viernes, 21 de julio de 2023

El primer libro

Todos recordamos el primer libro que leímos. Si no el primero, uno de los primeros, uno de aquéllos que se infiltraban furtivos entre las lecturas impuestas, con toda la buena voluntad del mundo, por nuestros padres o por el sistema educativo de la época, pero que resultaban ligeramente incompatibles con aquellos incipientes intereses literarios nuestros.

Seguramente no fue el primer libro que leí, si consideramos como "libro" todo aquello que motiva a un crío de unos seis años a proceder con el ritual de pasar páginas. Pero sí fue el que marcó, no sólo esos incipientes intereses literarios míos, sino buena parte de mi personalidad.

Para mi cumpleaños, no recuerdo si el sexto ó séptimo, les pedí a mis abuelos un "Superhumor". Tal cual, sin especificar. No disponía de ninguno en mi vacía, a la par que inexistente, estantería y era un concepto que me entusiasmaba. En aquella época, hace cuarenta años, sin Internet, sin cuarenta canales de dibujos animados en televisión, nos entusiasmaba a todos. Yo conocía a Mortadelo y Filemón por la revista "Mortadelo", y a Zipi y Zape, los cuales promovían cierta rivalidad con mis vecinos, más proclives a los gemelos Zapatilla, y a muchos más personajes (Rompetechos, Carpanta,... sí, la lista de siempre, la nuestra, la de los abuelos Cebolleta). Y era muy consciente de lo que era un Superhumor: un compendio de historietas de todos esos personajes; aparte de mi máximo deseo desde el punto de vista material (el único punto de vista posible por aquel entonces).

Resulta que mis abuelos se plantaron el día de mi cumpleaños, no con un "Superhumor", sino con el mejor Superhumor de todos los tiempos. Me gustaban tanto Mortadelo y Filemón que hubiera sido capaz de transigir y deglutir con relativo apetito historias del botones Sacarino o de Sir Tim O'Theo como las verduras que acompañan el entrecot. Pero no, ellos, como si me conocieran, me hicieron probablemente uno de los mejores regalos que nadie me ha hecho nunca, con una puntería absoluta; un Superhumor de nada más y nada menos que de "Mortadelo y Filemón a todo gas".

Huelga decir que aquel tomo lo devoré, casi literalmente. De hecho, aquí tengo las pruebas. Lo que no recuerdo con exactitud son los pormenores de la digestión.

(El pobre está hecho mistos de una manera que no sé si sentir vergüenza u orgullo).

Me aprendí casi sin darme cuenta las viñetas de memoria y en este momento, hojeándolo muy someramente como calentamiento para este humilde artículo, se han despertado muchísimos recuerdos. Imágenes que creía olvidadas de chistes, gags visuales, disfraces de Mortadelo, situaciones inverosímiles... Prácticamente en cada página hay al menos una imagen que la tengo metafóricamente tatuada en todo el colodrillo.

Lo normal en un Superhumor era que hubiera historietas cortas, de personajes variados, tal como se presentaban en la revista Mortadelo y similares. O como en los maravillosos ejemplares de la "Colección Olé", auténtico germen de los Superhumores. A éstos los recordamos con mucho cariño y respecto, probablemente por su formato de tomo arcaico, pero no hay que olvidar que no eran más que media docena de Colecciones Olés arrejuntados. De hecho, entre las mismas páginas se pueden encontrar las entrañables cortinillas de separación, que no eran otra cosa que las subportadas y las subcontraportadas de los ejemplares de Olé.


Por cierto, en estos elementos aparentemente tan frívolos, la inspiración del recién desaparecido Ibáñez me parecía magnífica, mezclando algo terrestre como una motocicleta con la motivación marítima. Me arriesgo a afirmar que he adoptado, también de manera pseudoinconsciente y a mil años luz de distancia, esta filosofía en mis humildes garabatos.

Este volumen en cuestión cuenta con cinco historias largas, acompañadas de otras aventuras más cortas, muchas de ellas sin ser obra de Ibáñez ni especialmente brillantes, pero que en su día consumí con la idéntica voracidad, lo que les hace acreedoras del mayor de mis respetos.

La primera aventura es 'Los Invasores'. Con probablemente uno de los mejores prólogos, con parodias y chistes cada dos viñetas, nos narra cómo nuestros agentes secretos favoritos tienen que enfrentarse a los parroquianos de un bar y a una horda de invasores extraterrestres, con un plot twist inesperado. Lamentablemente, como se ha evidenciado en la segunda imagen de este artículo, no dispongo físicamente de las siete primeras páginas, y es una lástima, porque hay viñetas sencillamente sensacionales. Y el primer extraterrestre con el que se enfrentan es de mis favoritos.


Le sigue 'El otro "yo" del Profesor Bacterio', quizás una de las historias más recordadas. Ya desde la primera viñeta se nos anuncia la acción desenfrenada que nos va a acompañar durante toda la aventura. Lo peculiar y lo que acrecienta la tensión es que el villano esta vez es uno de los nuestros, un doctor Jeckyll que se ha convertido en un Mr Hyde de tres al cuarto. Mortadelo y Filemón tendrán que perseguir y desbaratar los malévolos planes del científico de las barbas. O más bien sus toscas travesuras en todos los ámbitos de la sociedad brugueriana de la época.


Probablemente la historia que más me marcó fue 'Los Monstruos'. Con un arranque sensacional, con la mejor entrada secreta al cuartel general que recuerdo (que me tuvo años, lustros, dándole vueltas), nos explica cómo un nuevo invento fallido del Bacterio ha provocado la aparición de los monstruos más célebres de la literatura, el cine, el folklore y alguno más que pasaba por allí. Al final resulta que no es exactamente así, lo que demuestra que aunque estos tebeos se regían por patrones relativamente estrictos, no estaban exentos de sorpresas. Al menos en estas historias largas de Ibáñez.


La trama de 'Los Cacharros Majaretas' es bastante más convencional. Es estupenda, por supuesto, pero nos cuenta algo que ya hemos sufrido, incluso en la piel del lector, hasta la saciedad: la misión de los agentes de la T.I.A. consiste en probar los inventos del Bacterio. En cualquier caso, aunque la trama principal carezca del interés dramático del resto, la inverosimilitud de los medios de transporte con la que tienen que lidiar es divertidísima y además encontramos algunos de los mejores chistes de esta etapa. Aparte de que jamás olvidaré la expresión "viejales gotoso".

Llegados a este punto, y a falta de mencionar la última historia, no puedo dejar de referirme, no sin admiración, a las cornisas amarillas con las que decoraban la parte superior de las páginas. Los motivos eran siempre los personajes protagonistas, y combinaban una decena de diseños siempre muy evocadores. A mí, como retoño aspirante a dibujante, me fascinaba la capacidad de condensar tanto mensaje en un rectángulo tan injustamente desproporcionado. Estoy convencido de que tendría su función, además de un nombre más técnico que el de "cornisa amarilla", que desconocía y desconozco, pero que en su momento nunca me planteé.


Como colofón a este apoteósico volumen nos vamos a 'El circo'. Otro escenario pintoresco donde nuestros héroes pueden dar rienda suelta a su torpeza en el contexto ideal. Siguiendo el esquema habitual, esta vez tienen que ir asumiendo el papel de todos los personajes de este espectáculo, o enfrentarse a unos peligros insospechados y rocambolescos: atracciones, magos, artilugios de payasos, animales cabroncetes... De nuevo la trama es lo de menos, pero la versatilidad del mundillo circense les viene como anillo al dedo. Y sigue aportando unas viñetas que jamás olvidaremos.


Los luctuosos acontecimientos recientes me han dado el empujoncito necesario; hacía demasiado tiempo que tenía en mente escribir un post como éste, donde mostrara toda la admiración y, sobre todo, agradecimiento, a la figura de Francisco Ibáñez. El agradecimiento no puede ser mayor, pero la admiración probablemente sí porque revisionando muy por encima estas páginas, me he dado cuenta de que este humor, sorprendentemente, y al menos en estas páginas, se conserva muy bien.

O tal vez los chistes no son tan buenos y todo es producto de la nostalgia. Si es así, me importa un pimiento.

Gracias, maestro.


Y gracias, yayos, por todo lo que me habéis dado, entre otras cosas este "Mortadelo y Filemón a todo gas".