martes, 15 de noviembre de 2011

Mi vecino Estentor


Hasta hace poco, creía que en el piso de debajo de mi casa se había instalado un ejército de cincuenta hombres. Más que un ejército, parecía un coro, ya que todos gritaban y proclamaban al unísono. Frases cotidianas e inofensivas como "La cena está lista" o "Me he quedado sin papel" retumbaban hasta hacer peligrar los cimientos del edificio.

No obstante, nunca tuve constancia de la presunta masificación del inmueble. En el buzón sólo aparecía el nombre de un tal "Estentor López Guzmán". Aparte del tal López, no me cruzaba con nadie, ni escuchaba pasos ni ajetreo. Sólo esa voz, esa terrible voz, como salida de ultratumba, que torturaba mis tímpanos sin compasión con trivialidades propias de cualquier vecino normal. Las horas de su telecomedia favorita eran un auténtico suplicio a cada chiste, así como los partidos de fútbol en los que su equipo goleaba. Era un sinvivir.

Afortunadamente todo esto terminó hace un par de días, de repente. Me ha contado durante el breve periplo ascensoril hoy mi vecina, la que vive justo junto a López Guzmán y que se caracteriza por su supremo chafarderismo, que anteayer vino a visitarle un tal Hermes, un muchacho alto y apuesto y con alas pintadas en las zapatillas que, al poco rato, tras un chillido inconcebible para el oído humano (excepto para ella) salió de Can Estentor con un sapo reventado entre sus manos.

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