viernes, 22 de agosto de 2014

El viajar es un placer


Las vacaciones. La época más anhelada del año, el momento de dejar a un lado la rutina de la vida diaria, el agobio, el estrés... porque hacer un viaje no es nada estresante, verdad? En absoluto. El más pequeño e insospechado detalle puede convertir la fuente de nuestra relajación en un vertedero de inquietudes y preocupaciones.

El génesis de todo este calvario se encuentra en la aprobación de las fechas de vacaciones por parte de tu empresa y la compatibilidad con las de tu/s acompañante/s. Honestamente, no se puede decir que tu jefe dedique la mayor de sus diligencias a tan menospreciada, pero importantísima, labor; el menor descuido por su parte provoca un retraso en la planificación de tus vacaciones que puede resultar absolutamente letal.

Bien, ya tenemos fechas. Es el momento de la contratación de vuelos y hoteles. Con un poco de suerte disponemos de cierta flexibilidad para seleccionar aquellos días y horarios en que los vuelos están más baratos. Por supuesto, los de las 7:00 A.M. y alrededores son los más accesibles a nuestro bolsillo, merced a los increíbles (literalmente) mecanismos de oferta y demanda y a la sospechosa generosidad de la compañia low cost de turno. Con el argumento de que "así aprovecharemos más el primer día" nos disponemos a comprar los billetes para ese avión tan madrugador. Y aquí viene la primera de nuestras indignaciones. Ese precio tan atractivo se ve mágicamente inflado por tasas, seguros, facturación de equipaje, pago con tarjeta... Todos estos simpáticos incrementos prácticamente suponen duplicar o triplicar el precio inicial. Con cierta impotencia, no exenta de la sensación de estar siendo estafados, aceptamos esas leoninas condiciones. Aún así no dejamos de presumir delante de nuestras amistades por lo económico que nos ha salido el billete, fardando patéticamente de una inexistente habilidad negociadora.

Llega el momento de elegir alojamiento en la ciudad de destino. Algunos sitios web especializados, realmente exhaustivos, tienen la costumbre de darte "empujoncitos" a base de indicarte que para la oferta tan suculenta que has encontrado sólo quedan unas pocas habitaciones disponibles. O la compras ipso facto, o pierdes la oportunidad. Pero la tarea de buscar hotel no es sencilla, intervienen muchos factores: precio, ubicación, desayuno, cucarachas... Cuando finalmente te decides, nunca queda claro si el pago lo realizas al momento, a través de la agencia, o en el mismo hotel en la llegada. Si te encuentras el cargo en la tarjeta en ese instante, debes presuponer que en el check-in el hotel no te hará ninguna jugarreta en forma de pago inesperado.

Así, con los billetes de avión comprados, sin saber aún si la maleta que facturas pesará mucho o el equipaje de mano será del agrado de la compañía de turno, y con el hotel reservado, rezando porque el pago que has hecho con tu tarjeta sea suficiente, te "relajas" hasta el comienzo de la aventura.

Hacemos la maleta, nos aseguramos de que no nos falta nada (pasaportes, guías, cámara de fotos, cargador del móvil, etc...), cerramos la llave del agua, puertas y ventanas y cogemos el tren hacia el aeropuerto. A estas horas tan tempranas el metro aún no luce la agilidad de las horas punta, así que es probable que su retraso nos haga sufrir por una eventual pérdida del tren que nos llevaba al aeropuerto ya con la hora justa. De todas maneras, no hay nada que no solucione una carrera, maletas a cuestas, por los transbordos de nuestros queridos transportes públicos.

Ya en el aeropuerto sale a relucir nuestro superpoder de seleccionar la cola del mostrador de facturación donde el empleado incompetente y el viajero inexperto aúnan fuerzas. Tras una eternidad de bolsillo llega nuestro turno, y con él las polémicas sobre nuestro equipaje de mano. Éste, según la compañía de bajo coste que te toque en suerte, es posible que sobrepase el peso máximo permitido o que su volumen le convierta prácticamente en material radiactivo. En el primer caso basta con reubicar contenido entre el equipaje de mano y la maleta que facturas, siempre y cuando ésta no repose ya, mientras discutes con el empleado del mostrador, tranquilamente en la bodega del avión. En el segundo caso puedes encontrarte con el empleado traicionero que, sin advertirte, te permite llevar el equipaje de mano a la misma puerta de embarque, donde te espera la cuadrilla de Curro Jiménez para cobrarte un suplemento inesperado.

Las aventuras vividas en el interior del avión merecerían un capítulo exclusivo. Mención especial merecen aquellos sujetos que, ya bien entrado el siglo XXI, se esfuerzan en demostrar que es la primera vez que viajan en avión; mirando con avidez por las ventanillas, intentando reconocer los lugares sobrevolados (con un porcentaje de acierto del 0,00003%), aplaudiendo a un aislado piloto por su buen desempeño en el aterrizaje... Y luego en el desembarco, prisas y colapsos para salir de la gigantesca ave de metal, como si nos hubiéramos dejado abierto el gas.

La siguiente estación es la odisea de recuperar la maleta en esa infecta cinta transportadora. Las peleas de los pasajeros por ubicarse justo delante de la salida del equipaje harían estremecer a persas y espartanos. En este momento es cuando más te alegras de haber traído una maleta "original".

Ahora tenemos que llegar a la ciudad, en metro, autobús o tren. Nuestro primer contacto con el transporte público del lugar de destino puede resultar caótico e inquietante. Afortunadamente el turista medio es más inepto que nosotros, así que las instrucciones en rótulos y carteles suelen ser bastante asequibles. Tras callejear orientados por un mapa incompleto que traemos de casa conseguimos llegar al hotel. Generalmente con mostrar el pasaporte el recepcionista consigue toda la información necesaria, pero también se puede dar el caso en que los nombres españoles sean "demasiado complicados" y no consigan localizar nuestra reserva (1). Tras alcanzar hitos como aprender cómo funciona la llave-tarjeta de la habitación, la contraseña del wi-fi y tener controlada la hora del desayuno, comienzan nuestras verdaderas vacaciones.

Sin embargo, todo paréntesis tiene que cerrarse. Desandando lo andado, el check-out puede resultar igual de imprevisible que el check-in. La amenaza de que te atribuyan injustamente el consumo de productos del minibar planea cual cóndor por los Andes. O de que descubran algún material fungible del cuarto de baño en tu maleta de manera clandestina -jabones y similares; espero que nadie siga "robando" toallas de los hoteles, es algo muy cutre...-. Nos queda el trayecto del hotel al aeropuerto, la trifulca con el empleado de la aerolínea en el mostrador de facturación con el agravante de, al estar presumiblemente en un país extranjero, tener que esgrimir como poderío armamentístico nuestro patético inglés, la búsqueda de la puerta de embarque, los insoportables compañeros de asiento en el avión, la recogida (o no) de nuestro equipaje en la llegada, el tren hacia el metro, el metro hacia casa...

Y una vez en casa, ya podemos descansar y disfrutar de nuestras merecidas vacaciones.

___________________________________________________________
(1) Mis futuros hijos no tendrán ese problema en cuanto me familiarice con el idioma klingon.

No hay comentarios:

Publicar un comentario