viernes, 1 de abril de 2016

El Oso Lechuza


Hace muchos, muchos años, los osos dominaban a todas las criaturas del planeta. Eran los más fuertes, los más inteligentes y tenían una diversidad que les permitía adaptarse a cualquier circunstancia que pusiera en peligro su hegemonía. Pardos, polares, pandas, hormigueros... También había una especie muy poderosa pero que, por su difícil concepción, estaba condenada a la extinción: los osos lechuza. Aún se duda de si algún ejemplar quedaba con vida el Día del Cataclismo.

Tal incuestionable dominio se vio truncado un día, que había amanecido como cualquier otro, pero que cambió para siempre el régimen de intimidación y terror de los osos. El célebre mago humano Botaratus había conseguido elaborar un conjuro que privaría de su ferocidad y raciocinio a aquellos invulnerables seres peludos. Ese mismo día lo recitó. Ese día se conocería posteriormente como el Día del Cataclismo.

Pero no todo salió como Botaratus esperaba. Las faltas de ortografía en los conjuros a veces tienen consecuencias imprevistas. Prácticamente la mitad de la ingente población de plantígrados sufrió un notable descenso en su capacidad intelectual, pero mantuvieron su fuerza y agresividad. Con el otro cincuenta por ciento sí hubo éxito: se convirtieron en ositos de peluche.

Más como un cruel trofeo de guerra que como un honorable símbolo de su victoria, los humanos comenzaron a repartir entre sus vástagos aquellos muñequitos adorables e inofensivos, que otrora constituyeron su más peligroso adversario. Grandes, pequeños, marrones, blancos con ojos y orejas negras, azules... la diversidad era increíble. Pero había uno diferente. Uno exclusivo.

A Dorothy, la niña que -como todos los demás- recibió su premio de manos de su padre, el osito de peluche que le había tocado en suerte le resultó extraño. No recordaba haber visto aquellas orejas puntiagudas y unos ojos tan abiertos en los libros de texto de la escuela. Aunque no parecía suponer una amenaza, aquellos ojos impertérritos causaban a Dorothy un incómodo desasosiego.

Aquel oso lechuza de peluche era efectivamente inofensivo. En el pasado había sido una criatura imbatible por su enorme fuerza física y mental y en ese momento estaba atrapado en un cuerpo de tela, esponja y lo que los dioses quieran que sea el peluche. Pero tenía mucho tiempo para meditar, para pensar en un plan para salir de aquella prisión de pelusas y electricidad estática. Porque los osos lechuza son mejores que los osos convencionales. Los osos lechuza nunca duermen.