jueves, 31 de octubre de 2019

sábado, 26 de octubre de 2019

Una diosa revoltosa

Todos los dioses y diosas del Olimpio son muy famosos, reconocibles y, si las oraciones son correctamente pronunciadas, accesibles. O casi todos y todas. Porque hay una diosa relativamente desconocida por ser muy difícil de localizar, ya que siempre anda corriendo de un lugar sagrado para otro. Una celeridad a todas luces estéril, pues el retraso en las citas es un factor mesurable y, por consiguiente y por desgracia para ella, acumulable.

A pesar de su aparente carencia de popularidad, la diosa Festina cuenta paradójicamente con multitud de adeptos. Mortales que, a causa de su devoción, siempre llegan tarde a todos sus compromisos, con independencia de su trascendencia. Entre estos millones de devotos existen varios niveles de fanatismo; los más leves manifiestan su veneración haciendo esperar a sus amigos un período sensiblemente inferior al límite de ruptura de amistad. Los más radicales mezclan religiosidad con cinismo y acuden con un retraso más o menos premeditado a sus obligaciones laborales, esgrimiendo como irrefutable pretexto su extravagante culto.

A los que madrugan no es precisamente Festina quien les ayuda; levantarse temprano está absolutamente prohibido en su culto. En la comunidad del Olimpio, ella misma es la última en levantarse, horas más tarde que por ejemplo Malumiocus, el dios de los chistes malos, lo que le acarrea la imperativa omisión del desayuno y una higiene corporal adecuada -necesaria entre los dioses y diosas únicamente por una cuestión cosmética-.

Entre el resto de dioses y diosas no está bien considerada, es más, está catalogada como maligna, ya que sus predicaciones conducen a sus mortales seguidores a cometer torpezas continuamente, e incluso fechorías. Actos tan reprobables como saltarse semáforos, empujar abuelitas, hacer perder el tiempo al prójimo y un largo etcétera están a la orden del día gracias a -la oficialmente malvada- diosa Festina, quien dispone además de un ejército de sacerdotisas, denominadas las prisas, que propagan su mensaje de caos y desorden descontrolado subyacente.

Para mantener determinado equilibrio, el cual funciona como los engranajes que permiten el transcurso de la Historia de la Humanidad sin accidentes de naturaleza cuántica, la Providencia ha procurado otro dios, muchísimo más austero y humilde y con una legión de seguidores infinitamente menor que Festina, conocido como Lente.

Lente es infaliblemente el primero en levantarse cada mañana en el Olimpio. Lo hace incluso antes que Galliclamore, el dios despertador (también considerado maligno por motivos obvios). Tanto él como sus feligreses compensan la pérdida de tiempo de los festinianos en el Universo aportando sus propios minutos, incluso horas, al acudir con excesiva (y terriblemente extrema) antelación a sus convocatorias. Gracias a ellos se produce ese necesario equilibrio, caprichoso e ineficiente, y no exento de cierto conflicto entre los partidarios de derrochar el tiempo ajeno y los de invertir el propio en depósitos sin rédito alguno.

Profetas y vaticinadores auguran que en el Armagedón del mes que viene se producirá la esperada batalla final entre Lente y Festina, que decidirá un reparto más eficiente del tiempo ocioso de los mortales. Una batalla cuyo resultado tendrá enormes repercusiones en la vida cotidiana de los humanos y en la de la mayoría de dioses. Y diosas.

sábado, 19 de octubre de 2019

El Guasón


Actualmente, cuando opinamos sobre una película, o sobre un libro, o sobre cualquier otro tipo de obra, no nos basamos en el análisis, sino en la comparación. Probablemente siempre haya sido así, de manera más o menos inconsciente, pero en este punto de nuestra evolución cultural es mucho más acusado, ya que acumulamos un bagaje tal que nos conduce a encontrar, casi sin pretenderlo y por una cuestión estadística, referencias en obras anteriores cuando consumimos algún producto recién salido del horno.

Limitándonos al cine -pero, como he dicho, es algo extrapolable al resto de manifestaciones culturales-, cada año se hacen más películas, que se van acumulando en nuestra memoria y en nuestra estantería porque se suman a las anteriores, las clásicas que han perdurado en el tiempo y que por suerte son fácilmente conservables con los medios actuales. Y cada año tenemos a nuestra disposición más elementos con los que comparar con puntería relativa cualquier cosa que veamos.

Ahora no solemos afirmar si una película es buena o mala. Decimos que es mejor o peor que otra; de la misma saga, del mismo director, del mismo actor... Es comprensible, porque en definitiva supone una crítica rápida, directa y asequible para el receptor -siempre y cuando éste conozca las alusiones-. Por otro lado, las comparaciones provocan algo con mucho éxito en esta era de las redes sociales: controversia. Generalmente son de baja intensidad y su más nefasta consecuencia suele ser el unfollow o el block, pero llama la atención el aparente fanatismo con el que se defiende la referencia favorita de las dos que se encuentren en liza.

He utilizado esta humilde reflexión a modo de preámbulo de este (humilde también) artículo sobre la película Joker (Todd Phillips, 2019). Siendo menos esperpéntico que el debate sobre quién ha sido el mejor Batman en el cine, las (in)evitables comparaciones con jokers anteriores han supuesto una fina cortina de humo en forma de crítica barata sobre una obra que tiene mucho más que ofrecer que el mero histrionismo de un cuarentón perturbado que se disfraza de payaso.

Entendería el debate sobre, por ejemplo, Drácula, James Bond o Sherlock Holmes, personajes de larga trayectoria y que han sido interpretados por múltiples actores, con una solidez contrastada en (casi) cada una de esas interpretaciones. Pero... Batman? Realmente invertimos nuestra saliva virtual en comparar a Michael Keaton con Ben Affleck? Con el Joker pasa algo relativamente distinto, pero igualmente estéril, porque, siendo honestos, comparable al personaje que retrata Joaquin Phoenix únicamente sería el de Heath Ledger en El Caballero Oscuro. Pero este afán de búsqueda de símiles no se detiene con el célebre personaje de cómic, villano del hombre murciélago; también se ha planteado extensamente la poco descabellada equiparación con Travis Bickle, por ejemplo.

Una vez superados estos párrafos liberadores del estigma de las comparaciones, cuya única intención era la de reivindicar la valoración de un producto por sí mismo, procedo a comentar mis humildes impresiones sobre la película de Phillips. A pesar de tratarse de un producto de Warner-DC, las expectativas eran -insólitamente, dados los precedentes- altas. Las excelentes y unánimes opiniones leídas en la previa generaban el temor a un "no-era-para-tanto" antológico. Porque salvo gloriosas excepciones, esta sobreexpectación desmesurada no suele acarrear un feliz desenlace.

Con este sentimiento de contención visionamos los primeros minutos, con interés y con el runrún de los premios cosechados en un festival como el de Venecia -que nos suele dar igual pero no dejamos de ser conscientes de que estos certámenes sirven para generar opiniones-, y, de repente, sin apenas darnos cuenta, pasamos de un estado contemplativo a un conato de empatía con un ser miserable y desgraciado; empatía que va creciendo de manera inexorable a lo largo del metraje.

Esta evolución de nuestros sentimientos transcurre en paralelo a la evolución del personaje de Arthur Fleck, así como gran parte de culpa de nuestra inmersión en película y personaje la tiene la magnífica interpretación de Joaquin Phoenix. Con el asunto los Óscars soy muy escéptico; aunque el año que viene se haya adelantado la ceremonia, la mayor parte de películas que recibirán nominaciones prácticamente ni conocemos su existencia, así que la abstención para la proclamación de su candidatura es absoluta.

Arthur Fleck tiene varios, muchos, problemas psiquiátricos. Pero en cierto modo, y a pesar del mundo que le rodea, una ciudad de Gotham que le oprime y le apalea -también en sentido literal-, mantiene cierto equilibrio en su vida. Gracias a unos frágiles servicios sociales, a la responsabilidad con su anciana madre y a su aspiración vital de convertirse en cómico consigue conservar el estatus de buena persona. Pero estos tres pilares, muy finos para cualquier persona pero estratégicamente colocados para el bueno de Arthur, se van desmoronando poco a poco.

La atención que le dispensaban los servicios sociales posiblemente no serían de los más académicos y productivos que hayamos visto, pero sí le proporcionaban a su organismo una química redentora; los recortes de fondos a estos departamentos estatales/municipales -responsabilidad de Thomas Wayne?- fulminan este suministro imprescindible para la estabilidad mental y vital de Fleck.

Su segundo eje, su madre, también se tuerce drásticamente con un vaivén de revelaciones ante el cual ignoramos cómo reacciona la mente de Arthur, pero que a los espectadores nos marea entre un sentimiento de estupefacción y, por qué no confesarlo, posterior alivio. Al darse cuenta de que su vida hasta hace unos días había sido una farsa, y que su vida durante los últimos días había sido otra farsa, Arthur se siente traicionado y actúa en consecuencia.

Sus entrañables pinitos como monologuista, conductores más de compasión que de hilaridad, son cruelmente devastados cuando Murray Franklin (interpretado por Bobby De Niro), el presentador de televisión más célebre del momento, lo humilla durante el programa a través de la emisión de una grabación de su hasta entonces única (y patética) actuación. La réplica de Arthur al final de la película, maquillada de una sospechosa candidez inicial, es tan brutal que confirma el cambio de talante del muchacho.

Pese a conocer donde va a terminar este viaje psicológico del personaje (SPOILER: se convierte en El Joker), el trayecto es muy sutil, incluso con sus baches y socavones. No obstante, hay un punto de inflexión en la historia -cuando comete su primer (triple) crimen- que nos muestra que, por muy difícil que parezca, nuestro timorato protagonista puede llegar a convertirse en el archienemigo de Batman. Y le muestra al futuro Joker que hacer el mal puede llegar a ser bueno.

Porque giros y sobresaltos que ayudan a romper la planicidad de la trama hay unos cuantos. Y algunos de ellos se basan en engaños posteriormente desenmascarados de manera entre abrupta e indulgente. Por ejemplo, la estupefacción ante la posibilidad de que el Joker y Batman fueran hermanastros generaba una incomodidad tan morbosa que, a su vez, provocaba incredulidad ante su desmentido. También sorprendía que un perdedor desequilibrado como Arthur Fleck tuviera una novia guapa, educada y responsable; la revelación de que sólo estaba haciendo un Tyler Durden nos podía hacer sentir un pelín ingenuos.

En Gotham City todo es exagerado, pero aun así pecamos conscientemente de credulidad. La excepción es la evolución -paralela al personaje- del trasfondo social y político de la ciudad. Es útil, incluso imprescindible, para la trama y para el génesis de la figura del líder criminal que es el Joker, pero cuesta creer que un crimen, de los innumerables que deben sucederse en esa ciudad tan conflictiva, aunque se haya cometido sobre miembros de las castas superiores de esa sociedad salpicada por la injusticia, genere una reacción colectiva tan unánime y radical. O tal vez sea una mera ilustración de la crisis social y la decadencia de Gotham, exhibida de forma excelente en unos escenarios elegantemente sucios y decrépitos.

No voy a recomendar Joker a través de este artículo porque quienes hayan llegado a este párrafo ya la habrán visto. O eso espero, porque se ha colado algún que otro spoiler. Pero fuera de estas líneas la voy a recomendar fervientemente. Porque transmite, hace reflexionar, emociona, no deja indiferente y, lo más importante, entretiene. Aparte del objetivo primordial del cine, la diversión, nos genera unos sentimientos de insólita empatía hacia uno de los villanos más despiadados de la cultura contemporánea, lo que hace muy complicada su inserción en las futuras películas de Batman, por el conflicto de simpatías que tendría el espectador. Pero ahí estará, no lo dudo. Y supondrá todo un reto para Warner-DC. Mis dedos ya están cruzados.





P.S. Ahora que no me lee nadie: Phoenix > Ledger.