viernes, 23 de octubre de 2009

Exceso de oferta

Hay momentos de nuestra vida cotidiana donde solemos evocar -con una frecuencia que confirmaría la teoría de que cualquier tiempo pasado fue mejor- artilugios y entretenimientos de nuestra infancia/adolescencia. Los recordamos con cariño, con orgullo, incluso con añoranza, con ganas de revivir una época en la que no es que fuéramos especialmente felices, pero que desde la perspectiva actual así lo hubiéramos jurado.

Sin embargo, este sentimiento tan agradable nos empuja a cometer un lamentable error: intentar repetir esas experiencias. Nuestra generación, la que vivió su pubertad durante los años ochenta, es la que tiene esa posibilidad más al alcance de sus apéndices y, por tanto, la que tropieza una y otra vez con la dichosa piedra del revival.

Hay dos ejemplos claros y extensos: los videojuegos y las series de televisión. Mientras que en 1986 apurábamos un juego en nuestro idolatrado Spectrum hasta sacarle la última gota de su jugo para amortizar aquellos in-ter-mi-na-bles períodos de carga, ahora en nuestro potente PC con sus múltiples emuladores y sus millones y millones de ROM's, que tardan microsegundos en cargarse, apenas duramos un minuto con cada juego. No es que no tengamos ganas de jugar, al contrario. Es tan grato el recuerdo que guardamos de aquellos "Manic Miners", "Kung Fu Masters" o "Abu Simbel's Profanations" que, sinceramente, nos apetece jugarlos. Pero las condiciones actuales son muy distintas y, por suerte o por desgracia, nada tienen que ver con nuestra edad más avanzada.

Con las series de televisión pasa algo muy parecido. En aquellos tiempos, con sólo dos canales y, además, públicos, en cada momento existía una única serie de referencia: cuando las ratas se extinguieron de la Tierra y los lagartos de "V" nos dejaron tranquilos, pasamos a flipar con un automóvil parlante que ¿conducía? un sex-symbol de origen alemán; tras desguazar a KITT, nos subimos en una furgoneta negra con una línea roja que conducía un forzudo negro con pánico a volar pero que siempre acababa volando o seguíamos con entusiasmo las peripecias de un maestro de escuela que se enfundaba un pijama rojo y también volaba, y sin necesidad de avión. Y así sucesivamente. Ahora mismo, en el 2009, podemos disfrutar de ¿30? ¿300? series emitidas simultáneamente por otros tantos canales. Y, lo más paradójico, somos capaces de seguir el hilo de más de dos y más de cinco series a la vez. Y esta circunstancia tampoco tiene por qué ser necesariamente consecuencia de mayor inteligencia o más tiempo libre ahora que entonces.

Una de las causas, evidentemente, es el aumento de la calidad de los productos. Sin duda las series de ahora son mejores que las de entonces, están más elaboradas y disponen de más medios. Y con los videojuegos pasa exactamente lo mismo, si no algo más acentuado, ya que está más directamente relacionado con el enorme progreso tecnológico de las últimas dos décadas.

No obstante, la causa principal de este hastío en la práctica de los iconos de nuestra juventud se encuentra en un cambio de nuestras costumbres, derivado del mencionado progreso tecnológico y las tecnologías de la información. Es decir, nuestra demanda ha cambiado, ya no queremos una sola serie o un videojuego con un fontanero comiendo setas. Se trata de bienes que nuestro organismo puede incrementar su consumo sin salirse de la restricción presupuestaria impuesta por nuestro bolsillo. Si a esta predisposición por parte del usuario le sumamos que los medios actuales (televisión por cable, satélite o TDT, internet, teléfonos móviles, etc.) permiten a los proveedores de contenidos incrementar su oferta de manera casi ilimitada, tenemos la consecuencia de que la demanda aumenta. Lo que hace que los exclusivos productos ochenteros no nos satisfagan como lo hacían antaño.

A pesar de este aumento de la demanda, sigue existiendo exceso de oferta. Principalmente porque los consumidores necesitamos este exceso de información. Necesitamos saber que, cuando terminemos de ver la última temporada de nuestra serie favorita, tendremos un extenso catálogo entre el cual decidir cuál será la próxima. Este hecho casi nos satisface más que la propia trama de la serie. O, como en los videojuegos: por qué cuando probamos un emulador de un ordenador o consola antigua, como antes hemos mencionado, tardamos poquísimo en cambiar de juego? Sencillamente porque lo que nos reporta placer no es el juego en sí, sino el tener a nuestra disposición una colección ingente y fetichista de pequeños tesoros de nuestra infancia.

Necesitamos exceso de oferta de información. Nuestros hábitos han cambiado, de manera irreversible. Por eso, ya no podemos volver atrás y nos aburriremos si resucitamos a Pac-Man o le damos otra oportunidad a "Mazinger Z".