viernes, 21 de febrero de 2020

El ogro irresponsable


A pesar de todo, estaba convencido de que no pasaría nada.

Porque aquella fatídica mañana, el grillo místico afónico que le servía de despertador y el mastodóntico catoblepas que hacía las veces de transporte público se habían aliado de manera no premeditada para provocar un retraso en la hora de llegada al trabajo de Kliss Stonechewer. Concretamente una dilación de cuatro minutos élficos(1).

Aquel desliz no hubiera supuesto mayor tragedia si el protagonista no hubiese sido Kliss Stonechewer; un ogro con una reputación intachable dentro de la corporación a la que prestaba sus servicios de consultoría de gnomos alopécicos desde hacía más de dos lustros élficos. Porque dentro del oficioso expediente de su popularidad, aparte de la excelencia en el desempeño de sus labores, brillaba con luz propia el hecho de que nunca había caído en las redes de la irresponsabilidad ni había sucumbido a las tentaciones de la procrastinación.

En aquella corporación también trabajaba Krogg Hailsneezer. Era lo que se conoce comúnmente como un tipo simpático. Sin destacar especialmente en sus tareas de auditor de boñigas de gasterópodo, un puesto indudablemente de delicada importancia, su compulsiva locuacidad sin embargo le permitía caer muy simpático entre clientes, compañeros y mandos superiores. Simpatía no gratuita, ya que le suponía un excelente paraguas contra las potenciales represalias para aquellas pequeñas faltas y tropelías profesionales en las que incurría de manera más o menos deliberada. Impuntualidades horarias, faltas de ortografía en mensajes de correo electrónico, eructos ancestrales en el transcurso de una reunión… eran gamberradas que se pasaban por alto, o incluso se jaleaban, por la innata y universal caída en gracia de Krogg Hailsneezer.

Porque la corporación donde trabajaban Kliss y Krogg se podía considerar moderna. El "dress code" era extremadamente laxo y los empleados no estaban obligados a vestir de forma elegante, con calzas de cuero de mamut o corbata de lengua de basilisco, por ejemplo. Las pausas para el café(2) de duración indefinida estaban totalmente naturalizadas e incluso podían tutear a sus responsables directos. Por eso, tanto la impoluta conducta de Kliss como la díscola actitud de Krogg, cada una a su manera, pasaban inadvertidas.

O al menos eso creía Kliss Stonechewer.

El flagrante ejemplo de Krogg Hailsneezer sentaba jurisprudencia en las posibles valoraciones de aquellos nefastos cuatro minutos élficos. Porque Hailsneezer rara vez cumplía un retraso menor a esos cuatro minutos élficos y, en cambio, nadie, ni sus supervisores, ni siquiera los gasterópodos flatulentos con los que trabajaba, se lo recriminaba. Así que Kliss, con la conciencia intranquila por su inaudita felonía pero confiado en que la flexibilidad concedida por la modernidad de su corporación le otorgaría una merecida indulgencia, se incorporó a su puesto de trabajo, dispuesto a dar consejos a gnomos preocupados por el declive de su cabellera como si no hubiera pasado nada.

Pero su inofensiva falta de puntualidad no pasó desapercibida. Lógicamente desacostumbrados, sus compañeros le sometieron a un incómodo interrogatorio acerca de aquellos cuatro minutos élficos, de manera por otro lado absolutamente comprensible. En su ánimo de no querer esgrimir excusas para no mostrar una presunta -pero inexistente- debilidad y/o hipocresía, asumió la culpa y achacó aquella informalidad a una irresponsabilidad imperdonable por su parte.

Desde entonces, su reputación antaño intachable se vio seriamente mermada. Y su popularidad, basada en una profesionalidad y responsabilidad cercanas a la perfección, cayó en picado. Toda una vida de esfuerzo y dedicación, guiada por un prestigio cultivado con esmero, se fue prácticamente al traste por un delito fútil, involuntario y común entre la mayoría de sus colegas.

Como anécdota, unos días más tarde, Krogg Hailsneezer se sacaba un moco delante del Inspector General de Escarabajos Peloteros. Y todos los allí presentes le rieron la gracia con estruendoso jolgorio.

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1) El equivalente a tres minutos, cincuenta y siete segundos humanos.
2) El café más popular era el fabricado por los enanos, con extra de alquitrán.