sábado, 26 de octubre de 2019

Una diosa revoltosa

Todos los dioses y diosas del Olimpio son muy famosos, reconocibles y, si las oraciones son correctamente pronunciadas, accesibles. O casi todos y todas. Porque hay una diosa relativamente desconocida por ser muy difícil de localizar, ya que siempre anda corriendo de un lugar sagrado para otro. Una celeridad a todas luces estéril, pues el retraso en las citas es un factor mesurable y, por consiguiente y por desgracia para ella, acumulable.

A pesar de su aparente carencia de popularidad, la diosa Festina cuenta paradójicamente con multitud de adeptos. Mortales que, a causa de su devoción, siempre llegan tarde a todos sus compromisos, con independencia de su trascendencia. Entre estos millones de devotos existen varios niveles de fanatismo; los más leves manifiestan su veneración haciendo esperar a sus amigos un período sensiblemente inferior al límite de ruptura de amistad. Los más radicales mezclan religiosidad con cinismo y acuden con un retraso más o menos premeditado a sus obligaciones laborales, esgrimiendo como irrefutable pretexto su extravagante culto.

A los que madrugan no es precisamente Festina quien les ayuda; levantarse temprano está absolutamente prohibido en su culto. En la comunidad del Olimpio, ella misma es la última en levantarse, horas más tarde que por ejemplo Malumiocus, el dios de los chistes malos, lo que le acarrea la imperativa omisión del desayuno y una higiene corporal adecuada -necesaria entre los dioses y diosas únicamente por una cuestión cosmética-.

Entre el resto de dioses y diosas no está bien considerada, es más, está catalogada como maligna, ya que sus predicaciones conducen a sus mortales seguidores a cometer torpezas continuamente, e incluso fechorías. Actos tan reprobables como saltarse semáforos, empujar abuelitas, hacer perder el tiempo al prójimo y un largo etcétera están a la orden del día gracias a -la oficialmente malvada- diosa Festina, quien dispone además de un ejército de sacerdotisas, denominadas las prisas, que propagan su mensaje de caos y desorden descontrolado subyacente.

Para mantener determinado equilibrio, el cual funciona como los engranajes que permiten el transcurso de la Historia de la Humanidad sin accidentes de naturaleza cuántica, la Providencia ha procurado otro dios, muchísimo más austero y humilde y con una legión de seguidores infinitamente menor que Festina, conocido como Lente.

Lente es infaliblemente el primero en levantarse cada mañana en el Olimpio. Lo hace incluso antes que Galliclamore, el dios despertador (también considerado maligno por motivos obvios). Tanto él como sus feligreses compensan la pérdida de tiempo de los festinianos en el Universo aportando sus propios minutos, incluso horas, al acudir con excesiva (y terriblemente extrema) antelación a sus convocatorias. Gracias a ellos se produce ese necesario equilibrio, caprichoso e ineficiente, y no exento de cierto conflicto entre los partidarios de derrochar el tiempo ajeno y los de invertir el propio en depósitos sin rédito alguno.

Profetas y vaticinadores auguran que en el Armagedón del mes que viene se producirá la esperada batalla final entre Lente y Festina, que decidirá un reparto más eficiente del tiempo ocioso de los mortales. Una batalla cuyo resultado tendrá enormes repercusiones en la vida cotidiana de los humanos y en la de la mayoría de dioses. Y diosas.

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