sábado, 21 de diciembre de 2024

Los Clanes de la Luna Alfana


En una luna de una galaxia quizá no tan lejana se ha formado, de una manera singularmente fugaz, la comunidad más variopinta que nadie hubiera podido imaginar. Su génesis fue una remesa de pacientes mentales abandonados a su suerte en un hospital instalado en una colonia terrícola poco tiempo antes de que los indígenas declararan la guerra y expulsaran a los responsables militares al mando de tan particular éxodo. Estos pacientes desahuciados evolucionaron y fundaron tribus, de nuevo, en tiempo récord, cuya pertenencia se establece en función de sus trastornos. Sin entrar a profundizar en la idiosincrasia de cada una, aunque por su denominación y apelando a unas mínimas nociones de psiquiatría resultaría ligeramente deducible, estas tribus son los mans, los pare, los hebe, los poli, los dep, los ob-com y los esquiz.

Por su potencial, este planteamiento ya merecería convertirse en el eje principal de cualquier producto audiovisual (de éxito, o no) de hoy en día, en formato de serie televisiva o cinematográfico (el cual, en los últimos tiempos, para cierto tipo de producto viene a ser lo mismo). Pero contemplamos con innegable frustración su relegación a un plano latente. Y eso que la definición de cada una de esas peculiaridades está subvencionada por la mente diestra en estos lares del maestro Philip K. Dick. Pocas autoridades hay en la literatura de ciencia-ficción mayores que él para hablar de enfermedades mentales.

La esencia de esta novela no consiste en la narración de los acontecimientos consecuencia de la convivencia de tan heterogénea comunidad. Tampoco el resto de elementos de ciencia-ficción de manual que hacen acto de presencia, que son unos pocos. Uno de ellos es la precognición, poseída justamente por ciertos individuos de uno de esos clanes, los esquiz (aunque también algunos hebes nos sorprenden realizando leves escarceos).

Además somos testigos de episodios de telepatía, manejada por un hongo cerebral, un alienígena de lo más curioso (en el sentido pasivo del adjetivo) y con una importancia destacable para el desarrollo de la trama. Por supuesto no podían faltar, aunque de manera casi anecdótica, los viajes en el tiempo, en este caso 5 minutos hacia el pasado. Este superpoder lo posee una agente de policía, lo cual no podría resultar más oportuno. Bastante más relevancia tienen los simulacros, unos androides de una factura extremadamente realista, utilizados por la inteligencia americana con intenciones propagandísticas; la guerra fría, tan presente en la obra de Dick... 

También es habitual en este escritor la maestría y la coherencia con la que mezcla todos estos elementos. Cualquier autor del género los exprimiría como epicentro de su historia y en cambio él con una superioridad manifiesta los utiliza como meros accesorios.

Precisamente uno de estos simulacros es la herramienta del protagonista para intentar asesinar a su ex-esposa. Porque sí, efectivamente, detrás de toda esta macedonia con ingredientes del género, conspiraciones interplanetarias, estrellas mediáticas que idioti... influyen a las masas, la trama principal de la novela es: una crisis matrimonial.

Chuck Rittersdorf trabaja para la Agencia Central de Inteligencia con relativa prestancia como guionista de simulacros infiltrados en enemigos políticos del régimen americano; unos malhechores que se hacen llamar comunistas, vamos. Su mujer, Mary, quien le insiste sin fortuna que abandone su funcionariado y se dedique a la comedia televisiva, lo deja de manera poco amistosa, exprimiéndole hasta los higadillos. Como psicóloga de excelencia (cuya especialidad son, oh sorpresa, las crisis matrimoniales) le encomiendan una misión hacia la luna de los extravagantes clanes con un objetivo que no queda muy claro pero que tampoco importa demasiado.

Chuck, con pocos objetivos vitales en el horizonte distintos del de finiquitar a la mujer que ha arruinado su vida, consigue reclutar en esa misión a la luna alfana a un simulacro de nueva creación pero ya de currículum impecable y con obvias y aviesas intenciones. Pero en esa luna no sólo está su ex-cónyuge. También están los clanes disparatados, que no se pueden permitir quedar de brazos cruzados ante semejante e inexplicable intromisión. Y el rey de la comedia televisiva, al que Chuck aspiraba a asesorar como guionista pero al que finalmente ha dado unas buenas calabazas, que guarda un secreto diplomático que le impele a intervenir en tan particular conflicto. No exento, por otro lado, de una grave crisis diplomática interplanetaria.

En esencia es un culebrón, de galácticas dimensiones, que confirma que PKD es el escritor con las ideas más desordenadas pero con la capacidad de sentar las más robustas bases a los creativos de la ciencia-ficción literaria o cinematográfica desde hace medio siglo. Y del cual nunca sabremos si es mans, pare, hebe o esquiz.


miércoles, 24 de julio de 2024

Blade Runner

 

Imaginar qué sueñan los androides es posible. Tener la certeza de qué es lo que sueñan, o de si realmente lo hacen, no lo es. Porque eso les convertiría en humanos y si bien es cierto que los Nexus 6 están algo más cerca, todavía andan muy lejos de alcanzar ese dudosísimo privilegio.

Y no es porque los androides adolezcan de falta de consciencia; eso simplemente les convertiría en robots con noción de existencia, limitados por el autoconocimiento de su fecha de caducidad(1). El rasgo diferencial entre humanos y androides es algo tan ignoto como cercano por definición como la empatía.

Sin embargo, tras muchos años de evolución y de afianzamiento de las cualidades meramente humanas, esta característica exclusiva se ha distorsionado sensiblemente. Guerras nucleares, exterminios, genocidios, han mermado los cimientos del sentimiento de empatía en las mentes y los corazones de las personas. Pero este deterioro no se ha producido únicamente a nivel individual, sino también a nivel colectivo, consecuencia de la precariedad en la oferta de elementos hacia los que compartir sentimientos. La Tierra se ha convertido en un planeta inhabitable y las relaciones interpersonales se han reducido a contactos con, por supuesto, androides, animales (reales o artificiales) y unos desechos de Homo Sapiens llamados "especiales". Paradójicamente el nivel de empatía hacia estos colectivos es inversamente proporcional al de su proximidad con la humanidad.

Entre los sujetos sujetos a ser sometidos a este improductivo análisis sociológico están los escasos humanos de pura cepa que perviven en el planeta, los cazarrecompensas. Resisten en este mundo porque tienen una función clara; liquidar a los androides rebeldes que abandonan las colonias y que viajan a la Tierra con un objetivo entre ceja cibernética y ceja cibernética: la humanidad(2).

Estos cazarrecompensas son indudablemente empáticos. Lo son con los animales porque dada su escasez y exclusividad suponen el mejor escalón para progresar en la pirámide social. Tal vez sea un sentimiento interesado pero también necesario, ya que nuestro protagonista, Rick Deckard, dedica todo su tiempo y esfuerzo a cazar androides y se juega la vida, y lo que es peor, su matrimonio, por ganar dinero para poder comprarse una oveja de verdad. O una cabra de verdad. O un escarabajo de verdad. Porque, aparte de proporcionarnos cierta licencia para presumir delante de los vecinos, los animales de verdad nos permiten evocar a la naturaleza, al mundo que existió no hace mucho y del cual sólo quedan exiguos vestigios.

A pesar de que su trabajo consiste precisamente en perseguir y exterminar modelos Nexus, los cazarrecompensas no pueden evitar sentir cierta afinidad hacia ellos, hasta el punto de estar a punto de cruzar la infranqueable barrera del "sentir cariño". Esta aproximación de los pocos humanos supervivientes hacia animales y androides contrasta con el odio hacia todos sus compañeros de especie, reflejado tanto en el pasado como en el presente a través de, entre otras muchas atrocidades, guerras, marginaciones y fanatismo religioso. La empatía que nos hace tan humanos es caprichosamente asimétrica. Ni androides ni animales la comparten ni pueden compartirla. Y si los humanos la poseen hacia los de su misma especie, casi nunca son capaces de demostrarlo, como lo demuestra su actitud hacia los "especiales".

Lamentablemente todo esto hace dudar de la fiabilidad del test Voight-Kampff, herramienta imprescindible para localizar y dar el pasaporte a robots díscolos. Este test mide la empatía a través de una serie de preguntas, la mayoría descaradamente sesgadas al estar orientadas a la resolución de conflictos frente a animales o personas extremadamente frágiles como bebés, y cuyos resultados se evidencia que cada vez son más fáciles de manipular. Viendo la evolución, tanto de los modelos Nexus como de la especie humana, todo apunta a que dentro de unos años las casas de apuestas no pujarán en exceso por los aciertos de este test.

Esta evolución inexorable de unos y de otros, aderezada por conductas sectarias demasiado arbitrarias y con subrepticios intereses, nos está conduciendo a una percepción distorsionada de la realidad. Y los Nexus parecen ser los únicos conscientes de ello, y contemplan con moderado regocijo el fenómeno del mercerismo porque, quizá sin entenderlo demasiado, piensan que la locura que conlleva les acercará a su ansiada humanidad (sí, con "h" minúscula), mezclando un conato de devoción con cierta curiosidad pseudocientífica.

Finalmente el mercerismo resulta ser una farsa, una manifestación de los humanos lejana a la realidad. Y el líder de los Nexus, Baty, lo considera un triunfo porque confía en que esa revelación, realizada por fin gracias al pseudopredicador Amigable Buster, los haga más humanos que los humanos. Éstos abrazan la fantasía, mientras que los Nexus se aferran, aunque sea por tiempo limitado, al mundo real.

Por desgracia, suponemos, los últimos rescoldos de realidad los fulmina Deckard al terminar con los pocos Nexus que quedaban.

Porque con empatía o sin ella, al no quedar androides, el mundo real también ha desaparecido.


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(1) Más conocido en otros entornos como "obsolescencia programada". Tal vez en los futuros modelos Nexus se reduzca este problema, aunque no quede nadie para testimoniarlo.

(2)"Humanidad" en minúscula, aunque ahora la haya tenido que escribir en mayúscula al ser inicio de párrafo. No pretenden erradicar nuestro despreciable género, sino convertirse, ellos sabrán por qué, en congéneres.