En una luna de una galaxia quizá no tan lejana se ha formado, de una manera singularmente fugaz, la comunidad más variopinta que nadie hubiera podido imaginar. Su génesis fue una remesa de pacientes mentales abandonados a su suerte en un hospital instalado en una colonia terrícola poco tiempo antes de que los indígenas declararan la guerra y expulsaran a los responsables militares al mando de tan particular éxodo. Estos pacientes desahuciados evolucionaron y fundaron tribus, de nuevo, en tiempo récord, cuya pertenencia se establece en función de sus trastornos. Sin entrar a profundizar en la idiosincrasia de cada una, aunque por su denominación y apelando a unas mínimas nociones de psiquiatría resultaría ligeramente deducible, estas tribus son los mans, los pare, los hebe, los poli, los dep, los ob-com y los esquiz.
Por su potencial, este planteamiento ya merecería convertirse en el eje principal de cualquier producto audiovisual (de éxito, o no) de hoy en día, en formato de serie televisiva o cinematográfico (el cual, en los últimos tiempos, para cierto tipo de producto viene a ser lo mismo). Pero contemplamos con innegable frustración su relegación a un plano latente. Y eso que la definición de cada una de esas peculiaridades está subvencionada por la mente diestra en estos lares del maestro Philip K. Dick. Pocas autoridades hay en la literatura de ciencia-ficción mayores que él para hablar de enfermedades mentales.
La esencia de esta novela no consiste en la narración de los acontecimientos consecuencia de la convivencia de tan heterogénea comunidad. Tampoco el resto de elementos de ciencia-ficción de manual que hacen acto de presencia, que son unos pocos. Uno de ellos es la precognición, poseída justamente por ciertos individuos de uno de esos clanes, los esquiz (aunque también algunos hebes nos sorprenden realizando leves escarceos).
Además somos testigos de episodios de telepatía, manejada por un hongo cerebral, un alienígena de lo más curioso (en el sentido pasivo del adjetivo) y con una importancia destacable para el desarrollo de la trama. Por supuesto no podían faltar, aunque de manera casi anecdótica, los viajes en el tiempo, en este caso 5 minutos hacia el pasado. Este superpoder lo posee una agente de policía, lo cual no podría resultar más oportuno. Bastante más relevancia tienen los simulacros, unos androides de una factura extremadamente realista, utilizados por la inteligencia americana con intenciones propagandísticas; la guerra fría, tan presente en la obra de Dick...
También es habitual en este escritor la maestría y la coherencia con la que mezcla todos estos elementos. Cualquier autor del género los exprimiría como epicentro de su historia y en cambio él con una superioridad manifiesta los utiliza como meros accesorios.
Precisamente uno de estos simulacros es la herramienta del protagonista para intentar asesinar a su ex-esposa. Porque sí, efectivamente, detrás de toda esta macedonia con ingredientes del género, conspiraciones interplanetarias, estrellas mediáticas que idioti... influyen a las masas, la trama principal de la novela es: una crisis matrimonial.
Chuck Rittersdorf trabaja para la Agencia Central de Inteligencia con relativa prestancia como guionista de simulacros infiltrados en enemigos políticos del régimen americano; unos malhechores que se hacen llamar comunistas, vamos. Su mujer, Mary, quien le insiste sin fortuna que abandone su funcionariado y se dedique a la comedia televisiva, lo deja de manera poco amistosa, exprimiéndole hasta los higadillos. Como psicóloga de excelencia (cuya especialidad son, oh sorpresa, las crisis matrimoniales) le encomiendan una misión hacia la luna de los extravagantes clanes con un objetivo que no queda muy claro pero que tampoco importa demasiado.
Chuck, con pocos objetivos vitales en el horizonte distintos del de finiquitar a la mujer que ha arruinado su vida, consigue reclutar en esa misión a la luna alfana a un simulacro de nueva creación pero ya de currículum impecable y con obvias y aviesas intenciones. Pero en esa luna no sólo está su ex-cónyuge. También están los clanes disparatados, que no se pueden permitir quedar de brazos cruzados ante semejante e inexplicable intromisión. Y el rey de la comedia televisiva, al que Chuck aspiraba a asesorar como guionista pero al que finalmente ha dado unas buenas calabazas, que guarda un secreto diplomático que le impele a intervenir en tan particular conflicto. No exento, por otro lado, de una grave crisis diplomática interplanetaria.
En esencia es un culebrón, de galácticas dimensiones, que confirma que PKD es el escritor con las ideas más desordenadas pero con la capacidad de sentar las más robustas bases a los creativos de la ciencia-ficción literaria o cinematográfica desde hace medio siglo. Y del cual nunca sabremos si es mans, pare, hebe o esquiz.