viernes, 15 de noviembre de 2013

Inteligencia Artificial

Roberto era un robot simpático, ya de nacimiento. Porque lo habían programado única y exclusivamente para divertir a los demás, era una especie de bufón del siglo XXII. Su principal función consistía en transmitir optimismo y mantener alta la moral de los astronautas de la conflictiva estación espacial Hefestos XIV.

Para lograrlo, el arma más importante que esgrimía era un arsenal inacabable de chistes. En su directorio los tenía catalogados de tal manera que estuviera minimizado el riesgo de lanzar alguno con determinados matices a algún destinatario indeseado. En su base de datos disponía del perfil de cada uno de los habitantes de aquella lúgubre estación y arrojaba sus chanzas en función de la concordancia entre dicho perfil y la categoría del chiste.

También era un hábil recopilador de chistes. Su amplísima memoria le permitía almacenar en cómodos ficheros .txt cualquier comentario jocoso que llegara a sus receptores auditivos. Además, los Gerifaltes Terrícolas le enviaban con notoria periodicidad los más recientes chascarrillos publicados en una siniestra, pero inmoralmente efectiva, red social llamada Twitter.

A pesar de los esfuerzos de solemnes programadores y robopsicólogos, Roberto tenía un grave inconveniente, no ajeno a la mayoría de sus colegas humanos; era incapaz de discernir qué chistes eran realmente graciosos. Esta valoración suponía una variable extremadamente subjetiva y un reto imposible para sus creadores. Juegos de palabras de extrema simplicidad, referencias al sexo y la escatología, imitación de acentos regionales y de personajes famosos... el robot lo absorbía todo y lo proyectaba en la ocasión oportuna, pero el efecto en la mayoría de ocasiones resultaba demasiado flácido, por lo que conseguía el efecto contrario a sus intenciones.

Lejos de desmoralizarse y protegido por su férreo exoesqueleto, no desfallecía. Continuaba explicando chistes y esquivando tomates y huevos de suirko(1) que le lanzaban los insatisfechos espectadores. Pero él seguía, no perdía la sonrisa en ningún momento, pues así era como sus programadores lo habían establecido. Sin embargo, muchos testigos atentos y curiosos, en alguna entrevista con usuarios que los diseñadores programaban periódicamente, afirmaban que detectaban un cariz de melancolía en las luces que hacían de pupilas en aquella metálica criatura.

Se podía decir que Roberto, nuestro entrañable robot bufón, era un ser artificial que poseía, a su manera, algo que los seres orgánicos y cada vez menos humanos del siglo XXII habían perdido: el sentido de humor.



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(1) El suirko es un ave descubierta en Nueva Zelanda en el año 2091. Su aspecto es una mezcla de grulla de Madagascar y de frailecillo y son famosos por sus huevos y su elevada aportación proteínica.