viernes, 6 de febrero de 2015

Metro 2033


El contexto de Metro 2033 no podía ser más atractivo: un futuro (no muy lejano) postapocalíptico, donde los últimos y escasos ejemplares de la raza humana se hallan inmersos en una lucha por la supervivencia con unos aun más escasos recursos... en los túneles y estaciones del metro de Moscú.

A través de sus páginas, el lector va siguiendo los pasos del joven, valiente pero inexperto, Artyom, y junto a él va conociendo a los extraños personajes y los misteriosos lugares que nutren y sustentan la historia. No obstante, el auténtico protagonista es la red del metro moscovita. Un organismo prácticamente vivo, diverso, corrupto y, sobre todo, terrorífico. Porque una de las características más destacadas del libro es el opresivo ambiente con el que se describen los túneles, oscuros, tóxicos y con la posible presencia de habitantes no necesariamente humanos y frecuentemente hostiles. Esta sensación se enfatiza especialmente en los primeros capítulos, cuando nos lanzamos con Artyom a explorar esos túneles desconocidos que apestan a peligro. La amenaza es permanente y el sufrimiento notable, incluso cuando el joven recluta de la VDNKh viaja acompañado de feroces y preparados soldados. La claustrofobia, la falta de luz y la presencia de ratas, mutantes, escalofriantes susurros y algún que otro fenómeno paranormal convierten lo que antaño fue un viaje rutinario por el transporte suburbano en un verdadero calvario.

Pero, entre túnel y túnel, las estaciones tampoco son lo que se podría decir un remanso de paz. Convertidas en una especie de ciudades-estado, los guardias fronterizos que controlan sus accesos recelan de cualquier forastero. Tampoco la existencia de facciones, radicalmente opuestas, que dominan su propio sector en la red de metro, facilita el tránsito entre estaciones. Y aquí encontramos otro de los temas que trata la novela, de modo relativamente anecdótico, la lucha de ideologías políticas. En la red hay estaciones capitalistas, comunistas, neutrales e incluso fascistas (el IV Reich!). El trato que recibe el desubicado y neutral Artyom en las estaciones pertenecientes a cada una de estas facciones es muy distinto, en algún caso cordial y en otros terrible, pero siempre inesperado.

La religión, y la consecuente búsqueda de los orígenes y de la redención, también tiene su protagonismo en esta futurista red de metro. Artyom y el lector se tropiezan con fanáticos religiosos y con momentos de muerte inminente (aunque de esto último el lector está felizmente exento) y ya casi al final de la novela este tema cobra fuerza, pero más a nivel descriptivo y narrativo que panfletario.

Según mi humilde opinión, el tema principal es el destino. En varias ocasiones el protagonista se plantea seriamente la continuidad de su misión y se sorprende de haber esquivado tantos peligros de manera casi milagrosa. Para mí, el destino es lo que da consistencia a tan accidentado viaje porque se alude inequívocamente en diferentes puntos críticos de éste. La creencia sobre la existencia de un destino establecido, lo suficientemente cruel como para matar a algunos de sus acompañantes, muchos de ellos inocentes, concede la voluntad necesaria a Artyom para dar un paso más, para caminar hacia la siguiente estación.

Dejando a un lado la temática y el planteamiento filosófico subyacente, Metro 2033 es una novela de aventuras muy divertida. A pesar de las numerosas descripciones (el autor se detiene a describir la práctica totalidad de estaciones que visitamos a través de sus páginas), posee un ritmo altísimo y los acontecimientos se suceden sin cesar, hasta el punto en que casi llegamos a compartir, desde nuestro sillón de lectura favorito, el cansancio físico y mental de los personajes.

Porque personajes hay muchos. Principales no tantos, pero secundarios con la relevancia suficiente para conocer su nombre y apellido, unos cuantos. Lo ¿malo? es que la mayoría de ellos tienen una presencia efímera, y no necesariamente porque mueran. Da la impresión (confirmada en Metro 2034) de que Glukhovsky se los guarda para que vuelvan a aparecer en otro momento, en otra obra, ya sea literaria o no. Como parte de un pequeño universo subterráneo en la capital de Rusia. No es algo que me disguste, pero deja una leve sensación de obra incompleta.

Quizá lo que resta un poco de dinamismo a la acción es la alusión constante a los nombres de las estaciones. Para nosotros, ignorantes occidentales, todos los nombres nos resultan parecidos, salvo agradecidas excepciones como la VDNKh. Al principio esta desorientación nos llega a desbordar un poco (especialmente a aquéllos como un servidor que han leído la edición de bolsillo, desprovista de plano de la red de metro entre sus páginas), aunque más tarde, ya sea por familiaridad o indiferencia, se convierte en un problema menor. En cualquier caso, llegas al convencimiento de que si fueras un pasajero habitual del suburbano moscovita hubieras disfrutado la novela con mayor plenitud.

En resumen, Metro 2033 es una gran novela de terror-ciencia-ficción, muy entretenida, con algunos desenlaces algo previsibles y pocos personajes con carisma, pero que se disfruta hasta el último momento. Y con un final muy, muy digno.


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Fuente de la imagen:
http://metrovideogame.wikia.com/wiki/Metro_2033_(Novel)?file=825386_5.jpg