sábado, 25 de abril de 2009

Caída de un mito

No puedo evitar experimentar cierta decepción tras conocer la noticia esta semana del nombramiento de Xavier Sala i Martin como directivo del Barça.

En absoluto es algo sorprendente; hace varios años que el prestigioso economista "coquetea" con la directiva indisimuladamente y, más temprano que tarde, este día hubiera llegado. Lo que sí llega a sorprenderme levemente es el alto grado de verosimilitud que los periodistas otorgan a la posibilidad de que se presente en las próximas elecciones como candidato a la presidencia. Esto significa que la implicación de Sala i Martin en el proyecto asume unos objetivos mayores que el de simplemente ayudar al club de sus amores.

Tuve la inmensa suerte de tenerlo como profesor en una asignatura de Teoría Económica, hace más de diez años. Entonces no era tan mediático como ahora, pero ya usaba sus famosas americanas. A mí, sin embargo, me llamaban más la atención unas corbatas que hace tiempo que ha dejado de usar. Pero lo de menos era su extravagante atuendo; era (y no tengo duda alguna de que seguirá siendo) un excelente docente. Escuchándole notabas que dominaba las teorías que explicaba como si las hubiera creado él mismo (en algunos casos así era) y además las transmitía de una manera sencilla y directa, con ejemplos cotidianos e incluso folklóricos.

Por sus apariciones en programas de debate en la televisión autonómica catalana, hablando de lo que más le gusta(ba?), unido a su facilidad de expresión y su especial sentido de humor llegué a pensar que sería un hombre capaz de acercar algo tan abstracto, misterioso y abyecto como la economía a la población no especializada en la materia.
Por desgracia no ha sido así. Era una empresa difícil, sin duda, pero factible.

Nunca ocultó su barcelonismo ni su catalanismo, incluso en las clases, siempre con elegancia, pero lo que no me esperaba era su afán por adquirir protagonismo público mediante su incorporación al selecto club de los directivos del fútbol. Y no es que tenga nada de malo, cada uno persigue lo que quiere de la manera (legal) que quiere. Simplemente me resulta frustrante incluir al economista en un colectivo donde figuran egregios nombres como Joan Laporta, Ramón Calderón, Joan Gaspart, Jesús Gil, Ramón Mendoza, Lorenzo Sanz, Ruiz de Lopera, José María Caneda... Personajes que, sinceramente, no voy a valorar porque se definen ellos mismos.

A partir de ahora, Xavier Sala i Martin va a ser conocido por las masas gracias a ser directivo del Barça y no por sus admirables estudios sobre, por ejemplo, el crecimiento económico. Y creo que es una pena, porque tenía un gran potencial. Seguirá estudiando y elaborando teorías con la misma brillantez de siempre, pero me temo que éstas sólo serán accesibles a los interesados en el tema. En cualquier caso, los que en algún momento de nuestra vida mostramos inquietud por la economía, seguiremos siguiéndole los pasos intentando aprender más del maestro Sala i Martin.

martes, 14 de abril de 2009

El viejo que sólo comía garbanzos

Hace poco me vino a la memoria una historia que me contaron cuando era un crío, un recuerdo producto de uno de esos chispazos de pensamientos aparentemente aleatorios que resucitan del sepulcro más profundo de nuestro subconsciente.

El protagonista de esa historia era un viejo, se podría decir, paradigmático. De esos con arrugas en las arrugas, ojos vidriosos, manos esqueléticas y aversión a la dentadura postiza. De los de boina con rabillo, bufanda con pelotillas, contundente cayado y perennes zapatillas de cuadros. Un viejo tan viejo que haría florecer la pubertad en el mismísimo Matusalén y que vapulearía sin miramientos y culturalmente hablando al propio Diablo en cualquier concurso televisivo.

Más allá de las proezas, magníficas sin duda, que hubiera alcanzado el hombrecillo durante su longeva existencia, el rasgo que más destacaba en él y que, sinceramente, fue el que grabó con láser en el DVD (ahora convertido en mísero CD con el paso de los años) de mi memoria fue su estrafalaria dieta. Todo un universo de sabores por descubrir y que su salud, frágil en apariencia pero robusta en esencia, no le impedía disfrutar, era absolutamente despreciado por el viejo. Los hedonistas argumentos con los que defendía su actitud eran irrefutables. Estaba convencido de que ni los más selectos manjares de los seis continentes le proporcionarían un placer tan sublime como el que le daba la degustación de garbanzos cocidos. Y su testarudez, exoesqueletizada en un cráneo forjado y fosilizado con el paso de las décadas, constituía un escudo insalvable para los promotores de nuevos y flamantes sabores.

Poco importaba que don Senén, el dueño del colmado, intentara disuadirlo al subir el precio de dichas legumbres. El viejo era feliz comiendo garbanzos y, mientras su pensión se lo permitiera, seguiría consumiéndolos. En ocasiones debía pasar serias dificultades para poder comprarlos, ya fuera debido a una deficiente producción en el sector o simplemente a la crueldad de don Senén. Sin embargo, la devoción del anciano por sus legumbres favoritas era de tal magnitud que le empujaba a desarrollar métodos alternativos para obtenerlos, como la cosecha propia, o para lograr ingresos adicionales a su modesta pensión, los cuales obviaremos.

El caso, y la moraleja tal vez, es que el encomiable esfuerzo del viejo que sólo comía garbanzos es un ejemplo de lucha por conseguir nuestros deseos y que éstos pueden satisfacerse a pesar de que otros intenten convencernos de lo contrario, de que las condiciones del entorno sean adversas o de que directamente nos obstaculicen en el camino hacia ellos.

En su momento, no comprendí la extraña y casual evocación de semejante historia. Tras breves instantes de trivial reflexión, la asociación de ideas se tornó evidente.