lunes, 21 de agosto de 2017

La Era del Diamante


Para comentar La Era del Diamante, voy a hacer justo lo opuesto que su autor, Neal Stephenson. Es decir, voy a ser breve y conciso. Porque, sin ser una novela extremadamente larga, es una de ésas en las que da la sensación de que la historia narrada hubiera sido expuesta de forma más atractiva con una tercera parte de su longitud. Dicha historia no es en absoluto mediocre o aburrida, sin embargo acaba difuminada en un universo de detalles que conforman un distópico mundo irreal pero pacientemente verosímil. Y para los lectores minuciosos e inconstantes como un servidor, la sobrecarga de detalles es un lastre demasiado pesado como para poder disfrutar del viaje de su lectura. Nos encontramos en un momento de nuestras vidas en que cada minuto dedicado al ocio tiene muchísimo valor, lo que nos conduce a buscar un entretenimiento dinámico por encima del (farragoso) aprendizaje de culturas cuya existencia se sitúa en un universo paralelo de difícil acceso desde donde nos encontramos.

Esta saturación es lo que nos proporciona el género steampunk mezclando nanotecnología con estética victoriana, y además en China. Está descrito todo con generosidad, como si de un documental de naturaleza se tratara. Cuando leemos una novela de ciencia-ficción, somos conscientes de que los primeros capítulos contendrán descripciones del entorno creado por el autor, para situar a un lector obviamente ignorante. Y las atendemos con una disciplina disfrazada de interés. En cambio, en La Era del Diamante estas descripciones se mantienen casi hasta el final, cuando lo que queremos es que nos expliquen cómo se deshace el nudo de la trama, de manera clara, directa y, si no es pedir mucho, sorprendente.

La narración evoluciona, casi sin darnos cuenta. Lo que empieza siendo una ¿pequeña? estafa empresarial acaba en... algo más grande. Nos encontramos con personajes que aparecen y desaparecen, que tienen más relevancia de la que prometen y viceversa, con episodios espurios y relatos paralelos con un potencial que no acaba de explotar. Muchos de estos elementos serían los adecuados para una trilogía o una saga, de las que están tanto de moda hoy en día, pero que en una novela se quedan en una simple promesa. En cualquier caso, no queremos dar ideas al señor Stephenson, que deje este cuentecito del Manual Ilustrado tal y como está.

Es una gran novela, de ahí los prestigiosos premios que ha recibido. El estilo es excelente, la construcción de las frases prodigiosa (no mermada ni un ápice en la versión traducida al castellano que he leído). No obstante, los gustos y las circunstancias del lector deben ser tenidas en cuenta; si buscamos una aventura relativamente compleja, con sorpresas, giros argumentales, multitud de personajes, cierto sarcasmo y que además nos enganche, debemos esperar a que editen una versión resumida.