sábado, 2 de julio de 2016

El Robot Perfecto. Parte 1


Siglo XXVII. Los recursos naturales del planeta Tierra, cumpliendo todos los pronósticos, se han agotado. En cambio, para mayor desgracia, los vaticinios de la literatura de cienciaficción del siglo XX que auguraban una colonización extraterrestre resulta que estaban totalmente equivocados. Los avances científicos y tecnológicos han sido espectaculares pero insuficientes para subyugar a las razas alienígenas; los marcianos tienen la extraña costumbre de no dejarse invadir. En consecuencia, la superfície terrestre es un yermo estéril donde el color verde es un mero recuerdo y los únicos animales que no se han extinguido son los relativamente comestibles insectos.

En este clima de pesimismo y desolación, un brote de esperanza surge de repente. El eminente científico Roderic Von Mustard(1), tras decenios de investigación, encuentra una fórmula para generar una cantidad de energía suficiente como para crear recursos alimenticios para la población a partir de la materia inorgánica terrestre. El único inconveniente es la dificultad de adquisición y conservación de la principal materia prima y catalizador de la fórmula: la saliva humana.

Siglo XXVIII. La saliva humana es el bien más preciado del Universo conocido. Los principales esfuerzos militares de las diferentes naciones se concentran en defender los almacenes donde se guarda este valiosísimo recurso de ataques de países enemigos, piratas y saqueadores e invasores alienígenas.

Es el caso de Nueva Celedonia, la ciudad más importante del Hemisferio Norte. Las autoridades han redactado unas leyes muy estrictas sobre el uso de este recurso tan escaso. El límite de palabras que un individuo puede pronunciar está establecido, en el año 2716, en 300 al día. Además, cada palabra está sujeta a un terrible impuesto disuasorio, que sirve para financiar la colosal infraestructura que protege los silos donde se almacena la saliva extraída diariamente al rebaño humano. Los que sobrepasan el límite diario de 300 palabras sufren como castigo la amputación de la lengua.

En Nueva Celedonia, como en la mayoría de metrópolis terrestres, no se habla. Los saludos, las conversaciones triviales de ascensor y el resto de convenciones sociales frívolas e innecesarias se han erradicado. Absolutamente nadie malgasta su saliva, salvo en aquellos casos donde la propia supervivencia depende de un grito desesperado. En la Tierra reina el silencio más absoluto. Las cuerdas vocales de sus habitantes han comenzado a atrofiarse y cada vez resulta más difícil pronunciar cualquier sonido.

Pero la transmisión de mensajes no se ha perdido. La ortográficamente problemática comunicación textual sigue perdurando. Pero ésta es lenta e ineficiente y en este contexto emerge un agente que hasta hace pocos siglos se mantenía recluído en tareas de cadena de producción y labores exclusivamente protocolarias: el robot.

La evolución de la inteligencia artificial les ha dotado de la capacidad de hablar; al no utilizar saliva humana, sino una especie de gasolina barata extraída de espachurrar centenares de cucharachas comunes, su verborrea no resulta ineficiente para el tenso medio ambiente terrestre del siglo XXVIII. Además, los robots de la serie SAAK, oriundos de Nueva Celedonia, son intelectualmente perfectos. Por este motivo, sus mensajes y conversaciones carecen de la palabrería absurda y convencional que caracterizaba a los humanos cuando les era posible articular sonidos. Prescindiendo completamente del sesgo ideológico, su discurso se basa en la racionalidad, en la ecuanimidad y en la justicia.

Pero todo el mundo sabe que una inteligencia artificial muy desarrollada corre el peligro de asemejarse demasiado a la inteligencia humana. Y eso, en cierto modo, resulta altamente contradictorio.

[Continuará]

_______________________________________
1. Afamado doctor cuya otra de sus proezas, que todos recordamos, fue ésta.