viernes, 15 de marzo de 2013

La Diosa Calva



Ocasión era una diosa muy querida por los habitantes de la pequeña aldea de la cual era principal protectora. Sus fieles le rezaban, le realizaban generosos sacrificios (en forma de corderos, liebres y alguna zarigüeya) y la adoraban día y noche. Con el fin de compensar todas esas muestras de cariño, la diosa regularmente adoptaba forma humana como una bella mujer con una frondosa cabellera y, para regocijo de sus devotos, se aparecía ante ellos para escuchar sus plegarias y atender sus súplicas. Aquello le gratificaba sobremanera y, después de haber satisfecho cuantas demandas se le presentaban, regresaba a su divina morada con la agradable sensación del deber cumplido.

Tan magnífica era la benevolencia de Ocasión que sus fieles no tardaron en alterar su conducta. Lo que en un principio eran peticiones nobles y necesarias, relacionadas principalmente con la fertilidad e inofensivos lances de fortuna, pronto se convirtieron en exigencias mezquinas y viciadas: crueles enamoramientos, condicionamientos en los juegos de azar, represalias vecinales... La diosa, cuando bajaba al mundo terrenal y contemplaba el clima de corrupción que asolaba a su aldea, huía despavorida de regreso a su refugio.

Pero los miserables aldeanos no estaban dispuestos a desprenderse de aquella fuente infinita de satisfacción de deseos. Cada vez que Ocasión se giraba para escapar de aquellos depravados, éstos, para impedir su marcha, le asían por su orgullosa melena con tanta vehemencia que le arrancaban de cuajo varios de sus preciados mechones. A pesar de estos desagradables incidentes, la diosa no podía dejar de atender las aparentemente humildes -pero realmente hipócritas- peticiones de quienes ella creía que la veneraban. De esta manera, su otrora frondosa mata de pelo fue con el tiempo viéndose contundentemente desprovista de componentes en la zona del cogote.

Varios años e innumerables tirones de pelo más tarde, la fisonomía del antropomorfismo de Ocasión se transformó en una hermosa mujer con un flequillo envidiable pero totalmente calva por detrás. Sin duda con el tiempo había aprendido la lección; si sus seguidores le planteaban sus inquietudes cuando ella les miraba de frente, expectante, luciendo su frontal cabellera, les atendía gustosamente. Pero cuando observaba actitudes sospechosas que presagiaban deseos impuros y contaminados, se giraba rápidamente mostrando su calvicie trasera como signo de que aquello estaba totalmente fuera de lugar y que el obstinado e iluso demandante había dejado pasar su oportunidad.

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