jueves, 3 de noviembre de 2011

La pelota y el señor


Siempre cruzo temeroso por el tramo de acera donde haya un colegio. Hay uno especialmente terrorífico y me toca pasar por él casi a diario, pero procuro no evitarlo para vencer esos temores y para no negar la irracionalidad de los mismos.

Este colegio, como la inmensa mayoría de ellos, dispone de una verja para impedir la fuga de los críos. Si este ingrediente lo sumamos a la hora de mi paso, la hora de comer, obtenemos la situación propicia para la catástrofe. Es esa hora en la que los niños que no pueden acudir al domicilio paterno para comer, lo hacen en las mismas instalaciones. Y como afortunadamente no invierten en alimentación las tres horas intermedias entre las clases matutinas y vespertinas, deben buscarse un pasatiempo el resto del tiempo. El favorito: fútbol o sucedáneos.

La combinación pelota + verja resulta altamente provocadora. Da la sensación de que la pelotita, al percatarse de la presencia de la valla, cobra vida y experimenta una especie de magnetismo hacia el exterior, hacia la libertad. Y mi fugaz presencia por ese exterior de la verja parece ser el desencadenante del drama.

En efecto, cuando paso por ahí, a mi izquierda veo cómo, tras la verja, unos mocosos se asoman con desesperación y gritan algo que no descifro, ni quiero descifrar, pero que deduzco perfectamente. A mi derecha, la puñetera pelotita. La música que sale de mis auriculares me sirve como escudo protector, como causa del falso ensimismamiento que no me permite atender las súplicas de las criaturas.

Varios motivos justifican este comportamiento; desde la poca confianza en mi forma física, que me impediría efectuar un lanzamiento que superara la barrera, hasta la seguridad de la nula gratitud y reconocimiento de los críos hacia mi hazaña. Pero la razón principal para que pase olímpicamente de ellos es la costumbre de referirse a mí como "señor". "Señor, me pasa la pelota?"... Instintivamente, la respuesta debe ser un "no" rotundo. Qué les enseñarán a esta juventud hoy en día en las escuelas? Un señor es un hombre mayor, con bigote, bastón y sombrero (una boina también valdría). Como venganza a semejante calumnia, no me queda otro remedio que castigarles con unos minutos más sin su balón, a la espera de que un "señor" auténtico les auxilie. Estoy seguro de que a una chica de mi edad (o de apariencia de mi edad) no le llamarían "señora". Eso es aún peor; además de inexactos, discriminadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario