Imaginar qué sueñan los androides es posible. Tener la certeza de qué es lo que sueñan, o de si realmente lo hacen, no lo es. Porque eso les convertiría en humanos y si bien es cierto que los Nexus 6 están algo más cerca, todavía andan muy lejos de alcanzar ese dudosísimo privilegio.
Y no es porque los androides adolezcan de falta de consciencia; eso simplemente les convertiría en robots con noción de existencia, limitados por el autoconocimiento de su fecha de caducidad(1). El rasgo diferencial entre humanos y androides es algo tan ignoto como cercano por definición como la empatía.
Sin embargo, tras muchos años de evolución y de afianzamiento de las cualidades meramente humanas, esta característica exclusiva se ha distorsionado sensiblemente. Guerras nucleares, exterminios, genocidios, han mermado los cimientos del sentimiento de empatía en las mentes y los corazones de las personas. Pero este deterioro no se ha producido únicamente a nivel individual, sino también a nivel colectivo, consecuencia de la precariedad en la oferta de elementos hacia los que compartir sentimientos. La Tierra se ha convertido en un planeta inhabitable y las relaciones interpersonales se han reducido a contactos con, por supuesto, androides, animales (reales o artificiales) y unos desechos de Homo Sapiens llamados "especiales". Paradójicamente el nivel de empatía hacia estos colectivos es inversamente proporcional al de su proximidad con la humanidad.
Entre los sujetos sujetos a ser sometidos a este improductivo análisis sociológico están los escasos humanos de pura cepa que perviven en el planeta, los cazarrecompensas. Resisten en este mundo porque tienen una función clara; liquidar a los androides rebeldes que abandonan las colonias y que viajan a la Tierra con un objetivo entre ceja cibernética y ceja cibernética: la humanidad(2).
Estos cazarrecompensas son indudablemente empáticos. Lo son con los animales porque dada su escasez y exclusividad suponen el mejor escalón para progresar en la pirámide social. Tal vez sea un sentimiento interesado pero también necesario, ya que nuestro protagonista, Rick Deckard, dedica todo su tiempo y esfuerzo a cazar androides y se juega la vida, y lo que es peor, su matrimonio, por ganar dinero para poder comprarse una oveja de verdad. O una cabra de verdad. O un escarabajo de verdad. Porque, aparte de proporcionarnos cierta licencia para presumir delante de los vecinos, los animales de verdad nos permiten evocar a la naturaleza, al mundo que existió no hace mucho y del cual sólo quedan exiguos vestigios.
A pesar de que su trabajo consiste precisamente en perseguir y exterminar modelos Nexus, los cazarrecompensas no pueden evitar sentir cierta afinidad hacia ellos, hasta el punto de estar a punto de cruzar la infranqueable barrera del "sentir cariño". Esta aproximación de los pocos humanos supervivientes hacia animales y androides contrasta con el odio hacia todos sus compañeros de especie, reflejado tanto en el pasado como en el presente a través de, entre otras muchas atrocidades, guerras, marginaciones y fanatismo religioso. La empatía que nos hace tan humanos es caprichosamente asimétrica. Ni androides ni animales la comparten ni pueden compartirla. Y si los humanos la poseen hacia los de su misma especie, casi nunca son capaces de demostrarlo, como lo demuestra su actitud hacia los "especiales".
Lamentablemente todo esto hace dudar de la fiabilidad del test Voight-Kampff, herramienta imprescindible para localizar y dar el pasaporte a robots díscolos. Este test mide la empatía a través de una serie de preguntas, la mayoría descaradamente sesgadas al estar orientadas a la resolución de conflictos frente a animales o personas extremadamente frágiles como bebés, y cuyos resultados se evidencia que cada vez son más fáciles de manipular. Viendo la evolución, tanto de los modelos Nexus como de la especie humana, todo apunta a que dentro de unos años las casas de apuestas no pujarán en exceso por los aciertos de este test.
Esta evolución inexorable de unos y de otros, aderezada por conductas sectarias demasiado arbitrarias y con subrepticios intereses, nos está conduciendo a una percepción distorsionada de la realidad. Y los Nexus parecen ser los únicos conscientes de ello, y contemplan con moderado regocijo el fenómeno del mercerismo porque, quizá sin entenderlo demasiado, piensan que la locura que conlleva les acercará a su ansiada humanidad (sí, con "h" minúscula), mezclando un conato de devoción con cierta curiosidad pseudocientífica.
Finalmente el mercerismo resulta ser una farsa, una manifestación de los humanos lejana a la realidad. Y el líder de los Nexus, Baty, lo considera un triunfo porque confía en que esa revelación, realizada por fin gracias al pseudopredicador Amigable Buster, los haga más humanos que los humanos. Éstos abrazan la fantasía, mientras que los Nexus se aferran, aunque sea por tiempo limitado, al mundo real.
Por desgracia, suponemos, los últimos rescoldos de realidad los fulmina Deckard al terminar con los pocos Nexus que quedaban.
Porque con empatía o sin ella, al no quedar androides, el mundo real también ha desaparecido.
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(1) Más conocido en otros entornos como "obsolescencia programada". Tal vez en los futuros modelos Nexus se reduzca este problema, aunque no quede nadie para testimoniarlo.
(2)"Humanidad" en minúscula, aunque ahora la haya tenido que escribir en mayúscula al ser inicio de párrafo. No pretenden erradicar nuestro despreciable género, sino convertirse, ellos sabrán por qué, en congéneres.