viernes, 3 de febrero de 2017

El Destino del Inmortal


Llevaba siglos en la Tierra, y los que le quedaban. Había visto nacer y morir decenas de generaciones, y lo había hecho con absoluta indiferencia, pues era incapaz de amar y de odiar. Era el primero de su especie y prácticamente el único. Al menos nunca había conocido a nadie semejante a él. Eso lo satisfacía plenamente y lo llenaba de orgullo, o por lo menos un sentimiento parecido.

Por esta afición a la exclusividad Makharius-14 rechazaba el vampirismo. Él era único y no deseaba convertir a nadie en nada como él. Su peculiaridad y su longevidad le concedían mucho poder en aquella sociedad corrupta y al borde del colapso y difícilmente renunciaría a ella. Además, cada vez con más frecuencia, un nuevo descubrimiento tecnológico hacía dar un paso cada vez mayor al progreso de la civilización y él se hacía más fuerte.

Era consciente de ser un organismo cibernético prácticamente desde su primera actualización. Por desgracia para él, su condición resultaba evidente para el resto del Universo y quienes osaban mofarse de él lo hacían dirigiéndole el apelativo de "robot", antes de ser fulminados por el rayo láser de 14 voltios del ojo izquierdo de Makharius-14. Porque, a pesar de su ausencia de carbono y de células con tendencias suicidas, de su incapacidad de sentir dolor y felicidad, de su memoria finita pero ampliable y su procesador infalible, se consideraba humano.

Lo hacía a pesar de que la especie humana había alcanzado como sociedad un nivel ético subterráneo. La violencia y las hostilidades eran continuas, entre continentes, entre ciudades, entre ciudadanos. Era un comportamiento que Makharius-14 no entendía y probablemente por ese motivo se abstenía de analizar y, por consiguiente, de imitar. Como tampoco se veía perjudicado, por su férrea constitución y su inalterable personalidad, pocos gestos hacía para combatir la autodestrucción de aquella inmunda sociedad.

Se sentía inmortal; había sobrevivido y sobreviviría a todos aquellos seres, humanos reales, a los que le gustaba equipararse para poner de manifiesto su biónica superioridad. No le importaba en absoluto que murieran, ya fuera por un crimen abyecto o por causas naturales. Por eso, la guerra global que se estaba cocinando le pilló totalmente desprevenido.

Tras la guerra nuclear que redujo drásticamente la población mundial, sobrevino un apocalipsis. Los recursos naturales eran escasos, especialmente los energéticos. En todo el yermo en que se había convertido la Tierra desapareció cualquier medio para producir electricidad.

Makharius-14 comenzó a inquietarse. Por más que se desplazara por multitud de núcleos urbanos, a la vertiginosa velocidad que le permitía la actualización 13.2.1, no lograba encontrar ninguna toma de corriente que funcionara para conectarse y recargar su batería. Su duración era considerablemente larga, pero si no lograba acceder a una fuente de energía lo antes posible, lo iba a pasar realmente mal.

Su búsqueda resultaba desesperante e infructuosa. Para colmo, a su alrededor contemplaba a aquellos frágiles humanos reseteando su civilización, purificando agua, cosechando los campos fértiles que habían escapado de la radiación, incluso devorándose puntualmente los unos a los otros. Ese instinto de supervivencia, del que Makharius-14 carecía por resultarle hasta entonces innecesario, le acercó a la comprensión de un sentimiento entre la envidia y la ira. No podía comer tubérculos llenos de tierra, ni beber agua levemente contaminada, ni siquiera devorar entrañas humanas. Nada de eso recargaría su batería. Necesitaba algo que se había ido y tardaría en volver mucho más que el tiempo que le quedaba de energía en su otrora orgulloso organismo cibernético.

La lucecita roja y los estridentes pitidos que anunciaban que a su batería, como a él, le quedaban horas de vida, fueron el punto a partida a pensamientos insólitos y angustiosos sobre su futuro inminente. Nunca había pensado que ese momento llegaría y lamentó profundamente su indolencia cuando observaba, incluso divertido, cómo los humanos se destruían los unos a los otros. Tal vez hubiera podido hacer algo... Como en cualquier lamentación, ya era demasiado tarde y, caprichos del destino, su posible resurrección dependía de aquellos seres inferiores.

Quizás algún alma caritativa lo encontrara y lo preservara hasta que volviera la corriente eléctrica y pudieran darle vida cual monstruo de Frankenstein. O la fortuna le fuera adversa y cayera en manos de unos vándalos desalmados, tan numerosos en aquellos tiempos de saqueos y delincuencia, y lo desguazaran para vender las piezas a cambio de medio kilo de melocotones. También existía la posibilidad de que un día despertara, con su consciencia intacta pero privado de su poderío físico, convertido en, por ejemplo, una tostadora.