jueves, 22 de diciembre de 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

martes, 15 de noviembre de 2011

Mi vecino Estentor


Hasta hace poco, creía que en el piso de debajo de mi casa se había instalado un ejército de cincuenta hombres. Más que un ejército, parecía un coro, ya que todos gritaban y proclamaban al unísono. Frases cotidianas e inofensivas como "La cena está lista" o "Me he quedado sin papel" retumbaban hasta hacer peligrar los cimientos del edificio.

No obstante, nunca tuve constancia de la presunta masificación del inmueble. En el buzón sólo aparecía el nombre de un tal "Estentor López Guzmán". Aparte del tal López, no me cruzaba con nadie, ni escuchaba pasos ni ajetreo. Sólo esa voz, esa terrible voz, como salida de ultratumba, que torturaba mis tímpanos sin compasión con trivialidades propias de cualquier vecino normal. Las horas de su telecomedia favorita eran un auténtico suplicio a cada chiste, así como los partidos de fútbol en los que su equipo goleaba. Era un sinvivir.

Afortunadamente todo esto terminó hace un par de días, de repente. Me ha contado durante el breve periplo ascensoril hoy mi vecina, la que vive justo junto a López Guzmán y que se caracteriza por su supremo chafarderismo, que anteayer vino a visitarle un tal Hermes, un muchacho alto y apuesto y con alas pintadas en las zapatillas que, al poco rato, tras un chillido inconcebible para el oído humano (excepto para ella) salió de Can Estentor con un sapo reventado entre sus manos.

sábado, 12 de noviembre de 2011

jueves, 3 de noviembre de 2011

La pelota y el señor


Siempre cruzo temeroso por el tramo de acera donde haya un colegio. Hay uno especialmente terrorífico y me toca pasar por él casi a diario, pero procuro no evitarlo para vencer esos temores y para no negar la irracionalidad de los mismos.

Este colegio, como la inmensa mayoría de ellos, dispone de una verja para impedir la fuga de los críos. Si este ingrediente lo sumamos a la hora de mi paso, la hora de comer, obtenemos la situación propicia para la catástrofe. Es esa hora en la que los niños que no pueden acudir al domicilio paterno para comer, lo hacen en las mismas instalaciones. Y como afortunadamente no invierten en alimentación las tres horas intermedias entre las clases matutinas y vespertinas, deben buscarse un pasatiempo el resto del tiempo. El favorito: fútbol o sucedáneos.

La combinación pelota + verja resulta altamente provocadora. Da la sensación de que la pelotita, al percatarse de la presencia de la valla, cobra vida y experimenta una especie de magnetismo hacia el exterior, hacia la libertad. Y mi fugaz presencia por ese exterior de la verja parece ser el desencadenante del drama.

En efecto, cuando paso por ahí, a mi izquierda veo cómo, tras la verja, unos mocosos se asoman con desesperación y gritan algo que no descifro, ni quiero descifrar, pero que deduzco perfectamente. A mi derecha, la puñetera pelotita. La música que sale de mis auriculares me sirve como escudo protector, como causa del falso ensimismamiento que no me permite atender las súplicas de las criaturas.

Varios motivos justifican este comportamiento; desde la poca confianza en mi forma física, que me impediría efectuar un lanzamiento que superara la barrera, hasta la seguridad de la nula gratitud y reconocimiento de los críos hacia mi hazaña. Pero la razón principal para que pase olímpicamente de ellos es la costumbre de referirse a mí como "señor". "Señor, me pasa la pelota?"... Instintivamente, la respuesta debe ser un "no" rotundo. Qué les enseñarán a esta juventud hoy en día en las escuelas? Un señor es un hombre mayor, con bigote, bastón y sombrero (una boina también valdría). Como venganza a semejante calumnia, no me queda otro remedio que castigarles con unos minutos más sin su balón, a la espera de que un "señor" auténtico les auxilie. Estoy seguro de que a una chica de mi edad (o de apariencia de mi edad) no le llamarían "señora". Eso es aún peor; además de inexactos, discriminadores.

viernes, 7 de octubre de 2011

Las series de nuestras vidas (8)

8. The Big Bang Theory


Soy poco aficionado a las series de comedia, de capítulos de 20 minutos y risas enlatadas. Admito que no he tenido la paciencia suficiente para dar merecidas oportunidades a iconos televisivos, salvo honrosas excepciones como Cheers o Frasier, debido al choque de filosofías entre estas series y mi concepción del producto. Las célebres "sitcoms" están pensadas para la evasión y el mero entretenimiento, algo extremadamente loable. Sin embargo, en cualquier producción literaria y audiovisual yo busco ese mínimo pero con algo más, en forma de aportación cultural o trama realmente interesante.

Big Bang Theory incluye en su esquema estos pluses que demando, a medias. Sin ser un especialista, he advertido que su estructura es la típica de estas producciones: relaciones de amistad pendientes de un hilo, amoríos frustrados, situaciones confusas, ridiculización de personajes, etc. Aún siguiendo estos cánones, esta serie es diferente; los personajes, a pesar de rozar el esperpento, poseen carisma y es fácil encariñarse con ellos. Su ridiculez y su carácter loser ayudan a este efecto.

Lo que más destacaría de esta serie, y quizá sea lo que me llamó la atención y la diferencie de las demás, es la elaboración de los gags, su contenido, su alusión a mundos tan dispares como la ciencia o el cómic, pero a la vez tan integrados en el universo friki. Un científico sólo entendería la mitad de los chistes; un trekkie o un lector de cómics, la otra mitad. Para entenderlos todos, o casi todos (porque es una serie muy localizada, hay muchas alusiones a costumbres y lugares de los Estados Unidos), hay que ser como los protagonistas, unos auténticos frikis.

Mención aparte merece el personaje de Sheldon Cooper, todo un descubrimiento, cuyo frikismo roza el paroxismo. No. No lo roza, lo sobrepasa. Sin duda sus intervenciones son lo mejor de la serie y su personalidad hace que el resto de personajes muchas veces parezcan vacíos y sin gracia. Esto lo han sabido captar los astutos guionistas pues, como sucedió en su día con el hoy cansino Homer Simpson, es notable su mayor protagonismo y la mayor exageración de sus estrafalarios rasgos.

martes, 13 de septiembre de 2011

Las series de nuestras vidas (9)

9. The Walking Dead


Como en el caso anterior, estamos ante una serie con una primera temporada de inusual duración, 6 capítulos. Y, además, también tiene una temática muy recurrente en los últimos tiempos: las plagas de zombies.
Este género cinematográfico, y ahora televisivo, tan genialmente creado por el gran George A. Romero allá por los sesenta, sigue siendo garantía de éxito y conserva con cierta solvencia sus legiones de fans. Sin embargo, nos da la sensación de que el abuso al que se le está sometiendo en los últimos años puede conducir al hastío a los incondicionales. Por eso se agradecería un poco de moderación en el uso de la fórmula, o bien añadirle unas gotitas de originalidad, al estilo de Zombies Party.

A pesar de ser poco innovadora, la excelente producción y ciertos pasajes del guión hacen que esta serie resulte muy entretenida, especialmente durante la primera mitad de la mini-temporada. Aún habiendo visto muertos vivientes por todas partes y de todas épocas, desde Romero hasta Boyle, pasando por Lamberto Bava, debemos reconocer que en algún momento hemos pasado miedo. Y, eso, tiene mérito hoy en día.
Como se suele decir, está muy bien hecha. Los zombies son creíbles, las ciudades abandonadas sobrecogedoras y los actores (mención especial para el entrañable Michael Rooker) desarrollan bien su papel.

Lástima que durante la segunda mitad el interés caiga notablemente. Sin dejar de sentir en ningún momento la amenaza de la presencia de los monstruos, ésta se va desvaneciendo y la trama lamentablemente se centra en las relaciones interpersonales de los protagonistas. Algo que puede resultar atractivo para determinada audiencia pero nos hace echar de menos las persecuciones y las escaramuzas de los come-cerebros que de manera tan irracional nos divierten.

domingo, 28 de agosto de 2011

Where's Wall-E?

Me encanta esta ilustración:



Como cabe la remota posibilidad de que no hayáis reconocido todos los robots que aparecen, os remito a este enlace, que quizá pueda ayudaros.

viernes, 26 de agosto de 2011

Las series de nuestras vidas (10)

Tras varios años de análisis y consumo moderado, puede ser un buen momento para hacer balance de las series de televisión que más hemos disfrutado durante los últimos años. Una vez finalizada la tiranía de los programadores de televisión, que nos obligaban a estar presentes delante de nuestra pantalla, a la hora que a ellos les convenía, para poder seguir el hilo a un producto fragmentado por naturaleza, llegaron las condiciones idóneas para seguir las ofertas más interesantes que pueden darse en televisión (exceptuando retransmisiones deportivas, ciertos informativos y algún honroso concurso): las series.
Ahora, con multitud de canales de pago y gratuitos, y con esta cosa llamada Internet, es muy fácil poder ver cualquier capítulo cuando te dé la gana y dejar de cancelar citas para no perdernos las evoluciones de nuestros héroes.

Sin duda, las mejores series se realizan en Estados Unidos. Es un país que hace muchísimas cosas mal, pero que en hacer televisión no les gana nadie. Es algo innato, prácticamente lo inventaron ellos, como el baloncesto. En España, si hubo talento alguna vez en cine o televisión, se derrochó con Chicho Ibáñez Serrador y con las maravillosas películas de Esteso y Pajares.
Si, además, añadimos la crisis creativa que rodea al cine hollywoodiense durante la última década y que nos acribilla a remakes y adaptaciones de cómics y videojuegos, todo indica que el ingente talento creativo de los guionistas americanos ha ido a parar a la televisión, en especial a la ficción, que es lo que exportan masivamente al resto del mundo.

En las próximas semanas (o meses, dada la triste cadencia de este humilde blog) intentaré repasar las diez series, por estricto orden de valoración y de menor a mayor, que más me han gustado en los últimos tiempos. Todas son anglosajonas, la mayoría americanas aunque alguna británica hay por ahí. Y cuya fecha de estreno es relativamente reciente, lo cual puede resultar injusto, ya que algunas series clásicas son igualmente excelentes. De todas maneras, una serie, como una película, se concibe y se realiza pensando en el público del momento y por eso resulta más sencillo que a éste le acabe gustando más que series o películas atemporalmente mejores pero "paridas" en otra época.

Antes de comenzar, quisiera manifestar mi voluntad de evitar los "spoilers". Una de mis intenciones es recomendar las series que aquí expongo a quienes no las hayan visto y que las disfruten con la misma virginidad que un servidor. Intentaré suministrar la información adecuada para evitar destripamientos graves o leves, aunque estoy convencido de que sabrán perdonar cualquier torpeza reveladora que surja de mi teclado.

Sin más dilación, comenzamos por la última de la lista.

10. Sherlock


Un caso curioso. La primera (y única de momento) temporada dura sólo tres capítulos, pero todos ellos son de casi una hora de duración, lo que me hizo pensar que se trataba de una miniserie. Pues no, parece que va a haber, al menos, segunda temporada.
Detrás de una idea poco innovadora, cuyo máximo exponente es la utilización del personaje más "sobado" de la cinematografía, probablemente junto al Conde Drácula, se esconde un producto muy entretenido. A la exitosa e imperecedera fórmula de la habitual resolución de crímenes a lo Jessica Fletcher le añaden el enorme carisma del personaje de Sherlock Holmes con sus excentricidades típicas (y algunas más) y ambientado en nuestros días. El absoluto anonimato del actor que lo encarna (y cuya dosificación dificulta el encasillamiento) contribuye a conferir al detective una personalidad más marcada. Me niego a compararlo con R. Downey Jr., a quien sigo viendo mejor como el crápula multimillonario Tony Stark.

La sutil interacción con el espectador es otro de los elementos que más llaman la atención. Por un momento nos ponemos en la piel de Holmes, siendo partícipes omniscientes de sus descubrimientos; aunque si no somos eruditos de la obra de Conan Doyle ni tenemos un olfato considerable, nos resultará relativamente complicado avanzarnos a la trama en lo que respecta a la resolución del misterio. Estos misterios son algo menos enrevesados que los literarios, aunque tampoco son triviales.

Por supuesto, nos debemos sentir identificados con el personaje del doctor Watson. Su sencillez, perplejidad y su infinita capacidad de verse sorprendido por Holmes es compartida contínuamente por el espectador, lo que aporta el componente de empatía necesario para engancharnos o, al menos, atraernos hacia las aventuras de estos dos personajes.

Como decía al principio, es un caso curioso. Es una serie que puede verse como una sucesión de tres películas, debido a su duración y a la ligera vinculación entre capítulos. Y no es nada novedosa, pero esta muy bien hecha (aunque no sea americana :-P) y, lo más importante, es muy divertida.

martes, 24 de mayo de 2011

Alter ego I

Danny DeVito



Crispin Glover



Louis Gosset Jr.



Kelsey Grammer



John Hurt



Frank Langella



Ron Perlman





John Rhys-Davies



Tim Curry




Robert de Niro

viernes, 8 de abril de 2011

La última parada está en el nuevo barrio

Preparando ¿? el relato para el concurso de mis queridos TMB's de este año, me he dado cuenta de que el año pasado no lo publiqué en este humilde blog. Para paliar la escasez de entradas y como encomiable intento de captar inspiración, lo publico ahora.

Era demasiado tarde y llegaba tarde a la cita. Por fortuna, divisé cómo un autobús de la línea 77 se acercaba a la parada poco después de que yo me plantara allí. Mi cita era cerca del Port Vell y, a pesar de que nunca había utilizado esa línea, tenía entendido que atravesaba la zona. Así que, sin tener constancia de dónde debía apearme exactamente pero apremiado por el tiempo, procedí a no desaprovechar mi buena ventura y subir al vehículo sin dudar un instante.

Casi resbalo nada más poner el pie sobre el primer escalón de acceso; éste se encontraba forrado por una extraña tela antideslizante a la que no di más importancia que la que merecía la paradoja experimentada de un casi-resbalón sobre una superficie cuyo único propósito era evitarlos. Y como los cambios y conatos de mejoras en la funcionalidad y el diseño de los vehículos eran frecuentes, en seguida olvidé el levemente inestable inicio del viaje. Cancelé religiosamente mi T-10 de 9 viajes restantes y escruté el interior en busca de la ubicación óptima.
Nada más sentarme, me percaté de la elevada humedad en el ambiente. Mi percepción fue acentuada por el sofoco que acarreaba a causa de las prisas. El resto del pasaje, una media docena de personas, estaba rigurosamente quieto, casi hierático. Me sentía inquieto, tenía como un extraño presentimiento.

Instantáneamente decidí sacudirme esos demonios y contemplar el paisaje nocturno barcelonés, con el fin de relajarme y disfrutar unos minutos del trayecto. La vida transcurría sin sobresaltos por el Paralelo: una limusina amarillo limón y un usuario del Bicing con su chihuahua de paquete fueron las únicas estridencias del escenario.

Llegó el momento crucial, en el cual los niveles de estrés volvieron a dispararse. Nos acercábamos al puerto y no tenía ni la más remota idea de dónde estaba mi parada. Tenía dos alternativas: el defecto o el exceso. Opté por la segunda opción, es decir, decidí esperar un tiempo prudencial dentro del autobús y examinar el lugar donde se bajaran los pasajeros que lo hicieran. Este tiempo prudencial se prolongó de manera preocupante, y mi preocupación se iba agravando mientras veía que ningún pasajero hacía ademán de solicitar parada.

De repente, miré por la ventana y me di cuenta de que no conocía la calle por dónde circulábamos. Cansado de especular, llegué a la conclusión de que era mejor apearse en ese momento y moverme por las calles libre de rutas preestablecidas. Pero no me dio tiempo a pulsar el botón de solicitar parada, alguien se me adelantó. Un anciano de tez pálida se levantó de su asiento reservado y se situó junto a la puerta. Yo también me incorporé y me puse a su lado. Había algo en él que me resultaba incómodo; era la misma sensación anterior, difícil de explicar, y que también sentía hacia el resto de pasajeros que todavía se encontraban en el interior. Ese leve desasosiego se convirtió en estremecimiento cuando dirigí la mirada hacia aquel hombre. Pude contemplar perfectamente cómo unas branquias destacaban en los flancos de su arrugado cuello. Miré hacia todas direcciones horrorizado: una señora emperifollada tenía escamas en su cara y brazos y un adolescente con rebelde acné era un perfecto palmípedo. Con un espanto extremo, miré por la ventana para buscar un entorno reconocible como tabla de salvación, justo en el momento en el que las calles se cubrían de agua, peces y algún que otro batiscafo….

Así que éste era el nuevo barrio de Barcelona. Cerquita del puerto. Ni que decir tiene que llegué tarde a la cita. Y todo por no sospechar nada cuando me subí a aquel diabólico autobús de la línea 77 y vi al chófer con escafandra.

domingo, 23 de enero de 2011

El vecino recalcitrante

Estoy hasta casi seguro de cómo se llama. De lo que no estoy tan seguro es del piso exacto donde vivía cuando podíamos considerarnos oficialmente vecinos. Este olvido se debe sin duda a que nunca le he concedido a mis vecinos la importancia que tal vez merezcan, especialmente en caso de extremísima necesidad como explosiones de bombonas de butano, cortes de luz o agua, presencia latente de testigos de Jehová merodeando con depredadora actitud...
En nuestro vecindario vive mucha gente, pero no es demasiado grande. Esta circunstancia hace que los encuentros con aquellos que situaríamos a un nivel por debajo de los "conocidos", aquellos de los que sabemos el 2% de sus vidas (el piso donde viven, no la puerta, el rostro de su mujer y, cuando proceda, de sus hijos y poquita cosa más por nuestra escasa curiosidad) sean demasiado frecuentes de una manera difícilmente explicable en términos probabilísticos.

El vecino, o técnicamente ex-vecino, que me produce el desasosiego suficiente para dedicarle estas líneas, afortunadamente no es de aquellos en que cada vez que te cruzas con él se te plantea el absurdo dilema del saludo y la duda del nivel de efusividad del mismo. En ese aspecto, me siento totalmente liberado de semejante presión, lo cual es muy de agradecer. Sencillamente, no lo saludo.
Estos fugaces encuentros se suelen producir en una determinada área, un cruce de calles tan característico que la mayoría de veces que transito por él suelo acordarme del vecinito de marras. Y siempre que evoco estos pensamientos, allí aparece. En el supermercado, epicentro de la zona, parece que esté esperando a recordarlo para surgir cual aparición sujetando una lata de calamares en su tinta. No lo conozco, pero estoy convencido de que no es mala gente. La única desgracia es su don de la oportunidad, la facultad de aparecer justo cuando mi mente traviesa recuerda que la vez pasada (y la anterior, y la anterior, así exponencialmente) que pasé por esa calle o delante de esa farmacia, recordé que me había cruzado con él, justo como la vez anterior.