domingo, 21 de octubre de 2007

La vocal discriminada

Tras el injusto destierro de Y de la élite de las vocales, alguien empezó a sentirse muy sola. Se sentía distinta, nadando a contracorriente, sin saber hacia qué dirección debía encaminar sus pasos. A pesar de que sus compañeras experimentaban hacia ella una sincera admiración, el hecho de que contínuamente le recordasen que su virtud, su principal problema, aquello que la hacía distinta, se producía justo al principio de sus intervenciones, la llenaba de tristeza y desconsuelo.

Porque incluso O, su alma gemela, comenzaba su labor por el centro. Las repelentes U e I consolidaban su conducta ortodoxa siempre empezando por la izquierda, siempre a la estela de la consonante anterior. Eran vocales débiles, un caso perdido e inofensivo, pero con armas exclusivas, como la insólita preferencia que sentían algunas consonantes ignorantes como la Q o la G.

Lo que más dolía a nuestra protagonista era que E se hubiera rendido al pragmatismo de las vocales débiles y decidiera comenzar sus andaduras en el sentido de la escritura. Lo había hecho con elegancia y no tenía nada que reprocharle.

Pero A no iba a cambiar. No podía, ni quería, evitar nacer por la derecha, rompiendo el ritmo de la escritura, obligando al escribano a repasar por dos veces su oronda testa.
Ella seguiría siendo distinta, en contra del sistema, consciente de su poder.

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