, abominaba la muerte, la sangre y la casquería. Ya era vegetariano millones de años antes de la invención del término. Así que, siendo la recolección tarea exclusiva de las hembras y como la división sistemática del tiempo entre ocio y trabajo tampoco había sido inventada, disponía de mucho tiempo libre que empleaba para pasear y disfrutar del paisaje.

Aquella mañana fue diferente a las de aquellas largas caminatas sin sobresaltos y llenas de helechos, jilgueros y mamuts a las que estaba acostumbrado. Y todo por un hallazgo, pequeño en tamaño pero descomunal en poderío.

Se trataba de un objeto metálico, una especie de cilindro con un mango ergonómico en un extremo y un pulsador adaptado al dedo índice de cualquiera de las dos manos. La función de aquel artilugio era de lo más misteriosa, aunque era bastante fácil averiguar la manera de asirlo. Así que Tar'Ugg, deslumbrado por el brillo del metal, lo agarró instintivamente.

Poco tardó el pulsar el misterioso resorte a la altura de su índice, siendo un topo dientes-de-sable el primer testigo de la capacidad del Smith&Wesson aterrizado en la prehistoria.

Tar'Ugg, horrorizado por la visión del cráneo abierto del topo, soltó el arma y salió corriendo como un avestruz con hemorroides. Afortunadamente no llegó a la aldea y no contribuyó a consolidar la rechifla de la tribu hacia su persona. Más sereno, analizó la situación y volvió al lugar del revólver y del tálpido mutilado. Pronto comprendió las posibilidades de aquel invento.

Acudió raudo a la aldea, casi a la hora de comer, con el arma escondida en su taparrabos de oso hormiguero en una posición que llamó la atención de Pel'Anduskka, la chica más "alegre" del poblado. Una vez hubo devorado su ración de bayas silvestres, y motivado por la excitación de todo lo acontecido durante la mañana y por los guiños de Pel'Anduskka, se acercó de manera provocadora y barriobajera a Gor'Ilah, el tipo más bruto de la región, quien dedicaba la sobremesa a sacudirse las moscas de las axilas, y le empujó con todas sus fuerzas.

Aquel empujón inicialmente implicó que Gor'Ilah se percatara de su presencia y posteriormente que tuviera ganas de quitarse otro díptero de encima. Cuando el matón se disponía a arrear un soberano guantazo a Tar'Ugg, éste extrajo el arma del compartimento secreto del taparrabos y apretó el gatillo. Gor'Ilah cayó todo lo largo y ancho que era. El silencio que siguió al estruendo del disparo fue (pre)histórico, así como las expresiones de pavor que concedían quienes osaban mirar al primer pistolero de todos los tiempos.

Y así fue cómo Tar'Ugg se convirtió en el líder de su tribu. Pudo aspirar a las mejores bayas y a mujeres de mejor reputación que Pel'Anduskka. No le faltaron enemigos, aspirantes a su puesto, quienes fueron fulminados gracias al objeto venido del más allá.

Tras varios años imponiendo una política del terror, un nuevo usurpador se acercó a su morada. Era Per'Zebbe, un intrépido demócrata dispuesto a jugarse la vida por terminar con aquel régimen cochambroso. Aprovechó las primeras horas del día para atacar al dictador ya que era vox populi que, tras aquel día en que Gor'Ilah fue derrotado, la adquisión de poder le hizo a Tar'Ugg abandonar la sana costumbre de madrugar y así podría pillarlo desprevenido. Pero Tar'Ugg dormía con un ojo facial abierto y no dudó un instante en apretar el gatillo para acabar con la vida de aquel osado asaltante.

Esta vez algo fue diferente. Per'Zebbe seguía en pie. No hubo estruendo, ni sangre. Apretó varias veces más el gatillo de manera infructuosa. Aquel objeto enviado por los dioses había agotado su fuerza y, por consiguiente, Tar'Ugg la suya. Los curiosos asomados a la cueva, testigos de la situación, fueron poco a poco acercándose con aviesas intenciones al trono del dictadorcillo de paseos campestres a quien ni siquiera le quedaba una bala para suicidarse.

sábado, 27 de febrero de 2010

Pintores de verdad



Apenas necesitamos una media hora en la Tate Modern, en Londres, para darnos cuenta de dos cosas: A, que el ¿Arte? Contemporáneo es la estafa consentida más flagrante de la historia y B, que las únicas obras que nos gustan pertenecen -causalmente y no casualmente- a los pintores más conocidos.

Klee, Tanguy, Magritte, incluso alguna cosilla de Jackson Pollock tenía su gracia. Tampoco Francis Bacon lo hacía mal, salvando el obstáculo de la reconocida incompatibilidad entre el talento en la pintura y el hecho de ser británico. El romance entre el mundo del Arte, el Arte de verdad, y los hijos de la Gran Bretaña se limita a la música del siglo XX, especialmente durante la segunda mitad. Fueron los mejores sin discusión.

Como los españoles en la pintura durante varias épocas. Es por eso que los mejores cuadros que podemos ver en la Tate Modern son -oh, sorpresa- de Dalí, Picasso y Miró.

A bote pronto, y en una clasificación algo aventurada, podríamos afirmar que entre los diez mejores pintores de la historia, al menos hay cuatro nacidos en la Península: Picasso, Velázquez, Goya y Dalí. No hay nada más lejos de nuestra intención que la exaltación patriótica, estamos absolutamente convencidos de nuestra objetividad. Cada país tuvo su disciplina y su época de esplendor y en España, la pintura, ya sea a través del nacimiento de genios o del mecenazgo y el patrocinio, ha alcanzado una calidad difícilmente igualable.


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Los derechos de "La Metamorfosis de Narciso" (1937) de Salvador Dalí corresponden a sus legítimos propietarios.

martes, 5 de enero de 2010

Cita con Medusa



Al final me he decidido y le he propuesto una cita a esa chica tan misteriosa que trabaja en el Departamento de Recursos Humanos. Antes de este encuentro, apenas habíamos intercambiado cuatro frases, suficientes para percibir esa sibilante pronunciación de los fricativos que me sedujo de contundente manera.

De hecho, la única consonante que he oído expulsar a sus labios ha sido la "S"; la usó para corroborar que efectivamente se había acabado el papel de la fotocopiadora en nuestra primera conversación y por segunda y última vez para confirmar esta cita.

Es poco habladora. Esta circunstancia y el hecho de que jamás te mire a los ojos me conduce a pensar que se trata de una persona muy tímida. Sin embargo, no hay duda de que posee un fuerte carácter, otorgado por su entrañable cara de malas pulgas. Su peinado también es original y llamativo, aunque, no sé por qué, pero cuando lo contemplo me viene a la cabeza la palabra -poco adecuada para calificar una cabellera femenina- "peligroso".

Esta mezcla de sensualidad y misterio que derrocha fue la que me empujó a proponerle una cita formal a la Srta. Gorgona (o "Finiqueitor", como gusta llamarla a mi Departamento por su extraña afición a redactar finiquitos de manera compulsiva). No sé si le entusiasmó la idea, porque ni siquiera me miró mientras le hablaba, pero tras un suspiro de resignación (más parecido al aullido de un lobo hemofílico) accedió a mi oferta.

Acudió puntual y especialmente bella. La saludé con dos besos en las mejillas y noté cierta aspereza en su cutis que me hizo cosquillas en los labios. Me reí, aunque ella no lo apreció, y pedimos un par de cafés. Nos contamos, a grandes rasgos, nuestras vidas. Me contó que tenía dos hermanas y que había estado casada con un tal Perseo, que la maltrataba y que tenía la extravagante obsesión de cortarle la cabeza. Me dio bastante pena, pero me tranquilizó observar la entereza con la que gestionaba el asunto.

Fue una lástima, porque su vida parecía de lo más apasionante, pero su timidez hizo que me proporcionara los datos a cuenta gotas. Seguro que tenía más cosas que contar que yo, daba la sensación de haber viajado y, sobre todo, vivido mucho. Por cortesía, no quise preguntarle la edad, pero estoy convencido de que tras su juvenil aspecto se escondía una persona de cierta edad. Como si le hubiera vendido el alma al mismísimo Hades...

Pasé un rato agradable. Yo creo que ella también, a pesar del rictus de náusea constante en su rostro. No obstante, me hubiera gustado que en algún momento de la conversación me hubiera mirado a los ojos... O tal vez no, tras ver lo que le pasó al camarero cuando nos trajo la cuenta, exorbitante para tratarse de dos míseros cafés.